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Memoria del Exilio: "Lo que ha acabado siendo"

La imagen fue tomada, desde la ventana del último piso de la funeraria de Calzada y K.


Este artículo es de hace 5 años

Éstas son las ruinas de lo que fue nuestra casa, en Cuba, durante más de veintiocho años.

Así queda el lugar donde fuimos más felices.

Aunque en aquella época, ni cuenta nos diéramos.

Sólo permanece la puerta de entrada, con su fabulosa escalera - hoy super saqueada y derruida, pero, antiguamente, repleta de mármoles, mosaicos, rejas, cuadros, chapas de automóviles, carteles traídos desde varias partes del mundo, raíces colgando, antigüedades y plantas secas - el hueco de lo que fue una ventana, otra más y la puerta de salida, a la entrañable terraza, donde vivimos momentos inolvidables, que nos mantienen sobreviviendo, al recordarles, hoy día.

Nada hay ya de su sala abierta, de su fabuloso comedor, de la luminosa cocina, de mi cuarto encantado*, el de mi madre - el primero de todos - adusto, elegante, con su inmenso, oscuro, escaparate y una treintena de muñecos, tirados sobre su cama, o trepados por la paredes.

* Una vez me preguntaron, para un documental, sobre cuál era - de entre todos, los muchos, lugares recorridos - mi sitio preferido. Y no dudé en nombrar mi estancia. Aunque no la recomendaba, jamás, ni mucho menos, como espacio turístico oficial.

Ni los de mis hermanos. Cada uno con sus mundos respectivos. Ni del sitio donde editamos tres de nuestros filmes.

Ni cuenta nos dimos, del paso acelerado de aquellos tiempos, en que, en familia - que eran todos los amigos que nos visitaban - nos sentábamos, alrededor de la vasta mesa redonda, a disfrutar de torrejas, guisos, carne ripiada - casi mechada - con plátano fruta y huevo frito; entre muchas, variadas, relajadas, divertidas y frescas conversaciones, teniendo al televisor, como sonido de fondo.

Ahí vimos caer las dos torres gemelas.

Ahí nació mi sobrina Camila.

Y viviendo allí se nos fue nuestra tía, nuestra prima, nuestra abuela y mi más fiel amigo, el padre de mi niña.

Ahí dio sus primeros pasos mi hija, que es, actualmente, mi mayor y casi único, sostén.

El aire entero de la casa olía a ese mismo mar que, poco a poco - a sólo una cuadra de distancia - se la fue devorando.

Junto a las carencias cotidianas de un sistema que, también, por más que lo nieguen, o se resistan a aceptarlo, va, de fracaso tras fracaso, desmoronándose, derritiéndose, consumiéndose.

Y a su paso, acaba - insaciable - con la vida de los demás.

Mucho menos, queda vestigio alguno, del encumbrado lobby, de puntal, descomunalmente, alto, repleto de obras de arte, afiches de cine, junto a máscaras y chistes visuales. * Sólo en el libro-álbum, realizado por un fotógrafo sueco, al que llamó Habaneras, quedó constancia, en una de sus instantáneas.

* una señal de PARE, seguida por una flecha que señalaba hacia el cráneo de una vaca, por ejemplo, o el marco de una pintura del que le nacía una mano, ligados a piezas de Roberto Fabelo, Carlos Garaicoa, Reynerio Tamayo, Sirenaica Moreira, Alfredo Sosabravo, Juan Carlos Alom, José Franco y, sobre todo, nuestro primo Guillermo Ramírez Malberti, entre otros.

O de la biblioteca, atestada de libros, hasta el techo.

O de la terraza posterior, en la que se filmó una película venezolana, con la actuación de Eslinda Núñez y Manuel Porto.

O de la inmensa azotea, desde la que se divisaba, abierto, libre e inconmensurable el mar.

Y a la cual, más de una vez, nos subimos, a disfrutar de un eclipse.

O del inenarrable espectáculo de una lluvia de estrellas.

O a experimentar, desde ese sitio, la ojeada alta y alejada de un ave.

Y hasta para filmar, sin que nadie nos molestara, exigiendo controladores o castrantes permisos, muchas entrevistas, pruebas de actuación, o bailarines danzando, a contraluz, de espaldas al cielo abierto.

Ya nada de eso existe. La historia se carga a la espalda y se la lleva consigo.

Pareciera como un símil de lo que ha terminado siendo nuestra vida.

Quiero decir nuestro país.

Mas ha de leerse, asimismo, nuestro mundo.

Ahí surgieron decenas de proyectos, propuestas, amores, ensayos, ensueños y amistades.

Había espacio para todo y cada cosa alcanzaba su desahogo.

Su único inconveniente - el ser planta alta - era, al mismo tiempo, su mayor virtud.

“Mi único amor, nacido de mi único odio”, solloza, impasible, a través de Julieta, el eterno William Shakespeare, de igual modo.

Era toda una lata tener que bajar, a cebar el motor, para que nos subiera el agua de una gigantesca cisterna.

Pero siempre había, pues teníamos de vecino colindante a uno de los puntos de distribución del inapreciable líquido potable en todo el municipio.

En cambio, e irónicamente, es zona propensa a inundarse y desde arriba, cuando eso sucedía, entre huracanes, o depresiones tropicales, aquello parecía Venecia.

Y a diferencia de lo que le acontecía, a nuestros vecinos, al menos, a nosotros, no se nos ahogaban las pertenencias.

Nos abrumaba, eso sí, el continuo tintineo de las muchas goteras, cayendo sobre una cuantiosa variedad de calderos diseminados por el piso.

Recuerdo, en una ocasión, estar recogiendo sillones, macetas y hamacas, previo a la llegada de un huracán - de cuyo nombre prefiero no acordarme - teniendo, como fondo a una banda de música, norteamericana, tocando, en vivo, casi bajo la lluvia venidera, en la infame Tribuna Antimperialista, mientras el viento, precisamente, por la particular situación atmosférica, en insólita coyuntura, soplaba en contra.

Del lobo un pelo, ¿no?

Igual se iba la luz constantemente.

Hasta llegamos a pensar que no nos la quitaban, sino que nos la ponían, de vez en cuando.

Quizás, para que no nos acostumbráramos, demasiado, a divisar en la burda oscuridad.

Como quiera, estábamos, años luz, mucho mejor, que el resto de la población.

Es el bajo Vedado. El centro neurálgico de la ciudad. Una zona que califican de “estratégica”.

En medio de la - entonces - Oficina de Intereses de los Estados Unidos y la Funeraria de Calzada y K.

Entre la vida y la muerte - solíamos apuntar.

Frente a un parquecito - en forma de cuchillo - del que vine a saber, requetemucho tiempo después, que lo habían bautizado, popularmente, como el Parque de la Esperanza.

Pues, ahí se hicieron, durante años, las antológicas colas para obtener la visa norteamericana.

Muchos de los que viven ahora en Estados Unidos, pasaron por frente a mi casa.

Tres veces se corrió el rumor, en la Habana, de que estaban regalando visados y la marea humana no nos permitió, ni siquiera, pensar en intentar salir.

Allá arriba, nos aislábamos del mundo circundante.

Su luminosidad era tan contagiosa como nutriente.

Todo en ella era brisa, alegría, creación.

Pero un día, de repente, todo se vino abajo.

Estaba en México. Terminando la post producción del filme Chamaco.

El productor cubano se había embullado a visitar el templo de la Virgen de la Guadalupe. Y ya estando allí, lo más lógico y apropiado, además de hacer turismo, es sentarse a rezar, respirar paz, tranquilidad, buscar ecuanimidad, e ir al encuentro con uno mismo.

A la hora exacta en que elevaba algunas plegarias por el bien de los míos, contóme, luego, uno de mis hermanos, que a mi madre se le había metido en la cabeza, la idea de baldear la terraza, luego de notar una arenilla extraña, esparcida por el suelo.

Caminó seis pasos, de vuelta, para buscar un cubo y todo el techo cayó a sus espaldas, tapiando la puerta de salida y cubriéndola, de pies a cabeza, con un polvo blanco, asfixiante, sobrecogedor y hasta lechoso.

Se salvó de milagro.

No le tocaba.

Me llamó, al rato, para informarme.

Siéntate - me advirtió - la terraza se derrumbó y casi me cae encima.

¡De pinga!

Lloré mucho al constatar, a mi regreso, que todo nuestro universo se había desmoronado.

Empezábamos recién a hacernos mierda.

Cuando aquello, ni siquiera, intuimos lo que nos sobrevendría después.

Gradualmente.

Desmochándolo todo.

Como en picada.

Después vinieron censuras, litigios, intolerancias, ofensas, destierro,incomprensión, orfandad… ¿Qué le sigue a continuación?

La imagen fue tomada, desde la ventana del último piso de la funeraria.

Durante el velorio de mi mamá.

¿Sabe alguien cómo se adoba al vacío?

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Juan Carlos Cremata Malberti

Director de cine y guionista cubano. Se graduó en 1986 de Teatrología y Dramaturgia, en el Instituto Superior de Arte (ISA) de La Habana, posteriormente cursó estudios en la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños graduándose en 1990.


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