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Los Castro Espín, una familia disfuncional

Un paseo por las travesuras de una parte de la familia Castro-Espin

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Este artículo es de hace 4 años

Hace unos años, comencé a publicar en Facebook una serie dedicada a la descendencia de los Castro Ruz; los hijos y nietos de los hermanos (des)gobernantes de Cuba, que titulé, “Príncipes del Terror”.

En el capítulo reservado a Déborah Castro Espín, la primogénita de Raúl y Vilma, -mujer mediocre, ladina, inestable y oscura donde las haya-, describía el instante en que conoció y se casó con el también oscuro Luis Alberto Rodríguez López-Callejas.

El era un militar amigo de la casa, al que conocía desde el pre universitario, hijo del histórico comunista ya occiso, Guillermo Rodríguez del Pozo, “Gallo Ronco”, el jefe de los Servicios Médicos de las FAR y del Estado Mayor Nacional de la Defensa Civil.

Luis Alberto se acercó a Déborah, como parte de una bien estudiada estrategia política, que contemplaba hacerle un par de hijos para afianzar su sangre en la cúpula del castrismo comunista, y volverse imprescindible para su suegro.

Su plan le salió bordado; años más tarde consiguió que Raúl Castro lo nombrara Director del Grupo de Administración Empresarial S.A. (GAESA), el lobby de negocios más rentable de las FAR que hoy controla el 80% de la economía cubana.

Pero desde el mismo momento en que se casaron, Déborah sintió psicológica y físicamente la animadversión de su esposo. Luis Alberto la detestó desde el minuto uno; la humillaba de palabra en público y la maltrata de puño en privado.

Contaba, en aquella crónica biográfica de Déborah, los episodios de violencia doméstica que presenciaron los vecinos de El Laguito, donde viven los Rodríguez Castro, cada vez que Luis Alberto zurraba a la Infanta de Cuba en presencia de sus hijos.

Pero Vilmita y Raúl Guillermo, “El Cangrejo” siempre se posicionaron al lado de su padre y nunca defendieron a la mujer que los trajo al mundo. Desde niños irrespetan y humillan a Déborah, e incluso corren rumores de posibles malos tratos de “El Cangrejo” hacia su madre, presenciados fríamente por su hermana y bendecidos por su padre.

Muerta Vilma Espín, y con ella, la única persona que realmente defendía a su hija mayor, la vida de Déborah se convirtió en un infierno, mientras la de su marido prosperaba.

Su suegro lo puso al frente del puesto de mando en la mayor inversión actual de Cuba: el proyecto constructivo de mil millones de dólares del Puerto del Mariel, que lo consagró como el “zar” económico y militar, sin haber abierto jamás un libro de Economía.

En tanto, Déborah se había fabricado una coraza para sobrevivir al desamor de su familia, pero estaba incubando una depresión de caballo. Fue por entonces que descubre, que hay otra mujer, oficial de las FAR, a la que además conocía, con la que hacía años López-Callejas la engaña.

Déborah enfrenta a Rodríguez, le echa en cara la traición y le comunica su decisión firme de divorciarse. Pero Luis Alberto, que por esos días está a punto de recibir un ascenso en las FAR, monta en cólera y le propina una paliza tan brutal que la envía directo al CIMEQ.

Una criada de la casa llama por teléfono a su hermano Alejandro Castro, enemigo jurado de su agresivo cuñado, y Alejandro se presenta en el domicilio de su hermana muy enfadado. Cuenta Juan Juan Almeida, -que una vez fue el mejor amigo de Alejandro-, que aquella fue una bronca barriobajera de puñetazos y pistolas, que hubiera terminado en tragedia, si no hubieran intervenido los escoltas de ambos.

Déborah Castro presentó por fin en el año 2012 la solicitud de divorcio de Rodríguez López-Callejas ante el Tribunal Municipal Popular de Plaza, alegando desavenencias e infidelidad continuada por parte de su esposo.

Juan Juan contaba entonces en un editorial de Radio/TV Martí, que “la estrella de Rodríguez se había eclipsado debido a sus problemas familiares. Castro enviará, o ya envió, al padre de sus nietos (Luis Alberto Rodríguez López-Callejas) a cumplir misión en Angola, una tierra peligrosa para un cubano en desgracia”, escribió.

Hace un tiempo, ya después de la abdicación de Raúl en favor de Díaz-Canel, Luis Alberto Rodríguez López-Callejas volvió al hogar familiar y reinició su tóxica relación con Déborah, quién sabe porqué extrañas causas.

Hace unos meses, el presentador Alex Otaola dejó caer dos noticias al hilo de estos hechos. Según sus fuentes, Déborah había sido otra vez, presuntamente golpeada por el padre de sus hijos, y otra vez enviada con contusiones al CIMEQ. Pero no por una infidelidad de Luis Alberto.

Cuenta Otaola que esta vez ha sido Déborah quien ha estado engañando a Rodríguez López-Callejas, y con un hombre mucho más joven que ella. Su identidad -siempre según Otaola- es lo que ha hecho saltar los fusibles de los mentideros del poder cubano: se trataría de Miguel Mario Díaz-Canel Villanueva, el hijo mayor del actual presidente Miguel Díaz-Canel con la estomatóloga Marta Villanueva, su primera esposa antes que la actual Primera Pequeña Dama Gordita, Lis Cuesta.

Miguelito solo tiene 26 años, es músico y supuestamente mantiene -o mantenía- una relación con Tania López Pantaleón, de la que ha nacido un niño. No he podido confirmar la noticia de Otaola por ninguna otra fuente, pero no me extrañaría que fuera cierta.

Déborah -como su hermana Nilsa- ha caído desde hace tiempo en la espiral destructiva del alcohol, arrastrada por una vida miserable y sin contar con el apoyo familiar que parecen haber acaparado Alejandro y Mariela. Buscar refugio sentimental y un poco de sexo, en un jovencito al que le saca casi medio siglo, me cuadra perfectamente con su temperamento ofuscado y caprichoso, y su falta de afecto secular.

Los intercambios de cama en la cúpula de la dictadura, son frecuentes también en esta familia. Ya ocurrió en su día, cuando el tío de El Cangrejo, Alejandro Castro, más conocido como “El Coronel”, se beneficiaba a una de las novias de su sobrino. “Sobrino y tío revisaban su propio código conductual compartiendo la misma mujer”, contaba Juan Juan Almeida en su artículo “El Nieto Heredero al Trono”, publicado en el Diario Las Américas.

Y a El Cangrejo, este resbalón calenturiento de su madre debe estarle aguando ahora la fiesta, que tan bien se había montado últimmente.

Después de su incursión desternillante por el “mundo escolta”, haciendo de guardaespaldas de su abuelo, había decidido ponerse a tono con las prácticas burguesas de la familia y le pidió a Raúl la casa que había dejado vacía el embajador español en la Isla.

Así que Raúl Guillermo Rodríguez Castro, se ha mudado a la mansión de El Laguito, que hasta hace poco ocupaba el diplomático gaito Juan José Buitrago -al que vimos hace poco honrando a Fidel en su piedra-, ubicada en la calle 152 entre 19 y 19 N; una chocita en una “pequeña” parcela de 6.700 metros cuadrados.

No contento con eso, El Cangrejo también ha decidido emular a su tío Alexis Castro, dueño del monopolio textil de las camisetas impresas, que ya ha montado su fábrica en Punto Cero.

Raulito no podía ser menos, y acaba de adueñarse del negocio de la paquetería postal cubanas. Para ello ha recurrido a testaferros de su círculo familiar cercano, que actúan como representantes legales de la firma; su esposa, Daliene Gómez y su suegra Fátima Tomás Peláez.

El hombre de los doce dedos y las tres neuronas, intentaba -se ve que inúltilmente- conseguir que su nombre no apareciera vinculado a esta nueva y productiva actividad económica, que sin dudas lo hará más millonario.

Juan Juan Almeida comenta en un vídeo recientemente publicado en Diario Las Américas, que “el negocio era propiedad del Estado, pero ahora es privado, y es parte de los que se ha adjudicado la familia Castro. (…) Hasta ahora, la paquetería que viaja a Cuba y que tiene con exclusividad, es la que proviene de España, México, Ecuador y Estados Unidos a través de la agencia aduanal y transitaria, Palco”.

El Grupo Palco está, en teoría, subordinado al Consejo de Ministros, pero su presidente es Abraham Maciques, ¡el albacea del Fidel Castro! Todo queda en familia.

Vale recordar que El Cangrejo fue la mano que sacó por el techo al empresario e inversionista español Esteban Navarro Carvajal Hernández, que hacía más de dos décadas tenía tratos comerciales con Cuba y había engendrado allí una parentela criolla, como en tiempos de la colonia.

Navarro empezó a ampliar sus negocios, más allá del vínculo oficialista que le garantizaba cierta inmunidad empresarial ante la dictadura. Se asoció con tres ciudadanos cubanos para crear otras tantas sociedades: el club nocturno y sala de fiestas Shangri-Lá, de Avenida 22 entre 36 y 42 en Miramar, el bar restaurante Up&Down de 5ta y B, en el Vedado, y una “franquicia” del Shangri Lá, en Las Tunas.

Hasta entonces era amigo íntimo de El Cangrejo, que hacía parada diaria nocturna en el Shangri Lá de Esteban, donde tenía mesa propia. Pero un lío de faldas por una misma mujer, parece que muy bella, enfrentó a los dos amigos, y al Cangrejo le tocó perder. Entonces consiguió de su abuelo, para el español, la expulsión del país “con negación indefinida de entrada al territorio nacional”. Adiós Esteban.

¿Y Vilmita Rodríguez?

La hija rubia e insensible de Déborah va haciendo travesuras por su parte. Mientras su marido Arlés del Río, “artista plástico de la revolución”, le mete todos los años el dedo en el ojo al exilio de Miami, exponiendo y vendiendo sus obras en New York y en Art Bassel, sin que le duelan prendas, su oxigenada esposa pone en alquiler las residencias que ha heredado de sus padres, en Air B&B.

Vilmita pide la bicoca de 700 verdes dólares del Imperio por cada noche de hospedaje en sus casas, robadas y gozadas por los Castro durante medio siglo. También ha intentado esconderse en las redes tras una identidad falsa, para desarrollar tranquilamente su nueva profesión, pero la hemos descubierto.

De pronto el talento para los negocios inmobiliarios, parece haber tocado a los nuevos Castro, que están como locos poniendo en alquiler y en venta todas las propiedades que sus padres se han ido afanando, y que ellos han heredado sin haber disparado un chícharo en sus vidas. Antes ya lo había hecho Sandro Castro Arteaga, el hijo de Alexis, -el de las camisetas-, y también un buen número de hijos y nietos de generales de la dictadura.

Mientras tanto, el clan Castro-Espín sigue su trayectoria disfuncional, alcohólica y violenta, engendrando sangre nueva, preparada para chupar de la misma teta de la que han mamado y siguen mamando sus progenitores.

Veremos cuántos de ellos, llegado el día, -si es que por fin tienen que rendir cuentas de lo hecho y lo deshecho-, se justifican, como los militares, diciendo que “sólo cumplían órdenes”.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Carlos Ferrera Torres

Arquitecto, escritor y guionista nacido en La Habana, reside en España desde 1993, donde ha desempeñado su labor profesional como guionista de ficción y realitys en productoras de televisión como Magnolia y Zeppelin TV. Ha escrito varias piezas teatrales estrenadas en USA, Grecia, Argentina y España


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