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Rebelión en la ciudad letrada

Fidel Castro Ruz y muchos de sus compañeros del M-26-7 se educaron en colegios y universidades del capitalismo cubano, y allí enseñaba un claustro plural, cuya principal seña de identidad era su rigor académico y no la militancia.

Escultura del Alma Mater, en la Universidad de La Habana © CiberCuba
Escultura del Alma Mater, en la Universidad de La Habana Foto © CiberCuba

Este artículo es de hace 4 años

El tardocastrismo -agobiado por las penurias económicas consustanciales al comunismo- acaba de abrir un frente peligroso para sus intereses: la rátzia ideológica en las universidades, que no es novedad como casi todo en ese viejo régimen, pero que ha tenido la respuesta adecuada de un grupo de profesores.

Carece de sentido abrir ese debate estéril a estas alturas del juego; sobre todo cuando en Europa y Estados Unidos buena parte del profesorado milita en la izquierda hasta el extremo de servir, en algunos casos, de agentes y aliados del castrismo, sin padecerlo.

Fidel Castro Ruz y muchos de sus compañeros del M-26-7 se educaron en colegios y universidades del capitalismo cubano, y allí enseñaba un claustro plural, cuya principal seña de identidad era su rigor académico y no la militancia. La autonomía universitaria, por ejemplo, fue rasgo identitario de la maltratada república cubana.

La burócrata del Ministerio de Educación Superior que salió diciendo esa sarta de tonterías es solo la soldado al servicio de la casta verde oliva que ordenó la ejecución civil de Omara Ruiz Urquiola y, de paso, intenta amedrentar a los que -cívicamente- se han aliado con ella.

El exabrupto de la viceministra forma parte de una ofensiva ¿revolucionaria? que ya se llevó por delante el jurista Julio Antonio Fernández, a varios periodistas independientes, incluida la injusta condena a un año de cárcel a Roberto de Jesús Quiñones Haces, que apalea y retiene a opositores y que arremete contra los humoristas, con el pretexto de las buenas costumbres.

Tampoco es novedad el forcejeo entre castrismo y Ciudad Letrada, que arrancó en 1961, tras la fracasada luna de miel entre barbudos y creadores, con la frase lapidaria del comandante en jefe: "dentro de la revolución todo, fuera nada"; que aún hoy algunos exégetas intentan reivindicar apelando a la guaracha sentimental y a su bajeza moral para conservar las migajas que el poder les ha concedido.

Quizá el Caso Padilla fue un punto de inflexión temporal porque Castro tomó conciencia de la brecha que había abierto con la intelectualidad progresista del mundo, fundamental para sus labores de agitación y propaganda. De ahí que en los años 90 del siglo pasado, ordenara a Abel Prieto que convirtiera la UNEAC en una agencia de viaje fabricantes de gusañeros al por mayor, y funcionó parcialmente, por aquello tan viejo de ganado el pan, hágase el verso.

Los fusilamientos de tres jóvenes negros que intentaban huir a Estados Unidos abrió una herida definitiva entre el castrismo y la intelectualidad real del mundo democrático, que no podía entender el miedo que impulsaba a Castro a actuar de manera tajante ante la advertencia de Estados Unidos sobre oleadas migratorias.

La reacción hasta de José Saramago, al que Castro acusó de viejo casado con mujer joven, provocó uno de los episodios más ignominiosos de la cultura cubana, cuando un grupo de serviles redactó y firmó una "Carta para los amigos que están lejos". Saramago luego suavizó su crítica, gracias a la hábil gestión de la entonces embajadora cubana en España, Isabel Allende, que visitó al escritor en Lanzarote y curó heridas.

Sería atinado recordar, ahora y siempre, que el castrismo es un excelente productor de presos, exiliados, inxiliados, pobreza y dependencia económica; para evitar las tentaciones de los gusañeros de ubicar el conflicto en el eje La Habana-Washington; cuando la Casa Blanca no ha intervenido en el pensamiento de Omara Ruiz Urquiola, Julio Antonio Fernández o Luis Silva.

Díaz-Canel y los cincuentones debían parar todo intento de atropello contra la ciudad letrada porque ya nadie se toma en serio al tardocastrismo en el mundo, donde los escuchan, fingen que los comprenden y corren a refugiarse en sus cómodas butacas del capitalismo neoliberal.

Y, sobre todo, porque Cuba está urgida de una acción gubernamental contundente que promueva el diálogo incesante, el goce de la diferencia y que haga de la discrepancia respetuosa una fiesta nacional; que son las claves para la sobrevivencia de los cincuentones. A los dinosaurios, viejos y con dinero, solo les preocupa que si implosiona el régimen no tienen dónde esconderse en este mundo globalizado.

Hablando se entiende la gente; aún queda tiempo, no sigan tensando cuerdas que las cuerdas tensadas suelen romperse. Y el hambre es muy mala consejera. La época de aquella Ciudad Letrada apoyando fusilamientos ya pasó; ahora pueden reunir a cuatro gatos comprometidos para elaborar una contracarta; pero no les servirá de nada porque el día que la universidad sea -de verdad- solo para revolucionarios, habrá que cerrarla por falta de matrícula y claustro.

Escuchar es una sabia manera de gobernar. La gente os quiere poquito, os aguanta porque no tiene alternativa, pero ya no convencéis a nadie y menos aún con ataques como los más recientes contra la Ciudad Letrada que no estuvo en la Sierra Maestra, ni en el Granma ni en el Moncada.

Como Miguel Díaz-Canel Bermúdez, que tampoco estuvo.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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