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Sandra Iracema, la modelo cubana con vitiligo, confiesa que llegó a pensar en el suicidio

En esta entrevista con CiberCuba habla de la muerte de su madre, de su vida amorosa y de su carrera como modelo e influencer en las redes sociales.

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Este artículo es de hace 5 años

(Yani Gil) - La modelo cubana Sandra Iracema, que padece vitiligo, ha concedido una amplia entrevista a CiberCuba Noticias, que ha sido trasmitida en vivo en Facebook.

Sandra fue diagnosticada con esta condición a los nueve años, tras la pérdida de su madre. Al principio solo tenía unas manchitas en la pierna y detrás de la oreja, que luego se extendieron por el resto del cuerpo. Cuando entró en la secundaria la situación empeoró.

“No entendía qué era aquello. No me gusta llamarle enfermedad, es una condición; nosotros no estamos enfermos, esta es una condición estética de la piel, que nuestros melanocitos mueren, y la piel no vuelve a reproducir su color”, explicó.

“El vitiligo no tiene cura. Existen medicinas, como la melagenina, que la usé por cinco años y no me hizo nada. Me cansé de los tratamientos, son tediosos y psicológicamente te empujan al abismo, a sentirte mal, porque ves que no te curas. Hay quien ha tenido mejoría, pero todos los cuerpos no son iguales. Creo las medicinas que se siguen creando enferman psicológicamente a las personas, porque emocionalmente están pensando que se van a curar”.

Sandra sufrió bullying en la secundaria. Eso, junto a la tristeza por la muerte de su mamá, la llevó a pensar en el suicidio. Su familia se percató y recibió atención médica. Pero no olvida lo que vivió y por eso hoy es una tenaz protagonista contra el acoso escolar.

“La gente no se da cuenta, la ignorancia es muy grande. Solamente con ir por la calle me miran. Igual pasa cuando a alguien le falta un pie o una mano. Hay que ser más sensible”.

Al hablar de su intimidad, recuerda que se veía como la mujer más horrible del mundo. Sus complejos la hacían dudar del amor que los hombres podían sentir hacia ella.

Las cosas empezaron a cambiar cuando marchó a Bahamas. Su sueño siempre fue estar en la televisión y en las redes sociales, pero no sabía cómo hacerlo. Hasta que un día decidió ir a un casting donde el director se quedó admirado por su belleza y su talento.

“Lo que menos miró fue el vitiligo. Ahí me di cuenta de que lo mío era psicológico”, afirmó.

Sandra trabajó 10 años como modelo en ese país, siempre tratando de ocultar su condición. Estaba frustrada, llevaba una carga tan pesada que no la dejaba vivir tranquila. Entonces se fue a Estados Unidos y decidió que era hora de cambiar. Estaba haciendo daño a su familia, a su hijo. Y se cansó: quería ser feliz.

En Google supo que el 2% de la población padece su misma condición, y conoció muchas historias similares a la suya. Empezó a escribir lo que había vivido. Eso recomienda a los demás: que tomen una agenda y escriban el cambio que quieran en su vida.

“Apuntaba todos los días cada cambio. Fue como una escalera: hoy quiero hacer esto, mañana voy a lograr esto, luego otra cosa. Ese proceso duró dos o tres años, porque es muy fuerte psicológicamente. Hay momentos en que decaes y tiene que sacar esa fortaleza. Yo me tomo cinco minutos: en ese tiempo lloro, grito, me desahogo, y luego me digo: ‘basta’, porque hay gente esperando por mí. Así que a levantarse y a seguir la marcha”, relató.

Hoy Sandra es una mujer plena. A través de su fundación Vitiligo sin fronteras y de Internet, ayuda a personas como ella a aceptar su condición, a quererse y respetarse.

“Me di cuenta de que el vitiligo necesitaba estar en mi vida, porque a través de él he mejorado como ser humano. He cambiado a muchas personas, les he dado la oportunidad de hacer lo que yo hice: librarlos de ese dolor, de ese peso, decirles que la vida es hermosa y vale la pena vivirla, y ni una condición ni la gente ignorante nos puede quitar eso”, concluyó.

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