APP GRATIS

Memoria del Exilio: "Borrarme"

Si algunos artistas se van - como fue el caso mío - es porque los matan allí. ¡Y en vida! Porque el que no piensa igual que ellos, no tiene ni voz, no merece respeto, ni voto, ni atención.


Este artículo es de hace 5 años

No hay motivo alguno para asustarse.

Pero esta semana experimenté desaparecer.

Casi durante todo un día.

A veces, se necesita espacio para nadie más que uno mismo.

Apagué el teléfono y me evadí del mundo.

Ensillé a OBBA como único reino. Y escapé. Sin rumbo.

Hasta donde pudiera llevarme la suerte.

Y me alcanzara el combustible.

El viento pegaba fuerte de frente a mi fogosa intrepidez.

No pensaba en nada más.

Desaparecer del mapa.

Multiplicarme por cero.

Perderme sin rastro.

No dar razón de mí.

Irme sólo por ahí.

Ser asunto cerrado, cuestión zanjada.

Ajustar cuentas con la historia y mi organismo rector.

Tirarme a ciegas contra la oquedad y apropiarme del silencio.

Llegué hasta los nichos de un puente sobre el mar.

Donde duermen algunos desamparados.

Desclasados sin otra esperanza que lo que la brisa del océano les trae desde lejos.

El cielo respiraba invadido por unos cuantos drones. Cual basuritas en los ojos, empañando la vista.

Ya es cada vez más difícil saborear naturaleza pura.

Rogué al más allá - si es que existe - por una señal.

Casi, casi, que extorsioné en ese amague de plegaria. *

*¡Cachita, o me das un norte o me cago en tu madre!

Rebuscando algo que me permitiera continuar entre tanta desidia y poca gracia.

O seguir, en cambio, los pasos de todos aquellos que se desvanecieron de sí, antes de mí.

De improviso, una música medio celestial sentí.

Acarreando la alusión a una tonada familiar.

Era un carrito repartidor de helados. “Oh, my God!”

*Omg!

Como los que había en Cuba cuando éramos niños.

¿Te acuerdas, Julito?

Salíamos disparados - como Juana que se despetronca - para alcanzar paleticas.

Y ahí estaba. Sin colas, sin discusiones, sin acaparadera* de galones para luego recholatearse, en privado, el usufructo.

*Lo correcto es acaparamiento.

Con el sugerente nombre El Suavecito.

Y más que en la musiquilla corta, melosa, supra-hiper-mega-repetida-hasta-el-cansancio, pensé en la frase de nuestras calles, que receta sabiamente: “Pá que se te dé, cógelo suave”.

Así preferí interpretarlo.

Lo que, en versión libre para telenovela lacrimógena, vendría a ser “Llora ahora, que luego, en el capítulo final, tendrás tu postre”.

A su debido tiempo.

Cuando avance el argumento.

Después. Posteriormente. Seguidamente. Pronto. Prontamente. Por consiguiente. Por tanto.

Palpé al bolsillo donde no es nada habitual encontrar algún remedio. *

*Vestido de caramelo.

Nada dulce hallé entre mis zurcidos y entuertos.

Y me sentí más pelao que cabeza rapada de becario incipiente.

Mi cuenta bancaria es mezcla de risa, lástima y urgente necesidad de transfusiones, con una tranquilidad pasmosa.

Es como asomarse a un pozo. Sin agua. Baldío. Y ni atisbos de esperanzas.

A través de una no declarada bahía, pude ver como llovía, torrencialmente, sobre el sitio donde, a duras penas, me detengo y pernocto.

Reclamé un nueva señal. *

*¡Otra, chica, que me estoy volviendo viejo y medio tonto!

¡Esto no puede quedarse así, coño!

Necesito más suspense. Una peripecia que tuerza, algo que desencadene un cierre - con o sin gracia - para esta inoperante y patética tragicomedia.

Nada de nada.

Lo único que vi llegar fue a una pareja, muy rara, de gays centroamericanos, con una pinta de Avengers maltratados por toda la saga de malhechores posibles.

¿Qué carajo querrá decir eso?

No entendí ni p…*

* Papa. Tubérculo. Potatoe. No sea usted mal pensado.

¡Pá allá, pá allá!

Decidí regresar.

La tormenta amenazaba con declararse.

Y ellos tenían sus trajes extraños para enfrentarla.

Pero, yo, con tanta kryptonita encima y adentro, corría el riesgo de empaparme.

Llegué a resguardo justo antes de estrenarse la hecatombe.

El firmamento comenzó a derramarse. A chorros.

Y mentí cual ICARO, segundos previos al desplome.

Pasado casi un día entero, volví a conectarme.

Cero llamadas. Nulos mensajes.

Fui NADA durante toda una jornada.

No sé si para bien.

Sólo un comentario inapropiado a una de mis publicaciones terció el vacío.

¡Cuando el mal es de cagar…”

Nocivo fue leer como ese alguien, sin conocerme, me acusa con rabia antigua y evidente latente mala leche - en medio del dolor que puedo experimentar - sobre mi decisión, cuasi lógica, de venir a sobrevivir a este país.

Se satisface, además de mis “penurias” y de los golpes que me propina la existencia.

Y hasta me enjuicia, culposamente, al no poder demostrarle, a Hollywood, el universo de todo mi talento.

Concluyendo, además, con que todo lo que me sucede es “bíblico”. Por lo que debería resignarme a pasar mis instantes postreros, en el “cementerio de los artistas” que según él - y otros bien necios - creen y maquinan que es Miami.

No le voy a responder.

No vale la pena.

El final de su alegato llama, bastante, a arrebato.

Porque irrazonable es titular así a una ciudad que no para de crecer.

Mientras que allá, en cambio, muchos de esos, como él, que cacarean y defienden sus miserias, no tienen ni siquiera donde caerse muertos.

Si algunos artistas se van - como fue el caso mío - es porque los matan allí. ¡Y en vida!

Porque el que no piensa igual que ellos, no tiene ni voz, no merece respeto, ni voto, ni atención.

Y según esa inhumana y fascista teoría-práctica, tampoco tiene el derecho a existir.

No sé muy bien si, en realidad, es de agradecer el interés de opinar sobre mi vida, en lugar de ocuparse de la suya.

Por otro lado, he de aclarar, una y otra vez, que, a mí, la tan celebrada “meca del cine” no me interesa, ni nunca lo ha hecho.

Más bien me aburre con sus “recetas rápidas y fáciles de hacer”.

Mi sueño era el Museo de Arte Moderno de Nueva York.

¡Y dos veces lo he logrado!

Forjé una carrera exitosa y profesionalmente soy un hombre súper realizado.

Por eso, repito constante una frase, que solíamos decir con mi madre: ¡Me puedo morir tranquilo!

No me interesa ser rico, ni tener posesiones, ni carros, ni casas, ni poderes de ningún tipo. Como no sea sobre el ejercicio de mi obra y persona y poder ayudar con ello al futuro de mi hija.

Es todo.

Ojalá pueda vivir lo más al margen de cualquier sistema.

Cualquiera sea su presidente, su nombre, su constitución, o forma.

Estoy de paso. Como todos.

Como pasará de largo - y ojalá sin retorno - ese pedestre socialismo castrista, castrense y castrador.

Pero antes de irme, es mi intención que sea lo mejor y lo más tranquilo posible.

Le escribí un mensaje a mi amigo americano: “Ya estoy en tu casa”

Me respondió en un segundo. “La nuestra”.

Seguido de: He intentado llamarte todo el día, pero me decía que estabas roto o desconectado. ¿Estás bien?”

Y eso bastó para encasquetarme, de nuevo - como coraza y empeño - la mejor de mis sonrisas en el alma.

“Adiós, felicidad, casi no te conocí”.

Mas, si nunca te he buscado; ¿cómo he de ser, entonces, desdichado?

¿Qué opinas?

COMENTAR

Archivado en:

Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Juan Carlos Cremata Malberti

Director de cine y guionista cubano. Se graduó en 1986 de Teatrología y Dramaturgia, en el Instituto Superior de Arte (ISA) de La Habana, posteriormente cursó estudios en la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños graduándose en 1990.


¿Tienes algo que reportar?
Escribe a CiberCuba:

editores@cibercuba.com

 +1 786 3965 689


Siguiente artículo:

No hay más noticias que mostrar, visitar Portada