APP GRATIS

Pediatra cubana en Chile: "Soy libre y vivo donde me parezca y como me parezca"

"Los cubanos tenemos que quitarnos esa manía de creernos el ombligo del mundo, y de que lo mío es lo mejor. Sufrí ese padecimiento y me curé de él hace mucho", afirma Adriana Guerra, pediatra cubana residente en Chile hace 18 años.

Vista aérea de Santiago de Chile (i) y la pediatra cubana Adriana Guerra (d) © Collage Wikimedia - Cortesía de la entrevistada
Vista aérea de Santiago de Chile (i) y la pediatra cubana Adriana Guerra (d) Foto © Collage Wikimedia - Cortesía de la entrevistada

Este artículo es de hace 4 años

Adriana García Guerra (Santiago de Cuba, 1964) cura a niños chilenos desde hace 18 años en la capital del país austral, donde vive en el coqueto barrio de Providencia, en un décimo piso, el más alto de su edificio; en el que se ha acostumbrado a los temblores de tierra y al reguero de libros y cacharros.

Antes, mucho antes, aprendió a ser médico y pediatra en Cuba, donde también curó a niños y adultos hasta que se sintió asfixiada y decidió emigrar, como tantos cubanos cualificados, honrados y trabajadores que han encontrado un sitio en el mapamundi, pendientes de Cuba, aunque la Patria no parezca que los contempla orgullosa.

Te criaste en una familia revolucionaria y te graduaste de médico y de pediatra. ¿Fue difícil tomar la decisión de irte de Cuba?

La decisión fue sólida, madura, rotunda. Segurísima yo, del paso que estaba dando. Las decisiones importantes se toman con el estómago, no se les da muchas vueltas en la cabeza. Los mejores y más importantes pasos de mi vida han sido dados con el estómago. Algo, en lo más profundo de tu ser, te dice: Hazlo. Y lo haces, y ya.

Pero eso tuvo todo un proceso que se inició con la caída del Muro de Berlín. Algo también se derrumbó dentro de mí. Comencé a cuestionar mis creencias y a despertar, lo que derivó en broncas interminables con mi padre, muy comprometido con el proceso revolucionario, sólo por expresarle mis disonantes conclusiones.

Después vino la segunda etapa de ese proceso, que llamo 'despertar'. Siempre fui muy inquieta e independiente, y con un poco más de 30 años, aún vivía con mis padres, con nula posibilidad de independencia. Por otra parte, estaba mi curiosidad innata de conocer mundo, otro sueño frustrado en aquel entonces, pues nunca había salido de Cuba.

Hoy vivo en mi departamento y viajo lo que puedo según mis posibilidades. ¡Gracias vida!, siempre digo. Pero realmente las gracias son a mi perseverancia, que es infinita, y a las oportunidades que he tenido, claro.

La guinda del pastel, y tercera etapa de este proceso de despertar, ocurrió cuando siendo pediatra de un área de salud en Palatino (barrio habanero), nuestro jefe médico nos reunió a todos los colegas del área, y nos informó -leyendo un panfleto- las nuevas directrices: los médicos no podían salir del país con Carta de invitación y, los que contrajeran matrimonio con extranjeros tenían que esperar de 3 a 5 años para ser liberados.

El impacto emocional fue brutal. Me invadió el pánico y la desesperanza. Creo que estuve tres días sin hablar, cosa rara en mí, y con una sola idea fija en mi cabeza: me voy, que se convirtió en una obsesión. No podía entender que personas ajenas a mí limitaran deliberadamente mi libertad de movimiento. Creo que corría el año 1998 ó 99. Después comenzaron a pasar cosas muy buenas en mi vida y todas conspiraron para que finalmente saliera de Cuba en noviembre de 2001, aprovechando la asistencia a un congreso médico en Chile y a la ayuda de mi entonces pareja.

¿Tu aterrizaje en Chile fue suave o notaste muchas diferencias con Cuba? ¿Fue fácil adaptarte?

Mi aterrizaje fue con base almohadillada. Venía con novio chileno y ya tenía una hermana viviendo acá. Del aeropuerto fui directo a Providencia, y de ahí, al Supermercado Jumbo, de Alto Las Condes, donde casi me dio un terepe cuando vi una montaña, bellamente ordenada, de frutas y verduras.

Me adapto bien donde quiera que llego, pero los inicios no son fáciles en ningún lugar. Estudié como demente para la reválida de mi carrera, mientras trabajaba en lo que fuera, pero siempre como médico, ganando lo justo para pagar techo y comida. Fueron tiempos muy duros.

Muchas veces me tocó trabajar en las afueras de Santiago, llegando a mi casa a las 10 de la noche, sentándome a estudiar hasta la 1 de la mañana, dormir poco, y despertar al alba para regresar al trabajo. Y a esto se sumó la separación con mi novio, al cual amaba, poco tiempo después de mi llegada, pero esa es otro historia.

Recuerdo días de angustia, sentada en el piso de mi habitación, con mi cabeza entre las manos, y llorando a mares. Y después secarme las lágrimas y regresar a los libros sin más.

Posteriormente revalidé también mi especialidad, pero fue un periodo más breve y algo más suave.

Pero nada es tan terrible, aunque lo parezca en el momento en que uno lo sufre. Conozco historias parecidas a la mía, y peores, y nadie murió por ello. Todos repuestos y felices hoy día.

Hoy miro atrás y agradezco todo lo vivido. Fue un aprendizaje increíble. No cambiaría nada. En Chile me convertí en una adulta emocional. Ya no estaba papá - estado- protector- castrador.

¿Como viviste tu primer temblor de tierra o sismo?

Chile es un país sísmico. Tiembla con frecuencia. La gente acá se asusta mucho, siempre temen lo peor. Yo no. Me tocó vivir el sismo del 27 F (27 de Febrero del 2010). Lo tengo incorporado como experiencia de vida.

Dormía en mi departamento, en un piso 10, sola, y como a las de la mañana me despertó, con un salto que di en la cama, un estruendo en mi cocina, algo se había precipitado al suelo. Antes de eso, soñaba que me balanceaba. ¡Qué sueño más rico aquel!

Aun ignoraba que estaba viviendo un sismo de magnitud 8.8, en la escala Richter. Creía que se trataba de un temblor fuerte a pesar de que caminaba por mi casa sin apenas poder mantener una marcha lineal, y viendo cómo mi computadora volaba por los aires, y mis libros y el librero de aquel entonces que se desprendía de la pared, y los platos, y vi surgir una grieta en la pared de mi living, en fin… Aquello duró algo más de tres minutos, pero a mí me pareció eterno.

Y después me fui a dormir. Lo peor vino después, al amanecer, cuando vi en imágenes los estragos del tsunami: la muerte, la destrucción, la desolación. Fue muy fuerte aquello para mí. Y para todos. Pero rescato algo muy bonito. Chile entero se unió para ayudar a los damnificados. De forma espontánea y voluntaria.

Y yo, cubana que nunca había vivido en un terremoto, aunque en mi natal Santiago de Cuba a veces tiembla un poquito la tierra, bajé a la calle para intentar ir al trabajo, como un día cualquiera, hasta que comprobé que las calles estaban desiertas y todo cerrado.

En Chile trabajas como Pediatra, ¿cómo es la Pediatría chilena?

Chile no es un país perfecto, y este hecho llévalo a todos los ámbitos de la sociedad. La medicina es parte de ella. Pero a mí me satisface lo que hago y como lo hago.

Puedo ejercer en cualquier lugar donde me sienta acogida, valorada y respetada. Y Chile me ofrece todo eso.

¿Qué cosas de Cuba te traerías a Chile y al revés?

No sé si venga al caso, pero de Cuba me traería la alegría y la sensualidad. A Cuba le llevaría desde Chile el aprendizaje y la sabiduría de saber vivir reconciliados con la diferencia.

A Cuba le agradezco los padres que tuve, mi familia loca y hermosa, y la oportunidad de estudiar una carrera.

A Chile, a mi Chile querido, mi gratitud por siempre, por haberme permitido crecer como persona y como profesional.

¿Te has reconciliado con tu padre? ¿Cómo es la relación con tu familia?

La distancia espacial lo sana todo. Y el sentido común, sobre todo. Los 11 años y medio de destierro involuntario que me impuso Cuba, sirvieron para esto, y más.

Recuerdo que en una llamada telefónica, muy al inicio de estar en Chile, me dijo: "Bueno, ya podrás comparar aquello con tu país, y me dirás".

Y no tuve que responder esa pregunta. Los casi 18 años que llevo acá son la respuesta.

Los cubanos tenemos que quitarnos esa manía de creernos el ombligo del mundo, y de que lo mío es lo mejor. Sufrí ese padecimiento y me curé de él hace mucho.

En uno de mis recientes viajes a Cuba, mi padre me preguntó si no me pensaba repatriar. Y le contesté: "¿Para qué?...." El silencio fue su respuesta. ¿Será necesario explicar siempre que nací en Cuba? ¡Y que tan aberrante fue que me quitaran mis derechos, como para que ahora tenga que pagar para tenerlos!

No, gracias, buen provecho, señores.

Soy pájaro libre, y vivo donde me parezca y como me parezca.

¿Qué opinas?

COMENTAR

Archivado en:

Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


¿Tienes algo que reportar?
Escribe a CiberCuba:

editores@cibercuba.com

 +1 786 3965 689


Siguiente artículo:

No hay más noticias que mostrar, visitar Portada