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Sede de la famosa Remington en Cuba: otro inmueble dejado al olvido

La cultura aceptada del desentendimiento, después de todo, nos ha hecho fuertes. Aunque son muchos los que sienten en el cuerpo el tedio de la destrucción contigua, familiar y estandarizada, pocos levantan la mirada al detalle: la cornisa rota, la viga asfixiada entre arbustos parásitos, el derrumbe vaticinado, la humedad, el abandono.

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Este artículo es de hace 7 años

Quizá uno de los dolores más agrios que acuña la desdicha de los cubanos en la isla, es el de verla destrozada, mutilada, agonizando en picada libre a través de sus edificaciones lánguidas, de sus grietas y su basura extendida sobre callejuelas y portentosos monumentos del pasado.

La cultura aceptada del desentendimiento, después de todo, nos ha hecho fuertes. Aunque son muchos los que sienten en el cuerpo el tedio de la destrucción contigua, familiar y estandarizada, pocos levantan la mirada al detalle: la cornisa rota, la viga asfixiada entre arbustos parásitos, el derrumbe vaticinado, la humedad, el abandono.

Hoy, se construyen nuevas edificaciones para el placer foráneo, ello en el mismo lugar donde solían levantarse imponentes inmuebles catalogados una vez como vernáculas obras de arte.

También se da el caso de repararse estas últimas igualmente para el propósito primero. Pero lo peor, sin dudas, es la dimisión deliberada para con estas propiedades, como si las mismas fueran irrelevantes, mudas para el desarrollo vital de la ciudad y el conocimiento de su historia.

Tal es la historia del Edificio de Oficinas Galiano 208 (originalmente Galiano 38) envuelto aún en un halo de misterio por la ausencia de documentos públicos que atestigüen las labores de su construcción en La Habana, y en el que hemos tratado de indagar para que, en el futuro desalentador que le depara, no se desvanezca en el olvido.

Situada entre las calles Cañongo y Virtudes, en el municipio de Centro Habana, la construcción de este inmueble de dos plantas y de estética española se remonta al año 1930. Según expone brevemente el libro “La Habana. Arquitectura del Siglo XX” –uno de los poquísimos que documenta esta obra-, el edificio acogió las Oficinas de José Álvarez, cuyas iniciales se encuentran rotuladas en la propia fachada.

Lozas sevillanas de exquisita elaboración se adueñan de balaustres, columnas, consolas aconchadas bajo los balcones y otros adornos de suma belleza arquitectónica, tendencia que le aportó a la propiedad un tono un tanto abigarrado para su época. Recordemos que en la década de los 30 el estilo en boga para los propietarios dentro de Cuba era el Art Decó.

Escudos y otros motivos heráldicos compuestos por leones y castillos (simbología de la comunidad autónoma española de Castilla y León) denotan la predilección del propietario por la visualidad de esa nación europea. Por nichos en la información abarcada, desconocemos si este último verdaderamente descendía de alguna estirpe ibérica.

El nivel del detalle ornamental es sorprendente. En el tope, resalta el escudo de la República de Cuba resguardado por dos figuras antropomorfas infantiles, las cuales son recurrentes en el resto de una fachada compuesta por arabescos y detalles florales de color turquesa y azul índigo en un fondo amarillo brillante.

Ubicado en uno de los bulevares más transitados de La Habana, el Edificio de Oficinas de José Álvarez fue la sede habanera en los años 50 de la prestigiosa firma neoyorkina Remington Rand Incorporated (ya famosos desde 1872 por la producción de máquinas de coser con la misma marca), importadora y distribuidora de máquinas de escribir y otros artículos de oficina.

Pese a problemas financieros a mediados de la década, la Remington logró levantar cabeza y ampliar su capital gracias al The Chase Manhattan Bank. No obstante, terminó disolviéndose después de 1959, cuando el monumental biplanta pasó a manos de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR).

Actualmente, vandalizada desde la médula y derruida casi en su totalidad a excepción de la seductora fachada, la edificación pertenece al Instituto Nacional de la Vivienda, por lo que no se ampara bajo las directrices de conservación patrimonial de la Oficina del Historiador de La Habana Vieja.

El difuminado marco legal que la protege ha facilitado que personas inescrupulosas la despojen año tras año de todo cuanto pueda ser desincrustado de sus cimientos. Según cuentan vecinos de la zona, tanto metros de lozas, como faroles y otras indumentarias decorativas han sido extraídas sin penas ni glorias por negociantes de sangre fría.

Una mañana, cuentan, llegó al portón un camión con una “brigada de construcción estatal para la restauración de sitios patrimoniales”. Ese día desapareció la escalera de mármol que comunicaba los dos pisos, los ladrillos y lo poco que quedaba adentro perteneciente a la obra original.

Al parecer, de acuerdo con los moradores colindantes, el próximo paso para la abatida casona es caer en manos de un particular que la reutilice con fines comerciales. Quizá una paladar de las tantas que se roban el spotlight del sector privado en la isla, quizá una pretenciosa galería de arte…o, simplemente, u puesto compartido para la venta de discos, calcomanías, ropas de baja calidad y celulares.

Tantas cicatrices, tanta historia que aún pasa inadvertida podría sucumbir, como es habitual desde hace años, a la explotación lucrativa y estereotipada de algunos componentes culturales nuestra sociedad.

Por otro lado, y como la esperanza es lo último que se pierde, los restos todavía salvables de lo que una vez fue la sede de las famosísimas Remington -primera máquina de escribir con éxito comercial real en el mundo- hallarían un nuevo aliento de vida, algo de lo que tanto prescinden cientos y cientos de rincones de nuestro patrimonio urbano.

(Fotos de L.A.)

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