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Cortés, pero cobarde: el flautista y las ratas

La consagración de su desprestigio en tanto artista y ciudadano cubano le llegó hace muy poco, cuando los ministerios de Cultura y del Interior le pusieron como condición para darle el Premio Nacional de Música ir a tararear su ahora flatulenta flauta ante el Cenicero en Jefe de Fidel Castro.

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Este artículo es de hace 6 años

A José Luis Cortés, El Tosco, un genio de la música cubana y mundial, el Estado totalitario cubano le acaba de conceder lo que durante años él estaba buscando, haciendo lobby y donando dólares entre el funcionarado del Ministerio de Cultura y, por supuesto, el Ministerio del Interior.

Aunque haya formalmente un jurado de corte intelectual, los Premios Nacionales de arte en Cuba son en realidad una manera de legitimar al gobierno militar. Los candidatos tienen que hacer un pacto secreto a perpetuidad con la jerarquía política de los Castros. De ahí que ni uno solo de los premiados haya hecho jamás declaraciones críticas a la tiranía cubana. Algunos con más obscenidad y otros con más cinismo, todos callan los crímenes y no denuncian la total falta de derecho de los cubanos.

Así, todos los Premiados Nacionales pactan, pues, para ser cómplices más o menos solapados de la Revolución, y acatan a priori el sambenito de convertirse ridículamente en sus ratas: es decir, en proselitistas hipócritas que no creen ni en ellos mismos, pero que están dispuestos a cualquier cosa con tal de ocupar una lápida en la historia de los premiados, además de embolsillarse la centena de pesos convertibles mensuales que paga secretamente este galardón estatal (y de los que nunca nadie en ninguna parte habla).

Es importante entonces, ya que estamos hablando de la memoria de la posteridad, que no olvidemos al menos a dos o tres miembros del jurado que recién “premió” al geniecillo terrible del Tosco en esta ocasión: el músico Adalberto Álvarez, la cantante Beatriz Márquez, y el compositor Juan Piñera (¡nada menos que un sobrino de Virgilio Piñera!). Y es muy importante apuntar estos nombres porque todos ellos, en su momento, fueron apartados arbitrariamente por la censura oficial, precisamente para disciplinarlos o adoctrinarlos en el know-how oficial, antes de perdonarlos y recuperarlos ya en la función de ratas. Es decir, ya convertidos en carne de jurado, en soldados de la cultura cubana, los tres capaces de negar tres veces sus propias biografías en tanto víctimas del castrismo que terminarían venerando a sus verdugos de verde oliva.

No es para nada patético. Es perverso.

En el caso del genial Jorge Luis Cortés, más allá del escarnio con que la burocracia oficial trataba sus letras, mejor quisiera evocar cómo al inicio de los noventa, en pleno Período Especial en Tiempos de Paz, cuando el hambre y la enfermedad diezmaban a mansalva al pueblo cubano, El Tosco comenzó a patrocinar generosamente en dólares a varios Círculos Infantiles de la capital, para que al menos los niños habaneros no sufrieran la avitaminosis y la anemia que arrasó con medio país durante aquellos años de crisis provocada artificialmente y de terror abiertamente reivindicado por los hermanos Fidel y Raúl Castro y demás familiares con grados.

Cortés, pero cobarde, el futuro flautista de la piedra muerta de nuestro inmortal Comandante en Jefe, aceptó ser coaccionado por la Seguridad del Estado, que lo obligó a no donar directamente ni un centavo más para los Círculos Infantiles que él patrocinaba, en aquellos barrios pobrísimos donde ya se le empezaba a tratar y, lo más peligroso, llamar, como un candidato para Alcalde. El resultado fue que El Tosco tuvo que mandar sus dólares al Ministerio de Educación. Y los niños negros de sus barrios barridos por la miseria se quedaron sin tomar sus diarios Cachitos y TuKolas, y nunca más digirieron los sándwiches de jamón y queso a nombre de José Luis Cortés.

De aquella humillación personal, El Tosco por fin obtiene hoy su tan apreciado Premio Nacional, dos décadas decadentes después. La consagración de su desprestigio en tanto artista y ciudadano cubano le llegó hace muy poco, cuando los ministerios de Cultura y del Interior le pusieron como condición para darle el Premio Nacional de Música ir a tararear su ahora flatulenta flauta ante el Cenicero en Jefe de Fidel Castro.

No es para nada perverso. Es patético. De hecho, cambiado por el emblemático ejército de ratas manipuladas por El Flautista de Hamelín, con El Tosco de La Habana, los cubanos hemos perdido el envase.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Orlando Luis Pardo Lazo

Escritor y bloguero de La Habana. Actualmente realiza un doctorado en Literatura en Saint Louis, Missouri, EUA.


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