APP GRATIS

Memoria del Exilio: "Recondenación al móvil o el tiro por la culata"

El teléfono, esa otra extremidad del cuerpo.

Juan Carlos Cremata Malberti. © Juan Carlos Cremata.
Juan Carlos Cremata Malberti. Foto © Juan Carlos Cremata.

Este artículo es de hace 6 años

No te lo mando a decir con nadie.

¡Te odio, teléfono!

Con todas las fuerzas de mi alma.

Desfachatadamente te has ido colando en cada rinconcito de existencia.

Hasta, casi, dominarlos todos.

Hay científicos que ya te señalan como una extremidad más del cuerpo humano.

Mientras, yo me resisto a aceptarte como esencia y reniego de tu presencia.

Aunque sepa, a mi pesar, que ya no puedo vivir sin ti.

Empezaste por facilitar la comunicación al ponerla al alcance de la mano. Pero en algún punto se torció el camino y es, cada vez más, menos lo que nos comunicamos.

En contubernio con las redes sociales, te afincaste como un medio en el que compartir ideas, debatir, difundir, o conectarse con amigos – viejos, nuevos, conocidos o por conocer – y te erigiste en una especie de analgésico - u oasis - a la perra soledad que, de alguna manera, genera el anacoreta e individual uso del internet. La voz de los sin voces dices ser, pero ahora, más que democracia, es desmadre, comadreo, tribuna, solar, cuadrilátero virtual, púlpito, asechanza, espionaje, propaganda, revolcadera, vanagloria, show, tienda, feria y circo.

Porque te has vuelto, además, mensajero, mapa, reloj, agenda, calendario, cámara fotográfica, grabadora de voz y de video, reproductora de imágenes y de música, calculadora, diccionario, enciclopedia, televisor, radio, espejo, vanities, cinta métrica, periódico, editor, diario, traductor, reportero de eventos cruciales, o, sin importancia, chismógrafo, acaparador invasivo de la atención, incluso en la vía pública y manejando. Crezcan los niños, no los accidentes (texteando). Cada vez haces más compras, te entrometes en mi escurrida, esquelética y maltrecha cuenta bancaria y hasta intermedias en mis “encuentros cercanos de tercer tipo”.

Hay quienes viven todavía aún más esclavizados a su perfil. Pendientes de twitters, instagrams, snapchats, Google, Wikipedia, canales de YouTube, vimeo, linkedin, el gps, los blogs, las páginas webs y el cojón bendito virtual.

Creo que los marcianos, cuando aterricen, hablaran mucho más fluido que nosotros.

Ya no me generan tantas descargas de dopamina los "me gusta" con sus efímeros periquetes de falsa dicha. O, en el peor de los casos, su oportuna - a veces hipócrita – felicidad. No intento aupar debates crispados. Por el contrario. Me alejo de ellos. Y me molesta cualquier tipo de censura por mojigata, oportunista y retrógrada. Así como dudo – luego insisto – de toda esa inmensa avalancha de informaciones falsas, debates políticos, torsos, tetas, culos, boquitas y caritas, variedades infantiles, Tías Tatas, chistes, perritos, gaticos, etiquetas, filtros, pensamientos, recuerdos (al menos, eso sirve) memes, stickers, gifts, emoticones y el cojón bendito, de nuevo. Más las once mil vírgenes. Virtuales, inclusive.

Para asistir a mi nuevo trabajo, como instructor de video en la Miami Media School - en Brickell - debo coger, de ida y vuelta, el famoso metro-tren que atraviesa la ciudad. Ese que va por encima, ofreciendo vistas panorámicas, espléndidas, de este municipio cabecera cubano. Sobre todo, rodeado de mucho cielo. Y he podido comprobar en muchos, varios viajes, como, absolutamente, todos los pasajeros van durante todo el trayecto – incluso continúan al bajarse – con la vista fija, como autómatas, atentos solamente mirando sus teléfonos. Si en una reunión concurrida, suena un grillo, muchos se tocan el bolsillo, presintiendo una llamada. ¿Cuántas horas pasamos, hoy en día, con nuestra vista perdida dentro de un aparato? Llámese móvil, tableta o computadora.

Ahora mismo, mientras yo escribo y usted lee, lo hacemos. A la manera de Edmon Rostand sería - pues ya es - “érase un ser humano convoyado a una pantalla”.

Hace una pila de años, mientras contemplaba, admirado, las ruinas de Pompeya, cerca de Nápoles, en Italia, quasi tropecé con un japonés, que contempló toda aquella emocionante huella de la historia, cámara en mano. Todo el tiempo. Lo que, es decir, conoció del lugar, sólo su versión televisada. Nunca se detuvo a contemplar de cerca, o respirar, siquiera, en lo que le rodeaba en vivo y en directo. Sólo grababa. Grababa y hablaba. Ese sonoro idioma que, además, se escribe con palitos. ¡Qué horror!, pensé en aquel entonces. Sin sospechar lo que se vino después. Y lo que, todavía aún, parece que nos espera.

La revolución del selfie. El festín de los “postalitas”. Transmisiones en directo. Los bulos o fakes. Las cuentas falsas. Virus. Hackers. El linchamiento público de personajes, personas e ideas. La consagración de la feria de las vanidades. Junto a la abrumadoramente acelerada avalancha en conversión de nuestras visiones, juicios o percepciones. La convulsión en la historia de la fotografía es más que apabullante. Las imágenes “son tantas que se atropellan y por eso no nos matan”, lo trovaría Sindo Garay.

Pero ya no te soporto más, móvil de mierda. ¡Ya no te resisto!

Y sin embargo sé cuánto te necesito.

ACLARACIÓN IMPORTANTE: Tengo un teléfono Samsung que creo que es, más bien, un sonso. Se marea cuando le entra mucha información. Tiene su atraso. Lo cual me hace maldecir, aún más que de costumbre, los mensajes cadenas, las condenas-de-Dios-si-NO-distribuyo-el-texto, las veces que me he podido ganar la lotería, o la fortuna repartida entre Bill Gates y Mark Zuckenberg, las audiciones estrambóticas de los UK o América Got Talent, Chocolate y sus groserías, el circo en televisión, los días feriados, postales de ocasión, San Valentín, Halloween, Nochebuena, Año Nuevo y cuanta celebración, conmemoración, chisme, cacería, o suceso se atraviese en el cursar de los días.

Te he hecho rechazo. Inclusive he generado como una cierta sensibilidad extraña, molesta, como de callos en las yemas de los dedos de la mano. De tanto tecleo, tecleo y tecleo. A veces, también me vibra una pierna sin llevar el móvil encima. Y lo peor, es la angustia que me provocas cuando no estás cerca. La inquietud constante, si te creo perdido. Si te extravías. Lo encadenado que me tienes. Cualquiera diría que estoy muerto en la carretera contigo. Que me babeo con tu presencia. Que soy casi tu esclavo. No sé qué me haría si te olvido en algún sitio. Si te dejo en algún Uber botado. Si te me roban, te me caes, o te me marchitas sin carga en la batería.

¡Ya no soporto esa angustia! Creo que debemos deshabituarnos un poco al abuso – más que al uso - de unas plataformas diseñadas, precisamente, para que pasemos el mayor tiempo posible pegados, atados, como condenados a ellas. Porque crean una irremediable, ignorada, ignorante e inhumana adicción.

Hay que ponerles coto, pienso yo. Al menos para con uno mismo. ¡La vida, cuádrenos o no, es más que un encuadre en una pantalla!

Por eso me he propuesto racionalizar tu uso, ponerte horarios, ignorarte de vez en cuando, prohibirte a las horas de cocina, fregado, o comida, olvidarte dentro del armario en el gimnasio, no meterte en el baño - sólo cuando voy a sentarme por largo rato y así te pongo en tu sitio, comemierda - meterte dentro del bolso unas horas, ponerte en modo de avión y, por ratos, desconectarte.

(Suena de repente y me vibra el móvil) ¡Por suerte no voy sobre la moto! Puedo atender la llamada.

Es mi hija.

Desde Cuba.

Los dejo.

Seguimos el tormento anterior luego. Tengo que atender esta llamada.

Puedo verla sentada en un wifi-parque. ¿Gracias a Dios?, conectada. Pero me enseña el cielo oscuro pletórico de nubes negras que se avecinan, a lo lejos. Me preocupo. Porque ella tiene que esperar una guagua que la lleve hasta la carretera de entrada a su casa. Y caminar bastante, para llegar a bañarse con agua fría o tibia, no sé, comer lo que haya, ver lo que se pueda en la tele, o quedarse dormida perdida tras una serie en su laptop, para volver a la escuela mañana. ¿Por qué tenemos que estar lejos?

¿Y tú de qué te quejas? – me pregunto por dentro, mientras contemplo extasiado la imagen de esa personita que adoro, extraño y añoro en mi necio, tonto, memo, idiota, alelado, aturdido, fatuo, ignorante, imbécil, lelo, palurdo, zoquete, estúpido, tarado babanca, badulaque, bodoque, borrico, mameluco, metepatas, papanatas, pasmado, simple, simplón, bobalicón, vacuo, burro, majadero, mentecato, ñoño, obtuso, pazguato, tarugo, retrasado y zopenco móvil barato y de turno

Me quejo de que la repuñetera residencia no me llega. Y mi permiso de trabajo está al vencerse. Por ende, se vencerá mi licencia. Quedo al garete. Sin identificación. Debo renovarlo todo de nuevo y seguir esperando. Como Penélope. No la famosa. Mi cruz es otra. La que tejía y destejía. El colmo de la paciencia. Perseverar.

Para poder volar a abrazar a mi hija, a mi madre y a mis amigos.

Y expresarles cuanto los extraño y les quiero.

¿Qué opinas?

COMENTAR

Archivado en:

Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Juan Carlos Cremata Malberti

Director de cine y guionista cubano. Se graduó en 1986 de Teatrología y Dramaturgia, en el Instituto Superior de Arte (ISA) de La Habana, posteriormente cursó estudios en la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños graduándose en 1990.


¿Tienes algo que reportar?
Escribe a CiberCuba:

editores@cibercuba.com

 +1 786 3965 689


Juan Carlos Cremata Malberti

Director de cine y guionista cubano. Se graduó en 1986 de Teatrología y Dramaturgia, en el Instituto Superior de Arte (ISA) de La Habana, posteriormente cursó estudios en la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños graduándose en 1990.