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Memoria del Exilio: "New Orleans pasada por agua"

Juan Carlos Cremata Malberti visita New Orleans y cuenta sus experiencias en la ciudad.


Este artículo es de hace 5 años

Nada más entramos a la ciudad, empezó a nublarse el cielo y a ponerse gris todo el entorno.

Nuestra primera parada fue el NOMA, que son las siglas con las que se identifica al Museo de Arte.

Y un sufrido San Sebastián - pintado por Guiliano di Piero di Bugiardini - nos recibió adolorido, aunque en su rostro, como es costumbre, parecía solazarse el dolor asaeteado.

Era un petite avance de lo que nos sobrevino después.

Al salir de las distintas exposiciones - ya inundadas nuestras visiones con tanta belleza pictórica y escultural, a lo largo de los siglos - inició una lluvia pertinaz, que nos acompañó durante, casi, toda nuestra estancia.

Pero, eso no impidió - en nada - a que nuestras ansias crecieran, al calarse de inéditas vivencias y desconocidas estancias.

Bajo el chi-chin impertinente, encontramos un pequeño hotel que se adecuaba a nuestros exiguos bolsillos en la calle St. Pierre. Casi, en pleno centro.

Curioso albergue era éste, pues, comprendía varias casas de una misma cuadra. Como si los vecinos se hubieran puesto de acuerdo, en donar sus residencias para hospedar al tremendo turismo que reciben cotidianamente. Todas conectadas entre sí, conformaban un refugio seguro para la tormenta que, al parecer, se avecinaba y que, por suerte, nunca se desató.

Como si New Orleans se hubiese empecinado en hacernos conocer sus días más grises.

Porque otro nombre, se asocia, indisoluble, a la vida de este apolíneo, peculiar e inimitable lugar. Y mucho más, cuando, mínimamente, el cielo se nubla un poco: Katrina.

Es decir, la muerte.

Presente, eternamente, en cada calle, en cada rincón, en cada esquina.

Marcando los pasos y el aliento de sus pobladores.

Que se empeñan, obstinadamente, en reír. *

* Quizás por eso, la adversidad, la castigó con tanta fiereza con aquel terrible ciclón.

A pesar de todo.

Mi expectativa era enorme.

Y como soy de los que trata de ver lo bueno, en todo lo que me acontece, más allá del pésimo talante que nos mostraba el clima - de todas maneras - era mi determinación - pasara lo que pasase - ofrecer la mejor de las caras y - asimismo - divertirnos.

Por eso nos dispusimos, contra viento y marea, disfrutar de los encantos tan alabados de esa villa fundada por los franceses, en honor al Duque de Orleans - regente de Luis XIV - luego, cedida a una España aliada - para compensar la pérdida de La Habana y Manila, por parte de los ingleses - lo cual la convirtió, durante mucho tiempo, en territorio español*, volvió, de nuevo, a Francia**, hasta que Napoleón se la vendió a los Estados Unidos.

* De hecho, a algunas calles se les menciona con su nombre castellano.

** ¡Qué estira y encoge, la pobre!

Y nosotros la visitamos.

Por eso quizás, lo multicultural de su población, te atrapa enseguida, incluso, mucho más que en otras urbes visitadas, quizás, porque New Orleans, a pesar de ser amplia y grandiosa, no ha perdido su sapidez de pueblo, su gusto a placer campechano y sencillo.

Fue así impresionante, por ejemplo, asistir, de improviso, a un entierro hindú, a un costado del Mercado Francés, junto a Jackson Square.

Sobre una carroza, de amarillo chillón- sentado y totalmente encerado - descansaba el difunto.

Detrás, un colorido cortejo de músicos y bailarines lo acompañaban en su último viaje, hacia su definitiva morada.

Pero, todo era risa y música.

Cero llanto.

En una esquina, frente a la Catedral de San Luis, un trompetista alienado, e inspirado, entablaba una curiosa controversia, con el sonido de un tren que anunciaba, al parecer, su llegada, o su partida. *

* ¿Quién sabe? Nunca he logrado entender los mensajes que envían, con sus alaridos, los ferrocarriles.

Mientras más fuerte pitaba la locomotora, más el músico chiflado- iluminado, despachaba, a las nubes, sus notas.

A media cuadra, un guitarrista italiano le metía un tronco de escándalo a su novia, mientras, afanosos, nosotros, buscábamos la casa de Marie Laveau, la reina del vodoó. *

* Lo que encontramos, fueron dos tiendas, muy bien surtidas, de todo tipo de brujería, pero, María estuvo todo el tiempo, para nosotros, desaparecida.

Y un trío de afroamericanos entonaba blues, a todo pulmón, a la salida de un bar.

Pero lo más seductor, de todo, es su arquitectura.

Pasear por sus calles es como entrar a una inmensa y lujosa repostería, llena de cakes, dulces amerengados y tartas super-requete-hiper decoradas.

Es difícil escoger la mansión, o choza, más bonita.

Y hube de peregrinarla de una manera especial, pues, mi amigo americano - que vivió casi once años de su juventud en esos parajes - se obsesionó por mostrarme, los sitios que su memoria redescubría y/o evocaba.

Así, por ejemplo, pude conocer el lugar donde tuvo su primera multa por orinar en público*, el bar de una sonada primera borrachera, los apartamentos que rentó - de todo tipo, condición y precio - durante su larga estancia, o la escuela donde su sobrina, fue obligada a llevar a sus padres, por decirle a la maestra que tenía peste a tota.

* En París es super fácil, pero mear en la calle, en New Orleans es todo un dilema. Sobre todo, para alguien que toma mucha agua. O mucha cerveza.

Terminamos el sui generis tour, desembarcando en un bar - mucho más alternativo y en las periferia del flujo comercial - para encontrarnos con viejas amistades, que luego nos invitaron a cenar comida cajún en un lujoso restaurante.

Nos fuimos a la cama temprano, para arremeter, con fuerza, a la mañana siguiente, pero…

Al levantarnos, una grúa se había llevado nuestro carro, por ser día de limpieza en esa calle. *

* Mi amigo había declinado pagar la astronómica cifra de cuarenta y cinco dólares, por parqueo, cada noche. Y al final, la desgracia, hizo que terminara pagando más de doscientos por la gracia.

Cuando pudimos recuperar el automóvil, ya nos habíamos echado medio día en las gestiones para su devolución.

Y seguía lloviendo.

Entonces nos fuimos a recorrer la avenida St. Charles* lo cual es un continuo orgasmo, admirando mansiones pletóricas de bellezas. Cada cual más suntuosa, cada cual más apetecible, más soñada, ideal.

* Se recomienda hacerlo en una línea de tranvía, pero, nosotros seguimos la misma ruta en carro y fue fabuloso, pues pudimos ir más lento.

Interesante ejercicio de imaginación - que no demandó de mucho trabajo, ante la belleza evidente y manifiesta - fue el tratar de idearse, todas las visiones, de todos los lugares visitados, con sol y mucho más agradable temperatura.

Pero también, constantemente, nos figurábamos lo que debió haber sido, con casi todo inundado, sucio, dañado. Además de los duros años posteriores, sobrevividos a la terrible desgracia de aquel monstruoso huracán, cuando se acrecentó la delincuencia y el sobrevivir entre penurias fue imperativo cotidiano.

Por eso me fue muy impresionante bordear el Super Dome, no obstante poder ver que estaban anunciando un concierto de una cantante de moda y saber que ha vuelto a sus funciones iniciales.

Lamentables historias que conserva ese sitio.

Y todo el territorio de la hermosa ciudad, situado, en gran parte, bajo el nivel del mar.

Más tarde, buscamos dónde comer.

Y aunque la llovizna - especie de sirimiri - no cesaba, tampoco se interrumpía la presencia de peregrinos, sobre todo, en las zonas más turísticas. Es decir: por casi todas partes.

Así que se nos hizo muy difícil encontrar un restaurante decente*. Mucho menos de comida típica. Todos requerían, o de una reservación previa, o de una hora, o más, aproximada de espera. Amén de costar un ojo de la cara.

* Detesto todo tipo de fast food, cadenas alimenticias y cenas de hoteles, que, en todos, invariablemente, saben igual de desabridas.

Cuando no nos quedó más remedio que aterrizar en un restaurante de comida méxico-cubana - con un hambre voraz - y luego de catar unos iniciales nachitos, entre cerveza y soda, entré en crisis existencial.

- Lo siento, venir desde Miami - que es lo que más se parece a Cuba y/o viceversa - a comer comida cubana, no me hace mucha gracia. Yo, que, además, soy de los que trato de evitarla, o, al menos, racionármela, simplemente, porque la he tenido durante toda mi vida, no me siento, para nada, cómodo, o confortable, viniendo hasta este divino rincón de la tierra, a ingerir condumio patriótico. Y como tampoco estoy dispuesto a perder tiempo en una cola, pues ya tuve demasiadas en la cuota que me tocó sufrir de ese socialismo-próspero-en-carencias, prefiero pasar por un supermercado y comprar un café con leche, algún bocadito para morder y san, se acabó, que ya se ha gastado demasiado dinero en trámites de tránsito.

Y así fue.

A la mañana siguiente, ya de despedida, recorrimos otros barrios, también elegantes, e incluso, hicimos una pequeña parada, frente a la casa de Anne Rice, la autora de ENTREVISTA CON EL VAMPIRO.

En la carretera de salida, en un pequeño restaurante, almorzamos, finalmente, comida creole, con un sabor más auténtico y casero.

Barriga llena, corazón contento.

Sólo en la hora final, salió el sol.

Pudimos visitar, por último, el pequeño Cementerio de Lafayette, para matar un poco al tiempo, antes de partir de vuelta a Miami.

Aún nos quedaban muchas horas de carretera para regresar a casa.

Del inmenso aluvión de imágenes recibidas, guardo - sobre todo en mi memoria - la que acompaña a esta crónica.

La del escuálido irlandés empedernido, con su tradicional gaita vocinglera, tras el histórico cañón, apuntando al cielo sombrío, frente al plomizo río Mississippi.

Desafiando al mal tiempo.

Plantándole el pecho al infortunio para tratar de aplacarlo - o arroparlo de sonidos - con su ritmo.

Embistiendo, con su música, al pésimo clima.

Así quiere, fervientemente, persistir mi alma.

Siempre optimista.

Más allá de pasajeras, o persistentes, tempestades. *

* Me hubiese encantado asistir a una de esas procesiones de música alegre, que acompañan a los cortejos fúnebres por estos lares. Second line, le nombran, o Segunda línea. Lo que en Cuba sería, literalmente, “el muerto alante y la gritería detrás” Pero, eso queda para una próxima visita. Igual, la esperanza la llevo, entera, siempre, conmigo.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Juan Carlos Cremata Malberti

Director de cine y guionista cubano. Se graduó en 1986 de Teatrología y Dramaturgia, en el Instituto Superior de Arte (ISA) de La Habana, posteriormente cursó estudios en la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños graduándose en 1990.


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