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Un cubano en Chile loco por regresar a la Isla: “Sólo quiero estar en Cuba con mi hija, mi esposa y mi familia”

Ronal Muñoz y Mónica Candado son habaneros; tienen una niña de poco más de un año y darían cualquier cosa por reunir los 1.700 dólares que necesitan para subir a un avión y volver a casa.

La familia lleva meses varada en Chile © Cortesía de los entrevistados
La familia lleva meses varada en Chile Foto © Cortesía de los entrevistados

Este artículo es de hace 3 años

Ronal Muñoz y Mónica Candado son emigrantes y quieren regresar a Cuba, pero no tienen dinero para subirse a un avión que los lleve de vuelta a casa. Su situación es desesperada. Cuando se vieron con la soga al cuello: sin casa, sin papeles, sin dinero, sin trabajo y sin comida, se plantaron con lo puesto en el aeropuerto de Santiago de Chile porque sin un techo donde dormir y una bebé de un año y tres meses en los brazos no tenían un sitio mejor donde pasar la noche… hasta que los echaron de ahí.

La emigración ha sido para esta pareja una broma macabra. Sin trabajo y con el coronavirus acechando, las cosas se han puesto malas de verdad. Alguien compartió el caso de Mónica, Ronal y su pequeña Ainhoa en la página de Facebook Cubanos en Chile e inmediatamente una familia cubana, que no tiene una situación boyante, los recogió. Hoy tienen donde dormir, pero saben que esto es sólo temporal. En la cabeza tienen una idea fija: regresar. “Sólo quiero estar en Cuba, con mi hija, mi esposa y mi familia”, confiesa Ronal Muñoz a CiberCuba. Pero hay un problema: no tienen dinero.

A Mónica y a Ronal nunca les ha ido bien, pero el Covid-19 les ha dado el tiro de gracia. Ronal se quedó sin trabajo. Sin ahorros, no pudieron pagar la renta y los desahuciaron. Por eso se fueron a dormir al aeropuerto, hasta que los echaron de ahí. “No tenemos dinero para una casa ni para la comida ni para coger un avión en agosto. Acá hay que pagarlo todo. No tenemos trabajo. Esa es nuestra situación actual”, cuenta la joven de 25 años, madre de una niña que todavía usa pañales; come papilla y necesita leche.

Mónica salió de Cuba con 19 años. Llegó a Bolivia y empezó a trabajar en una cafetería. Estuvo viviendo allí unos diez meses, pero no se adaptó al clima de La Paz. “Demasiado frío”, dice. Ése fue el motivo por el que se marchó a Perú. Allí conoció a Ronal, el padre de su hija. Los dos comparten la experiencia de haber emigrado vía Guyana, cruzando fronteras, por tierra, con todo lo que eso significa y une.

“Allí salimos, nos conocimos, entablamos una relación y al tiempo tuvimos a nuestra niña, que nació en Perú”, recuerda Mónica con nostalgia. Ella tuvo un embarazo de alto riesgo y pasó los nueve meses en cama. Pudo dar a luz en un hospital gracias a un seguro médico que le consiguió una enfermera peruana, casada con un cubano.

Mientras tanto, Ronal sostenía a la familia trabajando en un taller de celulares donde le pagaban 10 soles diarios. “Eso no alcanzaba para nada. Teníamos que sacar para la comida y, a veces, con un muslo de pollo comíamos los dos. Me enfermé. Tuve anemia. Muy duro. Pasé mucha hambre embarazada. No podía tomar las medicinas que me mandaban durante el embarazo porque a duras penas sobrevivíamos”, comenta sin drama.

Aún así, Mónica consiguió llegar al final de su embarazo. La niña nació por parto natural, fuerte y sana, pero la recuperación de la madre fue lenta. Pasó cuatro meses con muchos dolores hasta que finalmente lo superó.

La avalancha de emigrantes venezolanos dejó a Ronal sin trabajo y cuando la pequeña Ainoha tenía cinco meses y medio, la familia vendió lo poquito que tenía: un frío, una cama… y se dirigió en bus hasta la frontera de Arica, entre Perú y Chile, y cruzaron atravesando el desierto de Atacama. “Tuvimos que pagar 100 dólares y nos quedamos sin dinero. Intentamos cruzar el desierto en tres ocasiones con la niña en un cargador. Ocho horas caminando por la arena. Te caías y volvías a levantarte. En dos ocasiones nos cogió la Policía y nos viró para atrás. A la tercera lo logramos. Eso fue súperduro, pero por suerte logramos llegar a Chile”, explica Mónica por WhatsApp a CiberCuba.

En Chile, la suerte parecía sonreírles por primera vez en mucho tiempo. Ronal consiguió trabajo enseguida en Uber Eats, gracias a un cubano que lo ayudó. Pero las cosas se torcieron enseguida. Nada más llegar, la familia se instaló en el estudio del amigo de un amigo. La pareja y su hija dormían en un sofá-cama, que les salía gratis. Afuera hacía mucho frío. El apartamento era súper pequeño y un día, mientras Mónica estaba limpiando, su bebé, gateando, tiró del cable del hervidor de agua para hacer el té y el agua caliente le cayó encima y le quemó toda la espalda, los brazos, parte de la cabeza…

La niña pasó tres meses en terapia intensiva y otro mes en planta. La atendieron de urgencia en un hospital y cuando le dieron el alta también le entregaron la factura: 1,5 millones de pesos chilenos (1.830 dólares). “Yo no dije a la doctora que no tenía dinero porque tenía miedo de que no la atendieran. Tuve suerte y conocí a una asistenta social que consiguió que el hospital cubriera el gasto de la niña”, continúa Mónica.

Al no tener papeles, Ronal tuvo que cambiar de empleo. Con lo poco que ganaba, la familia sobrevivió durante diez meses hasta que llegaron la Covid-19 y la cuarentena, que pilló a Ronal trabajando en el taller de celulares de un peruano. El hombre recogió sus cosas y se marchó a Perú de un día para otro y no le pagó el salario mensual que le debía.

Para entonces la familia tenía algunos ahorros por si la niña se enfermaba, pero cuando el dinero se acabó empezaron a subsistir con la poca comida que les regalaban amistades de Facebook. “Un día no nos quedó más nada. No pudimos y nos tuvimos que ir al aeropuerto. Ahora estamos intentando ver cómo nos vamos a Cuba”, comenta Mónica con la voz apagada y un acento trastocado por la emigración y la tristeza.

Han hablado con la aerolínea Copa y les han confirmado que la niña también paga pasaje. Serían casi 1.700 dólares por los tres. “En esas estamos. Ésta es nuestra historia”, concluye Mónica.

La pareja tiene los ojos puestos en el 8 de agosto porque para antes no hay billetes de avión. Quieren reunir el dinero y regresar a La Habana. Ronal sabe que en Cuba la cosa está mala, de siempre, de toda la vida, pero no tiene miedo. “Yo nací ahí. No tengo nada que temer en devolverme a mi país”, dice.

Para ambos, los tres años que han estado dando tumbos por Bolivia, Perú o Chile no es tiempo perdido. “Hemos aprendido a valorar bien las cosas. Con lo que está pasando en el mundo, no es momento para estar fuera de tu país”, recalca el joven de 28 años, que no ve la hora de volver a pisar su barrio de La Habana del Este.

En Cuba aspira a encontrar “un techo y la estabilidad para su hija que no ha podido encontrar en ninguna parte”. A estas alturas no se le pasa por la cabeza enfilar rumbo a Estados Unidos. “Es un proceso muy largo y ahora no pienso en eso. Yo sé que la cosa está mala en Cuba, pero no me interesa. Estoy acostumbrado. Yo soy cubano”.

A los que en estos momentos están en Cuba y locos por emigrar, Ronal les da un único consejo: “Piensen bien las cosas antes de hacerlas”, pero no les corta las alas. “Que cada cual haga lo que sienta”.

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Tania Costa

(La Habana, 1973) vive en España. Ha dirigido el periódico español El Faro de Melilla y FaroTV Melilla. Fue jefa de la edición murciana de 20 minutos y asesora de Comunicación de la Vicepresidencia del Gobierno de Murcia (España)


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