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La cocina cubana pierde sus sabores

En Cuba donde todo puede condimentarse con ajo, con el sazonador de moda en las tiendas o con los famosos 'cuadritos concentrados', que lo mismo valen para un arroz amarillo (o blanco “con sabor”), una sopa o unas croquetas; conseguir regalar al paladar con variedad de sabores es un acto de creatividad, esmero y muchas horas de empeño y elaboración.

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Este artículo es de hace 8 años

Desde hace años las cocineras y cocineros cubanos se han convertido en los magos de las casas, que a diario, con pocos recursos y escasos ingredientes se las agencian para aderezar los platos y modificar las recetas y conseguir hacer del momento de la comida un acto placentero a la par que necesario.

En Cuba donde a falta de pan se come casabe y donde todo puede condimentarse con ajo, con el sazonador de moda en las tiendas o con los famosos 'cuadritos concentrados', que lo mismo valen para un arroz amarillo (o blanco “con sabor”), una sopa o unas croquetas; conseguir regalar al paladar con variedad de sabores es un acto de creatividad, esmero y muchas horas de empeño y elaboración.

Sin embargo, hace unos años, en noviembre de 2003, se inauguró en pleno corazón de la Habana Vieja, un local para la venta de especias 'por kilo' y en divisas -aunque en la actualidad ya se acepta el equivalente en peso cubano-, que diversificó los sabores de los platos cubanos y alivió la carga de los amos y amas de casa que los elaboran.

La “Casa de Marco Polo, El camino de las especies”, ubicada en Mercaderes entre Obispo y Obrapía, opción desconocida para muchos, prohibitiva para otros pero opción al fin, se convirtió en un lugar concurrido, en donde los cubanos podían proveerse de especias medicinales o aromáticas como orégano, comino, albahaca, canela, laurel, ajo, tomillo, cebolla y otras más exóticas o 'atrevidas', como jengibre, curry o diversos tipos de pimienta.

Dos puertas de madera en una primera planta de una edificación de principios del siglo XX, daban paso a un universo de sabores y olores, conocidos o de otras latitudes, atípico en su formato y en la variedad de productos que ofertaba.

Sin embargo, como viene siendo habitual y tristemente conocido para los cubanos, lo que empezó siendo un negocio con cierto esplendor y buena acogida, ha terminado presa de la desidia, la falta de sistematicidad en el abastecimiento y se ha convertido en un espacio donde una tablilla, que da fe de lo que fue en sus inicios, evidencia la pobre oferta actual que de 49 productos iniciales, más de una treintena no se encuentran a la venta.

Para muchos cubanos, inmersos en el día a día, concentrados en solucionar problemas de mayor calado o trascendencia quizás este no sea un asunto reseñable, si no fuera porque evidencia la casi endémica tendencia al deterioro que sufre todo en Cuba, donde (no solo) se han perdido los 50 sabores de Coppelia, -conservados en la memoria de unos pocos cubanos afortunados y plasmados en la cancionística para los venideros-, donde los establecimientos que exhibían variedad de productos ahora han quedado para almacenar unos pocos, donde a las rimbombantes inauguraciones oficiales de edificios o instalaciones les siguen los desperfectos, las grietas, los salideros y las roturas y donde al esplendor siempre y prontamente le sigue la decadencia.

Cuba no solo ha perdido el camino de la especias sino que ha perdido la brújula y el rumbo

Lamentablemente, estas imágenes hablan mucho más que de falta de abastecimiento o de abandono; Cuba no solo ha perdido el camino de la especias -como hubiera querido la fotógrafa titular a sus instantáneas- sino que ha perdido la brújula y el rumbo.

(Imágenes de L.A.)

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Marlén González

(La Habana, 1978) Lic. en Filología hispánica y Máster en Lexicografía. Ha sido profesora en la Universidad de La Habana e investigadora en la Universidad de Santiago de Compostela.


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Marlén González

(La Habana, 1978) Lic. en Filología hispánica y Máster en Lexicografía. Ha sido profesora en la Universidad de La Habana e investigadora en la Universidad de Santiago de Compostela.