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Coartadas de terror

Paradójicamente, los miembros de la célula yidahista –ahora muertos o fugados- se criaron en Europa y tenían acceso a los derechos universales y gratuitos que establece la ley.

 © Massimiliano Minocri / El País
Foto © Massimiliano Minocri / El País

Este artículo es de hace 6 años

Barcelona vive una tragedia a causa del terrorismo islamista, cuya coartada es una venganza contra Occidente, que sigue reaccionando con torpeza ante la barbarie porque está preso de lo políticamente correcto y las impertinencias de los opinionados que nunca se han jugado el pellejo, excepto en los chiringuitos de playa, atiborrándose de cervezas.

Entre los 14 fallecidos y el centenar de heridos no aparece ningún banquero, general de cuatro estrellas, empresario del IBEX 35, presidente de Wall Street, la directora gerente del FMI y su homólogo en el Banco Mundial, ni siquiera un político. Los asesinados son gente normal, trabajadora y los heridos también, incluidos 5 cubanos.

En Barcelona y Cataluña gobiernan fuerzas políticas que promueven tender puentes con el islamismo radical, haciéndoles ver que comparten su rabia antieuropea; mientras intentan dinamitar la convivencia con España. Son, además, antiimperialistas yanquis.

¿Cómo es posible entonces que esos teóricos hermanos de lucha hayan ensangrentado Barcelona?, y no ha sido una carnicería mayor porque no saben andarse con explosivos y volaron una casa entera, por dos veces, ensayando el zarpazo de muerte que planificaban contra la Sagrada Familia.

Una cultura de muerte y odio se cierne sobre la cultura europea de vida y solidaridad real. Paradójicamente, los miembros de la célula yidahista –ahora muertos o fugados- se criaron en Europa y tenían acceso a los derechos universales y gratuitos que establece la ley y a ayudas específicas. ¿Qué más pretenden?

Ante la asonada del 18-A en Barcelona y de Madrid el 11-M, los gobiernos europeos y, especialmente el español, no pueden seguir apostando por la mano tendida ante gentuza que la muerde, provocando dolor, muerte y rabia.

No se trata de cerrar la puerta a un diálogo condicionado al cese de la violencia, como condición previa, ni de confundir al musulmán que rechaza claramente la violencia, con los asesinos radicales, a los que hay que perseguir, aislar y matar sin contemplaciones o nos arrepentiremos.

Gobernar implica tomar decisiones que no siempre gustan a una parte de los ciudadanos; pero a los que también hay que proteger de la saña de estos matarifes, envalentonados por sus cabezas huecas y las escuelas de terroristas que los manipulan hasta convertirlos en hienas.

Y no se trata siquiera de pretender que esa parte de la izquierda ñoña y sectaria condene sin ambages el terrorismo islámico. No lo hace porque tiene miedo, porque sabe que si se pone tonta, le vuelan la cabeza sin miramientos y, mientras tanto, emplean su energía contra Rajoy, el PP, Franco, Trump y otros blancos predilectos. Son expertos en hincar sus dientes en la carne flácida.

Se trata de organizar una guerra, bien estructurada y con datos de Inteligencia fiable y contrastados y arrasar –despacito- con toda esa gentuza, incluido su soporte logístico y religioso y dejar que la ONU patalee unos días y condene la masacre que haría a más de uno pensarse si es rentable atacar a España.

Nunca son más recios los bombardeos y ataques terrestres que justo antes de sentarse a negociar y –si la negociación se bloquea- hay que tener lista una andanada de cohetes que destrocen objetivos estratégicos del enemigo y no parar la ofensiva hasta que vuelvan a la cordura.

Cuando Bashar Al Assad descubrió que un pequeño grupo de rebeldes contrarios a su régimen se refugió en la zona del Golán, fronteriza con Israel, ordenó a su ejército que evitara atacarlos, porque si un cohete o bomba sirios caía en suelo israelí, la respuesta contra Damasco no tardaría en llegar. ¡Y que respuesta!

Fijaros en lo diminuto del Estado de Israel, fijaros en la grandiosidad de los territorios árabes que lo rodean. ¿Cómo es posible que no hayan podido con ellos? si quizá cogiendo cada árabe un montoncito de arena, podrían sepultar a Israel. Simplemente porque la respuesta de Tel Aviv sería inmediata, implacable y atroz y la casta wahabí y el resto de oligarcas que sufragan el terrorismo contra Occidente temen morir abrazados y arrasados.

En la vieja Europa aún es posible alquilar una furgoneta por 60 euros y lanzarse Ramblas abajo para matar a 14 inocentes y dejar un reguero de heridos, además de una ciudad conmocionada y a sus turistas traumatizados. Aún así, la Generalidad de Cataluña ha seguido haciendo su peculiar política: han muerto “dos catalanes” y otras “dos personas de nacionalidad española”, dijo el Consejero de Interior; horas después que el presidente Puigdemont avisase que el atentado no detendrá su plan soberanista.

¿Qué soberanía puede tener nadie durmiendo con un enemigo que degüella con sigilo?

Solo un cretino cobarde puede reaccionar así. La estrechez de mira del nacionalismo provoca una ceguera política incurable, pues en el fondo, creen que una vez triunfe la independencia, podrían establecer relaciones políticas con los enemigos de España, que son también sus enemigos.

Quizá sea pronto para analizar las fallas de seguridad, y no es tarde para reconocer la profesionalidad de los Mossos de Escuadra que neutralizaron y aniquilaron al grupo terrorista que intentaba sembrar el terror en Cambrils. Pero sorprende que habiendo avisado la CIA, 22 días antes, que se preparaba un atentado contra la Sagrada Familia, no hubiera mayor seguridad y que no se hubiera vinculado la explosión de una casa repleta de bombonas de butano con los ataques posteriores.

Lamentablemente, falta profesionalidad en los dirigentes de las fuerzas de seguridad catalana, que debieron “cerrar” Barcelona y establecer marcadores de indicios para reducir las opciones terroristas al mínimo. ¿Cómo es posible que la explosión de una casa, cuya actividad había llamado la atención de los vecinos, no hubiera sido relevante para las fuerzas de seguridad antes y no después del atentado?

Haber establecido un “punto de apoyo” en las inmediaciones y haber hechos seguimientos discretos habría permitido detectar el volumen de trasiego de bombonas de butano y los desplazamientos para alquilar furgonetas. Solo la impericia de los jóvenes terroristas que provocaron una explosión no deseada, evitó una catástrofe mayor en Barcelona.

Los terroristas pueden equivocarse, pueden incluso matarse en sus preparativos; pero el Estado de Derecho no puede ni debe equivocarse y aquí ha habido errores en la apreciación del escenario operativo, en el riesgo real que representaban los jóvenes terroristas y en la capacidad de influencia operativa sobre las decisiones políticas.

Si la Jefatura de los Mossos de Escuadras apreció que la alcaldesa ignoraba su recomendación de colocar pilotes en Las Ramblas, debía haberlo comunicado al Ministerio del Interior para que –junto con la Delegación de Gobierno y con datos contrastados de Inteligencia- haber hecho reflexionar a Ada Colau, que es víctima y no cómplice de atentado alguno, otra cosa es su responsabilidad en la toma de decisiones.

El atentado aflora dos elementos importantes: los asesinos son cada vez más jóvenes y han vivido en Europa; el yidahismo debe sentirse acosado por la CIA, el Mossad, el MI-6, el KGB (que no sé cómo se llama ahora) porque no ha podido desplazar a Barcelona a un experto que controlara los preparativos y ha tenido que fiarse de unos aprendices malvados.

La huida del conductor de la furgoneta que asoló Las Ramblas –si se confirma que ha huido- revela que tampoco tienen fácil encontrar suicidas dispuestos a morir en sus masacres, al menos este terrorista quería matar y seguir viviendo. Una monstruosidad, pero que significa una diferencia cualitativa en el comportamiento de los asesinos.

Cuba –que ha vivido el atentado pendiente de sus cinco heridas- como muestra la ágil reacción de su embajador en España, Eugenio Martínez, ha sido en extremo cuidadosa en sus relaciones con esos movimientos y hace poco restableció relaciones diplomáticas con Marruecos, arriesgando incluso que Argelia, un viejo y leal aliado- se molestara y que los saharauis se enfadaran, como aquella vez en que solicitaron Shilkas (armamento antiaéreo) y La Habana dijo que no.

Occidente está en una encrucijada dramática: los nuevos Bárbaros rodean a Roma –por dentro y por fuera- y el imperio está tan agotado y decadente que ya no es capaz de producir bienestar para todos; vuelven enfermedades viejas como el sarampión y la tuberculosis; y la corrección política, la ñoñería y la impertinencia de los grumetes forman un cóctel tan explosivo como el que voló la casa de Alcanar.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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