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​​​​​​​Primer 13 de agosto sin Fidel Castro

La muerte de Fidel Castro nos robó nuestra época, tal como la vida de Fidel Castro nos robó nuestra épica.

Fidel Castro © Wiki Commons
Fidel Castro Foto © Wiki Commons

Este artículo es de hace 6 años

Durante años esta fecha fue una especie de secreto de Estado. Mi padre me la recordaba cada año, como si fuera un misterio para iniciados, una cábala de secta, un conocimiento compartido sólo por aquellos que, como él (y como Fidel) habían vivido más tiempo en el capitalismo cubano que bajo la Revolución.

En efecto, durante décadas el cumpleaños de Fidel Castro en la Isla ni siquiera se mencionaba. Un hombre sin muerte tampoco podía tener una fecha de nacimiento. Era subversivo hasta insinuarle un homenaje. Porque simplemente Fidel Castro siempre había estado y siempre iba a estar ahí, en la cúspide de una historia fuera de la Historia, encarnando la inmortalidad terrena del Hombre Nuevo por todos nosotros, los cubanos: esa mediocre masa de mortales que en uno u otro sentido lo amábamos (es bien sabido que el odio no es sino otra manifestación del amor).

Con el tiempo y con la caída del totalitarismo soviético, Fidel Castro se fue haciendo cada vez más y más humano. O sea, comenzó su decadencia definitiva. En los años noventa, el Líder Máximo comenzó incluso a cumplir años cada verano. Y cuando por fin llegó el nuevo siglo y milenio, comenzaron entonces las fiestas de cumpleaños con velitas y cake en la televisión estatal (para los cubanos, toda televisión es estatal), con Fidel Castro rodeado puntualmente por un coro de niños que intentaban donarle al Comandante en Jefe un poco más de tiempo, una tajada más de futuro. Es decir, un poco menos de vejez. Porque se trataba precisamente de eso: de espantar patéticamente su muerte a través del milagro de una felicidad transgeneracional. No por gusto aquel slogan repetido hasta la saciedad: Somos Felices Aquí.

Con los años cero, se hizo inevitable lo inimaginable. Fidel Castro se estaba muriendo en cámara. Se desmayó durante un discurso. Se le inflamó una pierna tras la picada de un mosquito mercenario. Se cayó aparatosamente de sus propios pies y se rompió la rótula en ocho pedazos. Hasta que tuvo un sangramiento intestinal masivo que lo puso casi en coma por lo menos un par de veces.

Pero a todo sobrevivió, es cierto, como un héroe en guerra ya no contra el imperialismo capitalista mundial sino, más modestamente, contra su propia biografía a punto de tener ahora dos fechas: 13/8/1926 - ?/??/???? Por eso la celebración del 13 de agosto en Cuba también significaba el anuncio artero de que Fidel Castro se iba a morir. Se nos iba a morir, dejándonos irreparablemente huérfanos en tanto nación.

Así son las tiranías vitalicias: nos vacían la existencia completa, durante y después del tirano. De manera que luego nunca viene una transición democrática, ni ninguna mentira de esas de la academia primermundista, sino que luego simplemente se impone de pronto el vacío: la carencia crónica de una narrativa nacional, la pérdida del aura claustrofóbica de excepcionalidad en tanto cubanos, la ausencia atroz de nuestro propio futuro.

La muerte de Fidel Castro nos robó nuestra época, tal como la vida de Fidel Castro nos robó nuestra épica. Los cubanos fuimos en él, a través de él, lejos de él, en contra de él. Y como nunca pudimos contestarle ni a una sóla de sus multitudinarias arengas, ahora nos corresponde el destino de los sin-destinos: el limbo de los sin-lenguaje, la biografía de los sin-vida. Ser zombis inerciales.

Mi padre aún me recuerda esta fecha año tras año, pues un par de décadas atrás se murió sin despedirse un domingo 13 de agosto en La Habana, como hoy. Y allí está enterrado todavía. Mientras que yo, su hijo, más huérfano de Fidel Castro que de mi padre, salí expelido al exilio para nunca volver, en un intento fallido de antemano por olvidar los cumpleaños y los cumplemuertes que implican el hecho de pertenecer a una patria.

Y aquí estamos todos todavía, los pobres cubanos. Sonrientes, solventes. Ahistóricos, apáticos. Cosmopolitas, cansados. Sin más signos vitales que el de haber envejecido siglos antes de nuestra propia vejez. Sin fe y sin Fidel. Sin capitales y sin Castro. Con una mueca de felicidad a falta de un cementerio cubano donde dejarnos caer.

Tal vez por eso cada día que pasa los cubanos decidimos, sin ponernos de acuerdo a nivel planetario, que lo mejor es cremar nuestros cadáveres y esparcir sus cenizas ridículamente en el mar. Así, poco a poco, vamos volviendo a nuestro sin-país original. Sin prisa, sin presión. Sin preocuparnos demasiado de perdernos un par de veces antes de tocar la tierra intangible de nuestra infancia, donde los otros pobres cubanos que fueron nuestros padres nos concibieron un poco a nombre de Fidel Castro.

Tampoco tendría sentido apurarnos hoy. Porque allá en Cuba a los cubanos no los espera nadie, ni este 13 de agosto ni ningún 13 de nada.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Orlando Luis Pardo Lazo

Escritor y bloguero de La Habana. Actualmente realiza un doctorado en Literatura en Saint Louis, Missouri, EUA.


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Orlando Luis Pardo Lazo

Escritor y bloguero de La Habana. Actualmente realiza un doctorado en Literatura en Saint Louis, Missouri, EUA.