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De Niro y la Cuba de Decreto 349

En tiempos en que un Decreto 349 amordaza al arte cubano, la imagen de Robert De Niro sonriendo al títere designado para representar a ese poder es descorazonadora.

El actor Robert De Niro junto al gobernante cubano Miguel Díaz-Canel © Cubadebate
El actor Robert De Niro junto al gobernante cubano Miguel Díaz-Canel Foto © Cubadebate

Este artículo es de hace 5 años

Robert De Niro le pegaría un puñetazo a Donald Trump, pero estrecha la mano de Miguel Díaz-Canel. Yo estas cosas de veras que no las entiendo.

No las entiendo porque doy por sentada la inteligencia de Robert De Niro, como la he dado por sentada en Sean Penn, o en Oliver Stone, o en decenas o cientos de actores o cineastas con carreras extraordinarias de un lado, y polémicas inexplicables en terreno político.

Y cuando hay inteligencia, y acceso a la información, ser incoherente políticamente no es una opción permisible.

Cuando Robert De Niro expresó públicamente su malestar con la presidencia de Donald J. Trump daba voz, sin duda alguna, a un sector colosalmente amplio de la intelectualidad y el arte estadounidenses, que se ubica siempre en el ala liberal de la clase y al que la administración actual le escuece en sus esencias. Es comprensible. Eso, al menos, es coherente.

Lo que no es coherente es que el mismo razonamiento que lleva a De Niro a denigrar al presidente democráticamente electo de su país, le disguste o no, se haga humo cuando recibe con bombo y platillo al representante de una cruel y descarada dictadura que, por definición, también contradice todo lo que el ala liberal de De Niro suele defender y encarnar.

Y molesta, porque ninguno de los presentes en esa recepción a Díaz-Canel en el Dakota (en cuyas afueras balearon a Lennon) se caracteriza por ser un adalid de los cambios en Cuba.

Twitter/ @JoseRCabanas

Me explico.

Si el talentosísimo Darren Aronofsky, uno de los directores más grandiosos de la actualidad, llevara pública y conocidamente una agenda de transformación para la sociedad cubana, yo entendería este agasajo neoyorkino a Díaz-Canel. Sería una manera de amasar el futuro a través del que presumen podría ser un agente de cambio. Por más que él lo contradiga en sus discursos públicos.

Pero no es el caso. Ni Aronofsky, ni De Niro, ni prácticamente ninguno de los que sirvieron en bandeja a la propaganda cubana sus caras durante la recepción del Dakota, son conocidos precisamente por activismos cubanos. Ir a La Habana a espantarse un puro no cuenta como activismo, por cierto.

¿Entonces a qué viene ese desenfreno por lucir galas con un tipo cuyo gobierno simboliza la antítesis del liberalismo, de la apertura mental, de la libertad individual?

A qué viene ese desenfreno por lucir galas con un tipo cuyo gobierno simboliza la antítesis del liberalismo, de la apertura mental, de la libertad individual

Algunos la llaman estupidez. Otros, ignorancia. Yo, según dije arriba, termino por no entenderla.

Cuando he visto en el pasado a Sean Penn rescatando ahogados, literalmente, en botes que surcaban el infierno de New Orleans durante Katrina, he sentido un respeto infinito. También cuando cargaba sacos de comida para los sobrevivientes del terremoto de Haití. Eso es incontestable. Pero luego ese mismo Sean Penn se hace querer por Hugo Chávez, por ejemplo, con todo el descaro inmoral del mundo, y uno termina sin saber cómo explicarse el asunto.

¿Qué sacan? Absolutamente nada. Al menos García Márquez tenía, para su affaire castrista, la coartada del juego político de alto vuelo: sus sentadas con Bill Clinton como intermediario de Fidel Castro son historia de peso. Y tenía la coartada de la amistad con el dictador, al que conocía décadas antes de serlo. Pero estos oscarizados de Hollywood, ¡ni eso!

Solo sacan un romanticismo naive, pasado de época y contexto, que sirve a una causa -la del propagandismo castrista- y daña a los pocos que besarían la mano de De Niro con vehemencia real y no por conveniencia politiquera. Los artistas cubanos.

En tiempos en que un Decreto 349 amordaza al arte cubano y circunscribe la expresión artística a un margen de legalidad altamente volátil, peligroso y útil para los excesos represivos, la imagen de Robert De Niro sonriendo al títere designado para representar a ese poder es descorazonadora. Que alguien se lo susurre al Raging Bull, por favor.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Ernesto Morales

Periodista de CiberCuba


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