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María Josefa "Pepa" Lamarque: la no muy conocida pintora cubana, retratista prolija y dominadora de los paisajes

María Josefa "Pepa" Lamarque (Guantánamo 1893 – La Habana 1975) tuvo la mala suerte de competir en época, talento y relevancia con una vaca sagrada que se la tragó sin compasión: Doña Amelia Peláez.

En el Museo Nacional de Bellas Artes está su obra "Paisaje de puentes grandes" © CiberCuba
En el Museo Nacional de Bellas Artes está su obra "Paisaje de puentes grandes" Foto © CiberCuba

Este artículo es de hace 4 años

Ella es otro fantasma de la plástica isleña. Su nombre permanece casi anónimo, oculto bajo el brillo de otros pintores patrios, mejor tratados por la Historia.

María Josefa "Pepa" Lamarque (Guantánamo 1893 – La Habana 1975) tuvo la mala suerte de competir en época, talento y relevancia con una vaca sagrada que se la tragó sin compasión: Doña Amelia Peláez.

A pesar de que Amelia era en estilo, casi el contrario estético y conceptual de Pepa, ambas compartieron época y carrera; las dos simbolizaron la diversidad de tendencias pictóricas de la primera mitad del siglo pasado, con resultados nefastos para la guantanamera.

Amelia fue lista, revolucionaria y ruidosa con su obra, que "entregó" gustosa al régimen castrista, a cambio de ocupar el podio de las pintoras oficiales (y oficialistas). Pepa Lamarque, más humilde, callada y silenciosa, desarrolló su obra con modestia y sin ánimo de trascender, y no le hizo boquitas al castrismo. Eso la condenó casi al anonimato perpetuo; la conocen los entendidos en arte, algunos de sus admiradores, y poco más.

Mientras Amelia no se complicó mucho la vida y atacó el "cubismo fácil" con su cromatismo naif, que terminaría haciéndola célebre, María Josefa perfeccionó una técnica purificada, un dibujo excelente y una paleta cromática sofisticada y hermosa, a la que todavía hoy es difícil encontrarle rival entre las pintoras cubanas.

Pepa fue durante mucho tiempo la reina silenciosa de las naturalezas muertas, una retratista prolija, dominadora de los paisajes, los entornos domésticos y los detalles. Pero su arte se entendía entonces como la simple continuidad de otros pintores hombres que la precedieron, mientras Amelia era "la modernidad" del cubismo que hacía furor en la Europa picassiana y la Cuba de Lam, maestros del estilo.

Paisaje de puentes grandes ca. 1923 / Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba

Pepa era el equilibrio, la quietud y la delicadeza; Amelia era la alteración de las geometrías, la angulosidad y la simpleza. "La selección refinada de matices y ambientes de una fue el anverso de la experimentación modernista con formas y colores de la otra", explica el pintor y crítico Miguel Flores.

Eran las dos caras de una misma moneda, y -por desgracia para Pepa- sus desempeños corrían de la mano: eran amigas, las dos estudiaron en San Alejandro, se iban juntas a recorrer La Habana con sus caballetes en busca de lugares que las inspiraran (busquen "Rincón de Puentes Grandes" (1924), un paisaje de Pepa representativo de esta etapa que aun debe estar colgado en el Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba), las dos ingresaron en The Art Students’ League, de Nueva York, viajaron a Europa en la misma época y contactaron con los artistas y las corrientes más modernas del momento.

Me molesta ahora un poco tener que hablar de Amelia, siendo mi interés resaltar la obra de Pepa, pero es que estaban siempre juntas. Juntas participaron en la exposición de Arte Nuevo, que organizó el llamado "Grupo Minorista", una formación de intelectuales y artistas habaneros que promovieron la estética vanguardista en Cuba y juntas aparecían en exposiciones colectivas, pero siempre Pepa a remolque de Amelia.

"Pepa se dio a conocer con su participación en los concursos de pintura de la Academia Nacional de Artes y Letras. Se presentó con Figura de mujer (1915), El violinista (1916), Rincón de Puentes Grandes y Rincón Colonial (1924), con ésta última obtuvo el premio de paisaje del año. También en 1924 expusieron juntas cincuenta obras; por las de Amelia Peláez destacaron Cañas bravas, Barcos de Regla y Triste camino, entre otras. Lamarque quedó para siempre influenciada por las clases de Leopoldo Romañach (Las Villas 1862–1951), en tanto Amelia decantó su estilo en los contactos con la pintora rusa Alexandra Exter, después de 1927", describe Flores en su reseña sobre la artista.

Pero María "Pepa" Lamarque parecía destinada a pernoctar para siempre bajo la larga sombra de su amiga revolucionaria, pero la sobrevivió, y poco antes de morir, a los 86 años, expuso en la galería que lleva el nombre de su amiga. Allí curó ella misma su última muestra en 1974, titulada "Exposición de Flores".

A esas alturas, Amelia ya había alcanzado la cumbre postmortem, y la atención del público, la crítica especializada y el mercado de arte, mientras la humilde Pepa debió conformarse con el rincón gris que le dejó el arte revolucionario a los plásticos tradicionales, apenas un "anexo" en el catálogo del arte cubano. del siglo XX.

Siempre que me viene a la mente su nombre no puedo evitar recordar aquella viñeta humorística española de melissa hindell: "A mí lo que me gusta es pintar flores". La dejo en los comentarios, para que rían un poco, después de llorar por el olvido de Pepa. Sirva esta pequeña crónica para homenajearla y presentarla a las nuevas generaciones de cubanos, desconocedores de su genialidad y su talento.

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Carlos Ferrera Torres

Arquitecto, escritor y guionista nacido en La Habana, reside en España desde 1993, donde ha desempeñado su labor profesional como guionista de ficción y realitys en productoras de televisión como Magnolia y Zeppelin TV. Ha escrito varias piezas teatrales estrenadas en USA, Grecia, Argentina y España


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Carlos Ferrera Torres

Arquitecto, escritor y guionista nacido en La Habana, reside en España desde 1993, donde ha desempeñado su labor profesional como guionista de ficción y realitys en productoras de televisión como Magnolia y Zeppelin TV. Ha escrito varias piezas teatrales estrenadas en USA, Grecia, Argentina y España

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