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Esta vez, algo grande puede pasar

Los chicos han logrado que sus voces sean más fuertes esta vez que las conspiraciones, los lobbys, el status quo de Washington y los ruidos de proyectiles disparados en América cada minuto sin cesar.

Estudiantes en Tallahassee contra las armas de fuego © CiberCuba
Estudiantes en Tallahassee contra las armas de fuego Foto © CiberCuba

Este artículo es de hace 6 años

Lograron que Donald Trump se reuniera con ellos (y balbuceara algunas líneas ya escritas en papelitos en su mano).

Lograron una transmisión en vivo de CNN en horario prime-time donde acribillaron a dos senadores y un congresista, y donde presionaron a una vocera del NRA hasta el punto de que prometió abogar por políticas que restrinjan la venta de rifles a jóvenes de 18 años. Como Nikolas Cruz.

Ellos, los adolescentes de piercings en la nariz y lemas deportivos aprendidos en la Stoneman Douglas, lograron que Marco Rubio cambiara pública e históricamente de posición respecto a los cargadores de balas de amplia capacidad. “Pareciera que en Estados Unidos uno puede cambiar de idea en todo menos en política”, dijo el senador.

Pero han logrado algo más: la matanza de Parkland está más viva hoy, más de una semana después, que cuando era titular inmediato por el espanto de todo el país. Una semana después, la tragedia de Las Vegas o la de la iglesia protestante de Texas eran carne de debate de quince minutos en cualquier show necesitado de audiencia, y de memes de Facebook. Los políticos estaban a otra cosa ya.

Yo estuve este miércoles en la Marjory Stoneman Douglas, en ese Parkland que debe a una monstruosa masacre de 17 vidas el haberse ubicado en el mapa de los Estados Unidos. Yo los vi a ellos, los casi niños, los jovencitos rabiosos por el dolor y la frustración, y sé que algo grande puede pasar esta vez.

Una escena en particular me lo hizo pensar.

Ya había dos mil, tres mil jóvenes abarrotando las cercas de entrada de la escuela donde se han improvisado desgarradores altares con cruces y ofrendas de todo tipo para las víctimas de Nikolas Cruz. La algarabía era enorme. Los helicópteros de la prensa y de la policía observaban desde las alturas.

Y de repente, a mis espaldas, otro rumor de cientos o miles de voces. Y un coro de aplausos y gritos de entusiasmo. A la manifestación de la Stoneman Douglas se les unía la matrícula casi íntegra de otra escuela no tan cercana: habían caminado millas enteras para unirse a esta manifestación por la vida y contra las armas.

Han logrado que el hartazgo se trasmute en rabia verdadera. Y el amor por vivir es también rabia por quienes permiten sus muertes. “No deberíamos tener miedo de asistir a clases” era quizás la idea más recurrente en sus miles de carteles escritos con rotulador, a mano. Y ese es el mensaje de la avalancha que han echado a rodar. Es aún mas demoledor que el #NeverAgain, aunque este se lleve el estrellato del mundillo virtual.

En Tallahassee se les vio llorar. Era una veintena de ellos, presenciando como legisladores mezquinos se burlaban del dolor de una nación y hacían más caso a una propuesta para frenar la pornografía (de adultos, la legal) que a una iniciativa para limitar la venta de rifles de asalto. Pero ganaron el pulso de la noticia: los nombres de esos legisladores circulan hoy por las redes sociales como pólvora. Es una fama que nadie quiere tener. Los estudiantes de la Stoneman Douglas podrían estar enterrando las carreras políticas de muchos de esos legisladores.

Como mismo junto a los funerales de sus 17 amigos podrían estar inaugurando los funerales políticos de tanto representante federal que durante años legisló a favor de las armas, en la sombra, al amparo del anonimato y de los cheques solventes del NRA. De repente han comenzado a verse bajo reflectores. Eso lo han logrado ellos también, los de pantaloncitos cortos, los de espinillas en las caras.

Las protestas en las escuelas continuarán. Los chicos de la Stoneman Douglas han dicho que no pretenden volver a clase como si nada hubiera ocurrido. No hasta que los rifles AR-15 y su interminable familia de armas depredadoras puedan seguir cayendo en casi cualquier mano, con espantosa facilidad.

Provocaron que Donald Trump, de no precisamente malas migas con el NRA, se sintiera forzado a anunciar que está dispuesto a contemplar restricciones prohibitivas. Sacaron de los gaveteros empolvados la ilegalización de los bump stocks, esos diabólicos dispositivos que convierten en rifles automáticos a los que se disparan solo a dedo. Que nadie crea que es un dato baladí: la diferencia entre una ráfaga y un disparo dedo-a-dedo podría ser de diez, veinte víctimas más cada vez.

De repente los defensores de armas se baten a la defensiva. Los chicos han logrado que sus voces sean más fuertes esta vez que las conspiraciones, los lobbys, el status quo de Washington y los ruidos de proyectiles disparados en América cada minuto sin cesar.

Están provocando algo grande. Si ellos mismos se lo creen, si no permiten que la rutina les mastique las fuerzas, que el tiempo les gaste el impulso, sus hijos hablarán con orgullo algún día de lo que lograron ellos y nadie más.

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Ernesto Morales

Periodista de CiberCuba


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