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La pirotecnia de La Habana nos lo recuerda: somos mal nacidos por error

Por infamias como colar unos vivas a Fidel entre los fuegos artificiales que festejaban los cinco siglos de la capital cubana, es que dan músculo a sentimientos anti-habaneros, ¡incluso en aquellos que nacieron en La Habana!

Pirotecnia de La Habana recuerda a Fidel Castro. © CiberCuba
Pirotecnia de La Habana recuerda a Fidel Castro. Foto © CiberCuba

Este artículo es de hace 4 años

Por eso, por cosas así, por deslizarnos detallitos mal habidos como esos, han logrado alimentar sentimientos que podrían parecer en teoría contradictorios. Pero no lo son. Son perfectamente comprensibles, aunque sean dolorosos.

Por infamias como colar unos vivas a Fidel entre los fuegos artificiales que festejaban los cinco siglos de existencia de una ciudad mística y fascinante como La Habana, es que logran vitalizar sentimientos anti-habaneros, ¡incluso en aquellos que nacieron en La Habana!

Las muestras están ahí. Las he ido palpando durante toda esta última semana en que los tambores por el festejo de la capital cubana se hacían más fuertes cada vez.

Habaneros desencantados, o desinteresados, ofendidos, descreídos. Habaneros que preguntan festejo por qué, o para qué. Habaneros de nacimiento o de adopción que prefieren ni hablar de un aniversario 500 que les suena más a embuste que a devoción genuina.

Y esto es terrible porque esos habaneros sufren y adoran su ciudad el doble que cualquiera de los grises mequetrefes que la enlodan cada día. Y porque La Habana es un pedazo de ciudad. Lo digo yo, que no soy habanero, y que caminando por ciertas callejuelas de Manhattan he terminado sintiendo, de alguna inexplicable o vaporosa manera, parecidos razonables entre la capital del mundo y la capital de los cubanos.

Y lo dice la historia del arte y la clase, la historia de negocios que no llegaron a florecer por la pandilla de facinerosos que llenó a La Habana del fango de sus botas, provocando un daño tan irreversible como que Las Vegas sea hoy lo que es gracias a que La Habana no pudo serlo.

Quien quiera saber el esplendor indomable de La Habana pre-desastre que lea Fe de Vida, de Dulce María Loynaz. O que lea La Habana para un Infante Difunto, de Cabrera Infante. La comparación de lo que fue y lo que es da deseos de llorar. La comparación de lo que es y lo que pudo ser, da deseos de morir. Como de París, también de La Habana pudo Hemingway decir que era una fiesta.

Pero una ciudad con tanta alma y tanto amor ha sido corrompida con tanta saña y tanto empeño, su corazón ha sido astillado con tanto acoso y derribo, que en los fuegos coloridos de su oda a la vida pone el nombre de quien le condenó a muerte.

Graficar unos vivas a Fidel Castro en el cielo habanero durante una celebración fundacional equivale a inaugurarle un sitial de honor al SIDA en el corazón del Congo.

Son expertos dando comida al antipatriotismo, al auto destierro, sentimientos que a nadie le gusta experimentar, pero a veces no queda otra opción.

Por eso, tantos cubanos creamos hábito en eso de irle a Cuba en contra en cualquier torneo de béisbol. Si los propios deportistas cometían la afrenta de ligar las medallas al hombre que nos desguazó la nación, si detrás de cada batazo o fildeo estaba el "invencible Comandante en Jefe", ese equipo nos era a muchos hostilmente extraño, rencorosamente distante.

Para los cientos de miles, quizá millones, de habaneros desperdigados por todo el mundo, los que cargan a cuestas con un maletín de añoranzas, dolores y melancolías mal curadas, los 16 mil fuegos artificiales de La Habana con Fidel Castro enseñoreado entre ellos es una pestilente manera de desterrarlos un poco más aún.

Después no entenderán el rencor y les llamarán mal nacidos por error.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Ernesto Morales

Periodista de CiberCuba


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