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¿Llegó la política migratoria de Estados Unidos a un callejón sin salida con los cubanos?

El sello distintivo de la actual política migratoria de Estados Unidos con Cuba es la desinformación. Pocas veces se estuvo tan a ciegas. Pocas veces se improvisó tanto, y se calló tanto.

Embajada de Estados Unidos en La Habana © CiberCuba
Embajada de Estados Unidos en La Habana Foto © CiberCuba

Este artículo es de hace 6 años

La decisión resonó como un portazo en las mejillas de cientos, miles de cubanos atrapados en el casi limbo de este absurdo migratorio.

Cuando este viernes, contra todo pronóstico, el Departamento de Estado convirtió en permanente lo que parecía temporal, y decidió que la embajada abierta por la Administración Obama sería oficialmente un cadáver, una sombra que opera con menos del 60% del personal que necesita, el mensaje dejó de ser sutil para ser más que directo: los cubanos ya no son bienvenidos en Estados Unidos.

O al menos no como antes. No serán más los hijos pródigos, bendecidos y por momentos malcriados. El desmontaje del favoritismo comenzó con la administración anterior, y la actual administración ha decidido perpetuarlo aunque bajo el camuflaje de la mano dura contra el régimen de Raúl Castro.

Ya todos los caminos no conducen a Miami. Ya no hay políticas que midan la humedad de los pies y decidan en función de ello si se ganan la Green Card o no.

Siempre tuve la impresión de que la eliminación de “Pies Secos, Pies Mojados” por una administración demócrata terminó siendo un ajuste de cuentas de Barack Obama con una comunidad que, pase lo que pase, ve en el Partido Demócrata a algo poco menos maléfico que el Partido Comunista.

Una administración demócrata creó esa política, otra la derogó. Y entre tanto, los cubanos exiliados siguieron abrazando al republicanismo por encima de evidencias o nuevos tiempos. Dios nunca perdonó a Adán ni los cubanoamericanos a Kennedy.

El problema es que ahora una administración republicana ha dado portazo tras portazo al bienestar cubanoamericano: entre el mar estrecho que separa a Miami de La Habana, ha quedado un mar de cubanos varados en aquella tierra sin poder reunirse con los de esta.

A estas alturas justificar el cuello de botella creado desde septiembre último con el desmontaje de la embajada estadounidense en La Habana, con los ataques sónicos -que ya no se sabe si fueron sónicos o no, según reconoció en el senado Marco Rubio- suena hosco, romo, vacío.

Aun para quienes estamos convencidos de que algo ocurrió, que las víctimas están ahí, fueron atendidas en UM en Miami, y que los Estados Unidos desde luego debían responder, el matiz de la respuesta es el que no acaba de cuajar. No hay que ser politólogo de raza para advertir la jugarreta: demasiada reacción para tan poca acción. Hay demasiado perjuicio migratorio para tan poca prueba en la mano.

Dos decenas (hasta inicios de 2018) de delegaciones del FBI, cientos de entrevistas, recopilaciones de datos, montañas de archivos… y poco o nada se sabe de qué pasó con los diplomáticos estadounidenses y canadienses.

Pero en tanto, que paguen los cubanos que siguieron disciplinadamente los trámites migratorios legales. Los que no se lanzaron al mar o no cruzaron fronteras. Que paguen los que esperaron pacientemente por reclamaciones o visas fiancé o cualquiera de las categorías legales, y que tenían sus fechas de entrevista y rezaban cada noche porque nada les aguara la fiesta.

A esos, el Departamento de Estado les cobró plata no reembolsable por entrevistas que perdieron, les dio forward hasta Bogotá a que se buscaran la vida allá, y ahora les avisa de que esto que parecía un período de contingencia, será la normalidad.

Para colmo de desconcierto, mutis total por las 20 mil visas anuales que a todas luces ya parece imposible que se otorguen en este 2018, salvo una maratón final por la que nadie apuesta.

El sello distintivo de la actual política migratoria de Estados Unidos con Cuba es la desinformación. Pocas veces se estuvo tan a ciegas. Pocas veces se improvisó tanto, y se calló tanto.

Los Estados Unidos y su actual administración deben terminar de trazar una política fija e inconfundible hacia Cuba y su emigración. Lo mismo una mano dura total que incluya también levantar el puente para los cubanos que decidan emigrar, dejarlos allá sin medias tintas o disimulos; o establecer un sistema migratorio fiable y justo, donde los cubanos no deban pasar por terceros países y terceras embajadas para poder llegar a su verdadero destino.

Y los senadores y congresistas elegidos de este lado del mar por esa misma comunidad cubana deben probar ahora que sirven para algo más que lanzar fáciles consignas anticastristas y merendar en la ventana del Versailles. Por ejemplo, definirse ellos también: a favor o en contra de la emigración cubana. Será un dato útil para recordar en el próximo llamado de las urnas.

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Ernesto Morales

Periodista de CiberCuba


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