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Los kamikazes de la economía cubana

Todos los que luchan por sacar adelante sus negocios en Cuba saben que en nuestro país se pagan impuestos leoninos y el dinero recaudado no sabemos dónde se mete.

Cuentapropistas cubanos, en una foto de archivo © CiberCuba
Cuentapropistas cubanos, en una foto de archivo Foto © CiberCuba

Este artículo es de hace 3 años

Los cuentapropistas cubanos son los verdaderos héroes de la República. Ellos, y no otros, son los que merecen que nos quitemos el sombrero. Desde el emprendedor que rellena fosforeras, hasta el dueño de una cafetería o un botero.

El reconocimiento debe ser para todos los que durante tantos años, y tan duros, han fomentado el autoempleo en el país o incluso han conseguido crear empleo a pesar del fuego institucional. Todos los que han generado riqueza al margen del Estado, a pesar de las escaseces, todos deberían ser considerados héroes anónimos de Cuba. Ellos, los kamikazes de la economía cubana, deberían tener todo nuestro respeto.

Qué les voy a contar de los que han logrado mantener sus negocios abiertos en la isla desde los años 90: con turismo y sin turismo, con inspecciones y con extorsiones, con ciclón y con apagones. Con coronavirus y sin mercados mayoristas.

A estos empresarios cubanos deberíamos hacerles un monumento cerca del puerto o del aeropuerto de La Habana, para que todo el que se baje de un barco o de un avión sepa que cuando nadie creía en que otro país es posible, ellos, sin proponérselo, hicieron un esfuerzo por rescatar el nuestro. A pesar de y contra viento y marea.

Los cuentapropistas cubanos han lidiado con una burocracia asfixiante; con inspectores corruptos, con atravesados porque sí, con prohibiciones absurdas, con acusaciones de enriquecimiento ilícito y con el ir y venir de una plantilla que, sobre todo, se marcha de Cuba. Los trabajadores cambian de país porque aspiran a encontrar en otro confín del mundo un lugar donde sueldo, empleo, nivel de vida y libertades no pertenezcan a realidades paralelas que nunca convergen.

Ser trabajador por cuenta propia en Cuba es una profesión de riesgo. Por eso celebro que el gobierno haya dado por fin su brazo a torcer y les permita, aunque con limitaciones, importar y exportar productos. Tendrán que hacerlo a través de intermediarios estatales: empresas que, según el ministro de Comercio Exterior, Rodrigo Malmierca, no buscan “ser rentables”.

¿Cómo es posible que el propio Estado cubano admita que crea empresas mediadoras sin aspiraciones de rentabilidad? Esto huele a golazo por toda la escuadra. Una empresa tiene que ganar dinero para seguir siendo lo que es o deja de serlo. No sé si engañan a alguien en la isla, pero los que estamos fuera de Cuba nos hacemos una idea más o menos clara de hasta dónde llega el afán recaudador de euros y dólares que tiene la administración comunista.

Si hiciéramos hoy una auditoría en Cuba, con todas las garantías, apuesto a que el panorama de empresas rentables sería desolador.

¿Qué sentido puede tener crear una empresa que no quiere beneficios? Mucho me temo que detrás de todo esto sigue estando el miedo a la descentralización; el temor a perder el poder porque siguen entendiendo el país como el patio de su casa. Es suyo y hacen con él lo que quieren. ¿En serio creen que hacen un favor a los cuentapropistas? Nos calientan el jarro, pero no sueltan el asa. Ardo en deseos de leer la lista completa de productos que no se pueden importar.

El gobierno cubano vende su mediación como una central de compras que busca abaratar precios. ¿Por qué no dejar que sean los propios cuentapropistas los que creen entre ellos este tipo de mediadores para comprar al mejor postor?

Todos los que luchan por sacar adelante sus negocios en Cuba saben que en nuestro país se pagan impuestos leoninos y el dinero recaudado no sabemos nunca dónde se mete.

Siempre me he preguntado a dónde va a parar lo recaudado. Desde luego no va a la puesta a punto de escuelas y secundarias ni a la limpieza de la ciudad. Tampoco se destina a la construcción de viviendas sociales ni al mantenimiento de carreteras. Las calles de los barrios cubanos tienen huecos y baches que forman parte de su historia. Ese dinero no va, ni por equivocación, a las reparaciones de tupiciones legendarias que sufren vecinos desde hace años. Y en los hospitales, qué quieren que les diga, hace mucho tiempo que no se nota una inyección potente de dólares. Se perciben los parches en moneda nacional por todas partes.

No tengo ni idea de a dónde van a parar los impuestos tremebundos que el gobierno cubano araña a los emprendedores. Puede que se vayan por el mismo agujero negro por el que se van millones y millones en nuestro país. Vaya usted a saber si cuando se acabe el rollo de esta película nos vamos a encontrar a los come-candelas sacando dinero de cuentas en Suiza o de cualquier otro paraíso fiscal.

En todo caso solo el hecho de que exista la posibilidad de exportar e importar es ya un paso de avance. Ahora solo hace falta comprobar cómo funciona en la vida real. Porque si a los impuestos de siempre les añadimos comisiones de agáchate que allá voy, no avanzamos hacia una economía en la que la intervención estatal debe ser mínima. Únicamente así les irá bien a los emprendedores. Y cuando a los pequeños empresarios les va bien, nos va bien a todos.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Tania Costa

(La Habana, 1973) vive en España. Ha dirigido el periódico español El Faro de Melilla y FaroTV Melilla. Fue jefa de la edición murciana de 20 minutos y asesora de Comunicación de la Vicepresidencia del Gobierno de Murcia (España)


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