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Memoria del Exilio: "A la bartola"

Juan Carlos Cremata lelva dos años en Estados Unidos, no le ha llegado la residencia y perdió su permiso de trabajo. Se ha ido a relajar a una playa nudista en Miami.

Juan Carlos Cremata Malberti © Cortesía del autor
Juan Carlos Cremata Malberti Foto © Cortesía del autor

Este artículo es de hace 5 años

Justo el día en que cumplí dos años de residir en Estados Unidos, se me venció el permiso de trabajo y, por ende, la Licencia de Conducción. Que en este país sirve, además, como documento de identificación.

Hasta nuevo aviso, he pasado a ser un “cero a la izquierda”, un “venido a menos”, un “con él, no cuentes” o un “si te he visto, no me acuerdo”.

Lo bueno de todo, es que ya me estoy acostumbrando.

Desperté temprano con la, muy amable, llamada de una secretaria de la escuela, donde imparto clases.

- Mira, pipo, el asunto es que lo de tus papeles, complica las cosas. Así que vamos a tener que esperar a que los resuelvas, para que puedas seguir trabajando.

¿Qué se hace, entonces, cuando no queda más nada que hacer, al menos, en el sentido que la vida parece estar tomando?

¡Celebrar!

Halouver, la mundialmente famosa playa nudista del sur de la Florida, fue esta vez la locación escogida. A menos de una hora de casa. A mi amigo y a mí, se nos iluminó la vista. Y, ya que soy nulidad – no importo ni pi… y no valgo ni cojo… - preferí pasarme el día, encuero en pelotas, protegido del sol, cerca de la caseta enhiesta, de un salvavidas, lamentablemente ausente, de su puesto laboral.

Aquello es como una gran potajera, a cielo abierto. Autorizada. Hasta un límite. “La barranca de todos” que se gozó Martí. Un huéleme la colchacon revolcadera. Un festival de tetas, bolas, nalgas, pijas, totas, chochas, barrigas, pellejos, músculos, rollitos, pelos, barbas, bigotes, chivos, pendejos, melenas, calvicies, imberbes, lampiños, pelad@s, pelud@s, pilimpinpud@s, miradas perdidas, vistas extraviadas, afanes contenidos, glandes, colgajos, testículos, huevos, vulvas, grajos, sobacos, pezones, prepucios, archipiélagos, bahías, terrazas, parterres, garages, barbacoas, balcones, patio trasero, “works in progress”, six packs, liposucciones, botox, voluptuosidades, chichos,“sal pá fuera” y epicureísmo. El imperio de los sentidos, en la capital de la rascabuchadera.

Un inmenso carnaval carnal – auténticas carnestolendas – sin enmascaramientos, o glamour alguno. E hiper-trasnochado de desvergüenzas, concupiscencia y desinhibiciones. Cuerpos de todo tipo. De todos los colores. De todos los tamaños. De todas las edades. De todas las medidas. De todos los grosores. Incluso, los más groseros. De todos los gustos. De todos los sabores.

No era la primera vez que visitaba un lugar así.

Recuerdo, hace años, en un vuelo de París a Madrid, haber conocido a un ex-piloto de Cubana de Aviación - dedicado ya, por ese entonces, a lidiar con barcos - que devino, más tarde, en un amigo entrañable. Tenía un apartamento, al sur, de Gran Canarias. Y me invitó a vivir lindos días, a su lado, en esa bendita tierra. A la que me interesaba, específicamente, visitar, por ser la región de mis ancestros. Que son del centro de la isla. Dónde se produce un dulce, único en el mundo, que se llama: BIENMESABE.

Bueno, pues, mi amigo vivía en una zona que se llama MASPALOMAS. Y cuando tuve, por primera vez, la ocasión de encuerarme delante de todo mundo, lo dudé un segundo. Por un breve instante, me sobrecogió una banal sensación de vergüenza. Pero una vez que me quité la trusa, la sensación de libertad interior fue, aún más intensa, e inmensa, que la experimentada exteriormente. Durante toda una semana, fui una paloma más.

Como ahora. Desnudo a granel. A destajo. Por un tanto alzado. Por la cantidad ajustada. De cada cual, según su capacidad y a cada cual, según su necesidad. En oferta. Running out of business. Coming soon. Regalado, fiado y al por mayor.

Como pregonaba Pello, el Afrokán: ¡sin miseria!

Estaba la playa muy linda.

Todo el mundo estaba en la playa.

Alberto - el militar - la niña con la muñeca sin brazos, Pilar, la madre, el padre, los ricos, los pobres, la mariposa, el coche y hasta el aya de la francesa, con sus ridículos espejuelos fantoches. Además de algunos, muchos, otros, floripondios carmesíes. Tendidos, como sábanas, bajo el astro rey. Cual caguamas, o camaleones, sedientos de aplacar el calor con sus pieles.

Un tipo se le “encarnó” a mi amigo. Le “fajó” fuerte. Se le escapaba el ansia por los ojos. Quería… ya, ahora mismo, y, de todos modos,merendarse hasta su raspita. Casi, casi, que hubo que pedirle una orden de alejamiento, a su desmedido acoso babeante. Obligarlo, cordialmente, a distanciarse, no impidió el que siguiera ofertando su lascivia, e impudicia, desde lejos. Por control remoto. Desfachatez transmitida, en vivo y en directo. Desde el lugar de los hechos. ¡Tanto!, que preferimos invitarlo a acercarse, a tomarse un trago a nuestro lado.

Era un peruano, de 61 años, que viajaba frecuentemente - según el cuento que nos hizo - entre Brasil, Viena, Fort Lauderdale y Estocolmo. Aunque se expresaba como alguien que, era la primera vez, que ponía un pie fuera del Cuzco.

Dejé a mi amigo sólo, lidiando con su empecinada vetusta conquista, o el embiste obstinado ante aquel descendiente de inca, con su descocada adarga enhiesta y su deseo derramado a flor de piel.

Tal y como vine al mundo, me lancé al mar. A pedirle - en grande - a Yemayá, que“me tirase, please, un cabo”. Vaya, cosas sencillas. Nada imposible. Como que se me resuelva el maldito problema, de mi dichosa residencia. Para poder ver de nuevo, cuanto antes, a mi mamá y a mi hija. Y poder encausar mi vida, como sea, en este nuevo mundo que me rodea.

- Es que Elegguá, parece, que está comiendo mierda – le comenté – Por eso le he retirado todo el dulce de su dieta. Yo sé que tú peleaste mi cabeza. Te pido, por favor, que me ayudes.

Acto seguido le vocalicé su canto, aprendido, al vuelo, en varios toques de santos. Y en muchas más funciones, a voluntad obligatorias, en las temporadas del Folclórico Nacional.

“Yemayá, asesú, asesú, Yemayá. Yemayá olokum, olokum Yemayá.

Y se la interpreté a solas. De cara al océano, extenso, desplegado, expedito y holgado. Varias veces. En distintas versiones. Desde la operática, a la repartera. Pop, rock, country, new age, reggae, swing, jazz, salsa, timba, merengue, canción-protesta, trova, mozambique y onda chaonda. Antes de sumergirme, con un clavado, de un tiro, en el agua. Tengo fotos un poco obscenas, que atestiguan ese instante. Pero he de evadir la censura medieval, que reina en el imperio, de la mormona Facebook. Para recibir la bendición de la reina azul incalculable. En cada poro. En cada órgano, o fluido corporal. En cada célula. En cada uno de mis microorganismos.

Al volver a la arena encendida, comprobé que mi socio del alma, había desterrado al inoportuno aimara. ¿O era quechua? ¡Qué se yo! ¡Santas sean la paz y la tranquilidad del orbe!

Pero, también, me percaté de que no habíamos previsto el uso de protector solar alguno. O sea, que, como resultado de la jornada, tendríamos garantizado una perfecta quemazón, en nuestros mustios, desvencijados y desteñidos culos.

Alguien me había advertido por esos días, una enseñanza inolvidable. Fracasar es un escalón hacia el éxito. Se aprende más con el error, que con el acierto. La próxima vez, no me pasará lo mismo. Por lo ahora, sólo arderá el pandero, un poco, al sentarse.

Como quién no quiere las cosas, sonó, de repente, el teléfono.

Era el decano de la escuela. Había hablado con los abogados y se arriesgaban a seguirme empleando. Me necesitan. Eso estimula. Aunque, por otro lado, me echa a perder los planes, de mandarlo todo al carajo, que ya había tomado anteriormente.

La Virgen de Regla es, sin lugar a dudas, super eficiente.

Marcha atrás. De vuelta a lo que veníamos haciendo. Tocaba regresarnos, a la ya rutina cotidiana, con el trasero incandescente. Habíamos venido a celebrar el desempleo, ¿no? Debíamos festejar, también, entonces, la vuelta a la colocación. La reincorporación, sudorosamente activa, a las fuerzas productivas de la sUciedad, a nuestro alrededor.

¡Adiós a los reptiles en paro!

NOTA AL MARGEN: A partir de aquí, comienza otro relato más de mis escarceos sexuales. Y lo aviso, sobre todo, para aquellos que se irritan con lo que uno goza. Quienes viven acomodados a una programación “dirigida desde arriba”, sepan que, hace rato, y desde hace mucho tiempo, es lícito y recomendable, cuando no nos gusta algo, el cambiar de canales. No tiene, usted, ya, que recondenarse oyendo, viendo, o leyendo, un discurso que no le cuadre o agrade. Si, de todas maneras, quiere exteriorizar su odio, rabia, militancia o envidia, en comentarios ofensivos y soeces, pues…, nada, sea feliz lanzando sus podridas, deje plasmado su pasión por la negatividad, o su vocación a censurar lo que otros, de todas formas, hacen, dicen, piensan, viven y sienten, de una manera diferente a la suya.

Al regreso, tropezamos con un parrandero, sencillo bar, bien pequeño. De nombre, para esta crónica – y evitar, así, una posible demanda -Jubileé. Con una bandera enorme multicolor, encima de una esmirriada puertecita blanca. Dentro, estaban, únicamente, un boldman, que actuaba como bartman. Y en una esquina, al fondo de la barra, pegado a su móvil, un solitario cliente. Bien guapo, según lo que dejaba entrever la penumbra. Buena figura en camiseta, short y gorra, negros. Combinadas con medias blancas y botas, de cuero amarillas. Un clásicopinguero estadounidense. Luego supe, que, en realidad, era caraqueño. Mi amigo pidió una cerveza. Y yo me antojé de un vodka, con zumo de arándano. ¡Cosas mías, de últimamente!

Conversábamos un poco, cuando, de repente, veo, a la espalda de mi interlocutor, al pepillo venezolano, sacarse su aparato reproductor, para, con saña y alevosía, frotárselo ante a mis ojos. Como si fuese la lámpara de Aladino, en versión cachonda, lironda y llanera. Yo no podía creer lo que estaba pasando. Bajito, le hice el comentario a mi socio, quien intentó darse vuelta. Mas, el personaje tenía una rara habilidad de camuflar su voluptuosa actividad, en fracciones de segundos. Mi partidario no me lo quería creer. Pero cada vez que le daba la espalda, volvía el tipo a rayarse una paja y jugar su manuela, mirándome y en mi cara. Alternando la vista entre su móvil y mi mirada, más que deseosa, asombrada. Uno no se encuentra, todos los días, alguien que se la machuque, a nombre tuyo y en tu cara. Eso, al menos a mí, me eleva el ego, a una altura inalcanzable. Y, de paso, también el sistema inmune.

Cuando mi compañía se fue al baño, entonces, el chamo, o pajarito, se armó de coraje, aprovechó, y se paró frente a una enorme pared de espejo, descubriendo todas sus íntimas partes, adornadas con un, muy sensual, cock ring, de goma negro. Y comenzó, con rabia, a masturbarse, al ritmo trepidante de la música que se escuchaba por los altavoces. Bom, bom, bom, bom.

- ¿Quién es este? ¿Qué le pasa? – le pregunté al que servía los tragos.

- Viene siempre. Y siempre hace lo mismo. Le gusta que lo miren. Pero… (silencio orgánico) ¿Y qué es lo que le gusta, al que viene contigo?

La interrogación me tomó por sorpresa.

- No sé. Pregúntale a él, cuando vuelva.

Yo no sé si entendió, con aquello, que yo quería decir “carta abierta”, pero se fue corriendo a la puerta de entrada, le activó un pestillo, y con la misma, se dirigió al baño, advirtiéndome, tras un profundo y marcado acento sinaloense-norte-mexicano.

- ¡No te preocupes, yo voy a averiguarlo!

Y desapareció dejándonos solos.

Entonces…

No sé bien, señora hermosa, lo que sucedió después.

Me vi al exhibicionista intermitente tendido a mis pies.

Y “oh, toma, toma los míos, yo tengo más en mi casa”.

Templar en barra libre, hasta ese momento fue, para mí, una fantasía loca, remota e insostenible.

Al terminar, los otros dos, volvieron del “servicio”, totalmente contentos. Con una risa, cada uno, de oreja a oreja.

El joven usuario pagó “su trago” y pidió que le abrieran la puerta, para irse echando. Ni su nombre supe. Aunque, curiosamente, sólo me hizo saber su origen, después de escucharle decir, en un momento: Ay, papi, qué bueno, qué rico. Cuando me vine a dar cuenta, ya había escapado del sitio.

Hicimos mutis por el foro, también nosotros. Satisfechos, boyantes y evacuados. El cantinero, nos despidió con una sonrisa amplia. Y ni nos cobró lo consumido. Era lógico. Habíamos puesto de nuestra parte.

- ¡No se pierdan! – nos dijo.

- ¡No hay lío! ¡Ya llegamos “perdidos”! – fue la ocurrencia, con la que le respondimos.

Buscamos donde comer. Y atracamos en una Ostería Piamontesa, que conocíamos bien, pues ya mi amigo había protagonizado un escándalo, borracho, la última vez que estuvimos. No sé bien, si volvimos a pedir disculpas, por masoquismo, a que se vengaran y nos echaran de allí, o porque no nos quedaba otra opción más socorrida y a mano. Lo cierto es, que nos atendieron muy bien. Y cenamos inolvidable y apetitosamente. Para conmemorar mi segundo aniversario en el destierro, hasta me ofrecieron un dulcecito con una velita, que, al apagarla - pidiendo los consabidos deseos que arrastro hace ratos - la llevé conmigo.

Era ya domingo, tarde, en la noche.

Próximo al lunes en el que siempre le enciendo una asistencia a mi santo afrocubano. Y se me ocurrió ponerle el puñetero cirio, del restaurante italiano, en lugar de las pequeñas, esas que uso siempre, se utilizan para el té, y están revestidas de una chapita de metal.

Fui a hacer, no sé qué cosa y en un descuido, de repente, encontré a Elegguá envuelto en llamas.

¡Hay fuego en el 23!, sin Arsenio Rodríguez, ni la Sonora Ponceña.

Tuve que apagarlo con lo que tenía más cerca, que era el agua que invariablemente descansa a su lado.

Lo atajé, a tiempo, antes de que, aquello, se me convirtiera en el cuarto de Tula.

¡Pobrecito! ¡Yemayá, vieja, aprestaste!

Yo me quejé de él, pero nunca, para que lo frieras en candela. Ni tampoco era mi intención crear conflictos, allá arriba, con mi caso, en las más altas esferas.

Uno de sus carritos de juguete, quedó todo chamuscado.

Y el frente de la cestica, donde habitualmente descansa, está hecho una ruina; prieta, carbonizada.

Debo encontrar, cuanto antes, el modo de repararla.

Quizás IKEA me dé una idea.

¿Con qué dinero?

¡Ya inventaré!

¡La vida es una invención!

Tres días después, coincidiendo con el “cambio” de mando en Cuba, los abogados cambiaron también, de nuevo, al parecer, de opinión. Me volvieron a llamar, asegurándome que mi plaza estará esperando a la radiante, e inminente, consecución de mi estado legal para laborar, pero que, por lo pronto, nananina y calabaza, calabaza, cada uno para su casa.

Debo tomarme estos días, un forzoso descanso. Como una obligada vacación de verano, para nada, remunerada. Toca perder. Y ahorrar mucho. En extremo.

Le haré un homenaje, particular y sentido, al Camarón Encantado. Abogando por el derecho de Masicas, al sufragio universal. Y, de paso, por la reivindicación del ama de casa, frente a las arbitrariedades, machistas y decadentes, del sucio Loppi, que, desde siempre, ha querido hacerse la víctima. Y aparenta ser el buenazo del cuento. El que tiene tienda, que la atienda.

Ya que no puedo ser parte rampante, del resto de esta población, creciente, pudiente y pujante; diseñaré, aún más, mi huella personal, en lo adelante. Trataré de hacer, mucho, mucho, mucho más, de lo que me interesa. Lo que me cuadra y me hace, en definitiva, sentirme dichoso.

Lo que señala mi lugar entre tanto cielo, tanta inmensidad y tanta tierra.

¡Haré lo que se me da la gana!

Deus dará, canta conmigo, al oído, por ahora, Chico Buarque.

Aunque luego, me reitera en otra inspiración: Oh, ¿qué será? ¿qué será?

¡Que sea lo que Dios quiera!

Ya me da igual.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Juan Carlos Cremata Malberti

Director de cine y guionista cubano. Se graduó en 1986 de Teatrología y Dramaturgia, en el Instituto Superior de Arte (ISA) de La Habana, posteriormente cursó estudios en la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños graduándose en 1990.


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Juan Carlos Cremata Malberti

Director de cine y guionista cubano. Se graduó en 1986 de Teatrología y Dramaturgia, en el Instituto Superior de Arte (ISA) de La Habana, posteriormente cursó estudios en la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños graduándose en 1990.