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Me dan pena los poetas vendidos

Tengo ante mí un documento de la tragedia totalitaria insular, una de esas humillaciones que los propios humillados intentan olvidar para no suicidarse, una prueba arqueológica del genocidio cultural que significa incluso hoy la dictadura cubana.

Portada del libro © inCUBAdora
Portada del libro Foto © inCUBAdora

Este artículo es de hace 6 años

El castrismo paga a sus escritores, les compra bien barato la voz, pero por eso mismo los desprecia. Y en esto Fidel Castro siempre tuvo la razón: a los intelectuales cubanos, y a los intelectuales de izquierda en general, hay que apretarles las tuercas hasta ponerlos de cuclillas contra la pared. Así y todo, el poder nunca se puede fiar de ellos, porque la pleitesía patética de los escritores que venden su alma siempre ha sido, es, y será un puto paripé. Permítanme decir un poco más para terminar este primer párrafo: en términos de autoconsciencia de estilo, Fidel Castro fue mucho más intelectual y mucho más escritor que todo el campo cultural cubano y latinoamericano, y también que toda la izquierda primermundista de caviares europeos y delatores asalariados de la academia yanqui. El asesino sabía que todo es asesinato, mientras los poetas de dedicaban a dorar la píldora del patíbulo.

Tengo ante mí un documento de la tragedia totalitaria insular, una de esas humillaciones que los propios humillados intentan olvidar para no suicidarse, una prueba arqueológica del genocidio cultural que significa incluso hoy la dictadura cubana. En fin, otra prueba del holocausto civil de los cubanos con Castro (que somos todos, dentro y fuera de Cuba).

Yo no lo llamaría “daño antropológico”, ni ninguno de esos conceptos cobardes para disimular la culpa. Tengo ante mí la colección de poemas de elogio al castrismo No me dan pena los burgueses vencidos, publicada en La Habana en 1991 por la Editora Política como homenaje al cuarto congreso del Partido Comunista de Cuba y al “suceso más trascendental de la historia de esta pequeña isla: nuestra revolución”. Así que, más que “daño antropológico” yo lo llamaría “baño antropológico”, pues se trata literal y literariamente de un cagadero, una letrina ilustrada donde la clase intelectual cubana fue a implorar de rodillas su inclusión en este libro compilado por el agente Luis Suardíaz, donde todos y cada uno de los después exiliados y disidentes exigieron ser considerados como escritores oficiales del régimen, acaso como un abyecto salvoconducto para que los tiranos, todavía hoy en el poder, les perdonaran sus viditas y les autorizaran sus viajecitos.

El título del libro, por supuesto, viene de un poema escrito por un comunista cubano, Nicolás Guillén, para vergüenza de los comunistas cubanos y los del resto del mundo. Se trata del poema Burgueses que el Poeta Nacional incluyó en La rueda dentada (1972), y que en una de sus estrofas de estofa extremista dice así:

“No me dan pena los burgueses
vencidos. Y cuando van a darme pena,
aprieto bien los dientes y cierro bien los ojos”

Nicolás Guillén, vale la pena recordarlo, fue el afrocubano que le escribió una conga de amor al “capitán” José Stalin (por envidia a la oda original del chileno Pablo Neruda), rezando para que los orishas negros protegieran al genocida mientras éste mataba a más y más blanquitos burgueses, para vergüenza de los afrocubanos de la Isla y los del planeta entero: “Stalin, Capitán, a quien Changó proteja y a quien resguarde Ochún…” Estos son los Walt Whitman que hemos parido en Cuba: esta es la materia prima paupérrima de la que se han nutrido hasta el cansancio todos los fascismos cubanos, antes y después de los Castros.

En resumen, son más de cien los poetas cubanos que en 1991 reclamaron ser incluidos en esta antología de lo atroz. La mayoría, ya muertos por partida doble: porque están hechos literalmente tierra, y porque habitan ahora en el cementerio siniestro de sus no-lectores. En efecto, poco más de un cuarto de siglo después de claudicar bajo la cabilla conceptual de El Caballo, sus obras completas ya se han quedado sin un solo lector, sea cubano o no cubano.

Destacan en No me dan pena los burgueses vencidos, eso sí, varios poemas-panfletos que merecen la memoria inmortal del mármol. Al menos la memoria pixelada de dejarlos colgados en la internet (acaso por el cuello, para no decir otra cosa).

Por ejemplo, Zoé Valdés, hoy anticastrista exiliada en París, publica su Poema para un país salvado, donde declara su pasión internacionalista de comuñángara:

“En un libro de poemas un guerrillero encontró
fórmulas metafóricas de cómo hacer la paz,
el comunismo…
[…]
Pensando en el continuo rumor de Centroamérica,
El Salvador respirará livianamente cuando la revolución sea
un suave silbido en el oído de sus muertos".

Otro ejemplo al azar: Alberto Serret (Santiago de Cuba, 1947 - Ecuador, 2000) quedó tristemente atrapado en sus propios octosílabos de imitación martiana, con unas décimas despóticas al comandante en jefe, tituladas precisamente Fidel:

“Porque Fidel es el sueño
que toma forma y sentido:
un joven que no ha dormido
fusil al hombro; ese empeño
del sudor sin cruz ni dueño
sobre el yunque o el cincel.
Es el futuro y es el
milagro de la labranza.
Y en todo hay sol y esperanza
si el pueblo dice Fidel”.

La culpa tal vez sea del recurso de la rima, que parece tener respiración revolucionaria propia, tal como se le enredó retóricamente a Manuel Vázquez Portal en su Autor intelectual, las décimas más decantes de este después valioso y valeroso periodista independiente cubano, encarcelado durante la Primavera Negra de 2003 y hoy exiliado en Miami:

“El viento fue el mensajero
de sus olores de vida
porque por aquella herida
iba naciendo un sendero.
Sendero que trajo a Enero
con clamor de madrugada,
resurrecto en la alborada
derrumbadora de muros
con los fogonazos puros
que alumbraron el Moncada”.

Otros de los 130 implicados en esta joya escondida de la corona castrista son: Wendy Guerra (Escambray), Ramón Fernández Larrea (Salmo rojo), Reina María Rodríguez (Hoy habla Fidel), Félix Luis Viera (Declaración pública), Rafael Alcides (Gentes como nosotros), Antonio Conte (Fecha), Delfín Prats (Humanidad), Eliseo Diego (Poema de amor a la salida de un cine), entre decenas y decenas de otros, muchos en su momento censurados e incluso golpeados con impunidad en Cuba, como Carilda Oliver Labra (Cuando papá).

No los critico, no los juzgo. Son mis amigos, porque yo sí los leo conmovido, escriban lo que escriban mientras que lo escriban en cubano. No importa que ellos y ellas me odien a partir de hoy, por escarbar en sus closets de la comemierdad. Pero igual no puedo dejar de sentir una especie de satisfacción generacional. Porque nosotros, los que llegamos tan tarde, los ignorantes de los años ceros, por suerte, y tal vez gracias al ridículo que arrasó antes con ellos, nos salvamos de ese Complejo de Edipo con Castro que a ellos se los comió por una pata, poema a poema, y así nos libramos de caer en la tentación, tan tonta como cómplice, de rimar “emoción” con “revolución”.

Gracias, pues, queridos antologados de la victoria: no habéis arado en el mar.

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Orlando Luis Pardo Lazo

Escritor y bloguero de La Habana. Actualmente realiza un doctorado en Literatura en Saint Louis, Missouri, EUA.


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