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Entrevista a Luisa María Jiménez: “Soy pionera del desnudo en Cuba”

Sobre su personaje en El rostro de los días dijo que lo escogió ella por que "era el más cortico de la novela y precisamente yo no quería uno largo, ni protagónico ni coprotagónico"

Luisa María Jiménez © Luis Funes / Cortesía de la entrevistada
Luisa María Jiménez Foto © Luis Funes / Cortesía de la entrevistada

Este artículo es de hace 3 años

Luisa María Jiménez no es de andar con rodeos. De carácter fuerte y modos sensuales donde los haya, la popularísima actriz cubana acostumbra a llamarle al pan, pan, y al vino, vino. Espera que la miren de frente y así mismo, de frente, habla.

A pesar de que el encierro obligado por el coronavirus la tiene “como ralentizada, desestimulada, apática”, no pierde el interés por los ejercicios y el trabajo de su cuerpo. “Los ejercicios son mi bienestar; cuando no los hago me siento mal, me desanimo, incluso me deprimo. Yo siempre he dicho que voy a hacerlos hasta que sea una anciana si la vida, las fuerzas y el entusiasmo me lo permiten”.

Que su voluntad es de hierro lo sabe bien el aneurisma cerebral que hace seis años se le reventó por una subida de presión. Cayó muerta. Una embolización por cateterismo hasta el cerebro -un procedimiento altamente riesgoso- le salvó la vida. Quedó como un vegetal, “en el hueso”. Francamente no era ella, pero recuperó en dos meses todo lo que había perdido: la visión, el habla, el poder caminar y mantenerse en pie. “Volví a ser persona y aquí estoy vivita y coleando”, revela.

Con voz nostálgica, la artista de 63 años explica a CiberCuba que le encantaría participar más de la vida de su nieta Aurora, que no está en Cuba. Pero cuando se juntan la saca a pasear, van al parque, le da la comida, ven cosas, se tiran en el piso, juegan, son felices.

La buena música y una copa de vino no pueden faltarle para que la comida quede a su gusto. “Son estímulos adorables para mí, me impulsan, me emocionan y me llenan de una creatividad increíble. Hacen que los sabores se realcen”, dice la experimentada actriz a quien le encantan los jugos verdes y preparar platos de cocina haciendo inventos, como jugando con las recetas.

Luisa María recuerda que estaba haciendo una telenovela con Lester Hamlet que se detuvo por la pandemia, y que tiene algunos trabajos pendientes con Magda González (¿Por qué lloran mis amigas?) y también una película de Marilyn Solaya (Vestido de novia) “que estoy esperando con ansiedad”.

Porque precisamente la verdad con la que cuenta las cosas la ha hecho ganar la admiración y el respeto de la audiencia, se refiere a El rostro de los días como una novela “con cosas muy positivas y otras negativas. Tiene algunas deficiencias en la realización, en la edición, y creo que hay comentarios en contra que han sido certeros, que no han estado mal en su reflexión. Hay críticas de personas que saben, que están muy enfocadas, pero hay otras con las que discrepo”.

Sin embargo, se trata de una producción “que el público ha adorado. Uno no sabe nunca qué va a pasar con el trabajo que hace. Yo no pensé que mi personaje iba a tener tanta aceptación, pero eso es lo maravilloso que tiene el arte, que su resultado nunca deja de asombrarte. Hay cosas que tú piensas que están geniales, y son las que menos le gustan al público. El público es una cosa y la crítica es otra. Hay personajes que ante la crítica oficial han quedado muy mal parados, pero a los que la gente ha respondido de una manera increíble, extraordinaria”.

Foto Luis Funes / Cortesía de la entrevistada

En palabras de la entrañable Tojosa de Sol de batey y la Lala Contreras de Tierra Brava, la recién concluida telenovela tiene magia porque toca temas de la vida de las personas comunes que “son magníficos: el de la maternidad y la familia, de los hijos no deseados y los anhelados, del amor hacia los abuelos, de las dificultades de la convivencia en familia”. No obstante, añora que las faltas que tuvo El rostro de los días “no se repitan en las próximas novelas porque hay que aprender de los errores y mejorar”.

¿Por qué se considera una mujer afortunada?

Porque he sido buena hija y tengo una niña maravillosa, que es lo que yo deseé, el orgullo de mi vida, lo digo sin exageraciones. Mi hija es luchadora, honorable, digna, trabajadora, muy respetuosa, educada, y me ha dado una nieta estupenda, adorable, inquieta, llena de vitalidad, de curiosidad, que te puede destrozar la vida en cinco minutos y luego desbordarse en mimos. Esa combinación de fuerzas la hacen muy especial. Además, desde los ocho años me dije que quería ser artista y lo logré.

Hija y nieta de Luisa María Jiménez / Cortesía de la entrevistada

He tenido una larga carrera ya, con personajes que aunque no han sido todos los que he querido, han sido los que me tocó hacer, los que la vida me dio, han sido bellos y han quedado en la memoria colectiva. Tengo un montón de gente que me quiere y también de compensaciones por mi trabajo. He sido amada. Me han escrito poesía, me han hecho serenatas, me han dedicado canciones artistas como Pablo Milanés, quien escribió aquel tema maravilloso, El primer amor, inspirado en el personaje que yo interpreté en el telefilme Madrigal del inocente. Mucha gente no sabe eso. Él mismo después escribió el tema de Mariela de El naranjo del patio. Eso ha sido un orgullo muy grande para mí. Estoy contenta con la mujer que soy.

¿En qué se parecen la madre de Fabián y la abuela de Javier, de El rostro de los días, a la madre de Amanda y la abuela de Aurora?

Este personaje lo escogí yo. Era el más cortico de la novela y precisamente yo no quería uno largo, ni protagónico ni coprotagónico. Sentía que era el que me tocaba porque se trataba de una madre todavía joven que debutaba como abuela y yo misma me había convertido en abuela. Ese evento fue tan importante para mí que me sentí en el deber de enaltecer a las abuelas, de homenajearlas, de mostrar lo que yo entiendo que es la relación madre e hijo porque yo aprendí mucho de mi hija y ella de mí. Su educación en la infancia fue dura: yo tenía que formarla, era mi única hija y debía aprender a quedarse sola porque yo viajaba mucho por mi profesión. Pero cuando se hizo adolescente, Amanda se convirtió en mi mejor amiga, mi compañera, mi aliada. Somos muy fraternales, joviales, nos divertimos mucho. Y yo quise mostrar esa relación con el personaje de Miriam en El rostro de los días. Con esa madre-abuela, quise ser igual con Fabián (Denys Ramos), que dicho sea de paso todavía me dice “mamá” cuando nos vemos o hablamos por teléfono porque creamos una maravillosa relación. Además, me permitieron hacer con el personaje lo yo quisiera. Lo rehíce: escribí escenas, incorporé textos, lo redondeé. Me siento feliz porque ha causado impacto. Me halaga saber que un personaje pequeño se convirtió en un gran personaje, ya que esa es tarea inherente de cualquier actor.

¿Por qué la actuación es un trabajo minucioso?

Es un trabajo de gran conocimiento físico-psíquico, de dominar muchas cosas de la existencia humana. Requiere madurez, que te mires mucho hacia adentro y estudies todo lo que puedas: ballet, danza, folklore; que sepas mover tu cuerpo y llevarlo hacia donde tú quieres, que tengas sentido del ritmo. Además, demanda una preparación para que tu cuerpo responda muscularmente a ciertos roles, que leas mucho, que conozcas el arte y lo practiques todo lo que puedas. Que, si quieres pintar, pintes. Que aprendas algo de música también es ideal porque un actor debería saber tocar algún instrumento. Yo no lo aprendí nunca, pero debí haberlo hecho. Que sepas manejar y nadar. Es un trabajo que abarca todas las facetas de la vida y por eso considero que es la más compleja de todas las artes.

Ha afirmado que un actor debe saber nadar en cualquier agua. ¿Cree que ha podido llevar eso a cabo?

Sí, debe poder nadar, desarrollarse lo mismo en el teatro, que en el cine, que en la televisión, y yo he podido moverme cómodamente en esos medios. La actuación lo abarca todo. Un actor debe saber cómo comportarse en cualquier escenario. El teatro es lo básico, la escuela que te forja, te enseña y crea tu estructura físico-mental. Recién graduada hice mucho teatro, de allí partió mi generación, y creo que cuando te desempeñas con éxito en el teatro puedes hacer lo que sea. He hecho cine, televisión, radio, modelaje, fotografía, y no he tenido grandes dificultades para ir de uno a otro. Conocí a un actor de teatro que me decía que el cine y la televisión no eran lo suyo porque no podía hacer una escena al momento, sino que necesitaba mucho ensayo. Curiosamente, a mí me encanta hacer escenas en Toma 1, pero también adoro que me hagan repetir porque en la repetición está el fortalecimiento. No causo problemas en ningún medio.

¿Hay algún personaje que quiera más que otro?

Uno quiere a todos los personajes que ha interpretado porque los ha parido, son como nuestros hijos. Uno los lleva adentro tanto tiempo, los crea, les pone tanto de uno, tanta observación, tantos desvelos, que desayunan, almuerzan, comen y duermen con uno. Es difícil que a un actor no le guste un personaje. Incluso si no tiene la posibilidad de rechazarlo, tiene que convencer con él y defenderlo, y creer en él lo mismo si es negativo que si es positivo. Quizás ha sido una dicha, un privilegio, pero todos los personajes que he interpretado me han gustado. No obstante, hay uno que yo adoro que es la Mariela de El Naranjo del patio porque me sentí muy identificada con él. La Tojosa es otro que me encantó y que ya es un ícono que el pueblo de Cuba recordará eternamente. Yo los atesoro todos, desde la Lala Contreras, hasta un personaje pequeño que hice en La Botija, una serie famosa en la que yo aparecía solo en tres capítulos.

¿Por qué el verdadero disfrute viene de los pequeños detalles?

Los pequeños detalles, desde todo punto de vista, son lo que hacen grande la vida, dan un disfrute excepcional. Yo diría que a través de ellos se puede alcanzar la felicidad y la grandeza. Y así mismo será para un actor. No hay que ser todo el tiempo grandilocuente, ni sobredimensionado, ni pensar que teniendo una gran reacción ni llorando a mares o expresando una gran pasión se va a lograr un mejor resultado. Hay gestos pequeños: movimientos, reacciones con las manos, que pueden hablar por sí solos y concluir una escena de manera magistral. Son los detalles los que bordan la vida porque hacen inmensamente interesante cualquier acto que ejecutemos. Son un adorno insustituible; solo hay que tener talento, sensibilidad y creatividad para saberlos encontrar y colocarlos justo donde van.

¿En qué cree Luisa María Jiménez?

Yo creo en mí, en lo que veo, en lo que toco, en lo positivo, en la energía universal, que para mí es muy importante, porque se siente, se trasmite, se recibe y se revierte, y con esa condición puedes dar mucho de ti y las personas pueden recibirlo solo con tu presencia. No tengo religión que no sea la de tener fe en cada cosa que hago. Creo que cada persona lleva su Dios de la manera que lo interprete o que prefiera. Que hay que poner pasión y verdad en cada acto y salir hacia cada empresa con mucha seguridad en ti mismo, con la mejor de las sonrisas, que se traslada al alma, y con el alma se llega a donde quiera. Me gusta pisar fuerte la tierra, recibir de las personas sinceridad y mirar a los ojos limpiamente. En ese sentido llevo mi vida y con esos mismos conceptos trabajo.

¿Cree que las tristezas que vivimos nos hacen más resistentes?

He tenido muchos amores y he sido muy querida, pero también he sufrido, he llorado, he querido morir, y todo eso forja, va construyendo una personalidad. Del sufrimiento y del llanto se aprende. De los errores, de recibir esa palabra odiosa que es el “no” porque uno siempre quiere que le digan “sí”. Pero el “no” es tan educativo, tan transformador, que es lo que te hace perseverar. Eso te fortalece y te permite seguir siendo una persona sensible. Aunque no solo lo trágico de la vida nos puede sacar las lágrimas; también ver el cielo, el mar o la naturaleza viva. Toda esa amalgama de cosas nefastas al lado de lo positivo, te forma.

Usted misma ha dicho que estuvo “muerta”. ¿Esa experiencia al límite la hizo cambiar en algo?

Estuve enferma, casi morí, pero a partir de ahí mi mente se fortaleció. Di pruebas, sin tener conciencia de ello, de la voluntad que tenía por vivir. Yo ahora pienso en qué me gusta a mí, en complacerme a mí, en estar donde quiero estar y con quién quiero estar, en escuchar lo que quiero escuchar. He dejado atrás eso de hacer lo que la gente quiere, de voy a estar aquí porque “si me voy se ponen bravos”, o “voy a salir con fulanita porque me invitó y no tengo manera de decirle que no”. Todo eso se acabó. Ahora voy a donde quiero ir y estoy hasta cuando quiera estar, hago lo que quiera hacer y lo que no, con mucha calma digo “no, no lo quiero hacer”. Eso para mí es felicidad, estar sin tanta carga sobre mis espaldas.

¿Qué le ha posibilitado el ser muy selectiva para todo?

El ser selectiva me ha permitido sentirme bien conmigo misma. No hacer las cosas por compromiso y escoger con quién quiero compartir en todos los aspectos. Poder decidir qué quieres es una fortuna y eso te limpia el camino difícil de la vida porque te ayuda a quitarte de arriba a personas que no quieres ni ver, a las que quizás has estado aceptando por pena o porque te da miedo ser rechazada. Ahora, si quieren, que me rechacen: en mi vida entran las personas que yo quiero que entren, las que considero que me aportan, que tienen valores. Si te pones brava porque no te di mi amistad, o porque te di de lado, es tu problema. Mi vida la decido yo. Eso te deja ir más libre y avanzar mejor hacia el éxito.

¿Se siente todavía en el centro de la Tierra?

Sí, más que nunca después de que tuve ese evento de salud que me hizo recapacitar sobre tantas cosas, tener otra mirada y otra capacidad de selección, a pesar de que fui muy selectiva desde niña. He ido puliendo muchas cosas de mi carácter, en mis modos y maneras. Eso es lo que me hace estar en el centro de la Tierra. No estoy flotando por las nubes ni pensando en musarañas ni en nada que no me aporte algo concreto y firme.

El público sigue queriendo verla más, pero ha declarado que no se siente a gusto con trabajos tan extensos como el de una novela. ¿Quiere decir que no la podremos disfrutar más allí?

No es que rechace hacer protagónicos o personajes más largos, pero he cambiado un poco la óptica. Ahora para aceptar uno así tiene que ser un personaje que me conmueva, que me motive, con el que piense que le estoy llevando al público algo importante, que lo haga incluso cambiar y mejorar, y no tiene que ser bueno, no me importaría que fuera negativo; si es malo, mejor. Al público hay que enseñarlo siempre y el arte es educativo. Tendría que ser un personaje que me impresionara; de otra manera no lo aceptaría porque se pasa mucho trabajo para hacer una telenovela, cada vez hay menos recursos. Antes pasábamos trabajo pero había más recursos, mejor atención. Ya no tengo la misma capacidad para meterme en personajes donde se necesita el apoyo de un equipo, de los jefes, que está un poco en déficit. Por eso he preferido hacer un personaje corto, con el que pueda transmitir un mundo de cosas, y no uno largo que me cause dificultades. En algún momento aparecerá uno de esos largos, uno de esos grandes, para que la gente pueda disfrutarme por más tiempo.

¿Con qué tipo de trabajo se sentiría más cómoda?

Esa comodidad no depende tanto del personaje, aunque es una garantía que ese personaje te guste. Lo que más cómoda te hace sentir es el director con el que te toca trabajar, que es un eslabón fundamental. Si tú confías en el director, si te ayuda en la construcción de tu personaje, si es sensible, si es conocedor de tu psicología y de la del personaje, si te lleva por el camino adecuado. También influye que el equipo sea disciplinado, ético, una familia. Así el trabajo es una maravilla y uno se siente súper cómodo y acepta cualquier situación extrema y se deja llevar a tope a todas las repeticiones que hagan falta. Así uno comulga con todas las especialidades, con todo lo que se esté haciendo de una manera eficaz, tranquila y feliz. Tiene que ver igual con el talento porque muchos actores se sienten incómodos porque no saben cómo llegar a descubrir la esencia del personaje. Y si no tienes alrededor quienes te ayuden a construirlo, un trabajo de mesa bueno, con el dramaturgo, el escritor o el director, no vas a llegar a identificarte con el papel.

¿Por qué cree que el cine cubano es machista?

El cine en Cuba básicamente lo dirigen hombres. Muy poquitas mujeres han logrado hacer alguna película y cuando lo logran no pasan de una. Nuestro cine lo escriben hombres, los mejores personajes son para los hombres. Es un tema delicado. Han cerrado filas para las mujeres y las directoras han tenido que plantarse duro, firmes, batallar para lograr hacer alguna película. Marilyn Solaya y Magda González son un ejemplo. Pero son pocas. Se pueden contar con los dedos de una mano. Esto es un país machista y nuestro cine es hijo de ese machismo.

En varias ocasiones se ha referido a que los tiempos han cambiado, a que debemos combatir el estancamiento y la involución y salirnos de lo dictado. ¿Cómo cree que podríamos lograrlo?

No sé cuántos años costará cambiar la mentalidad, las ideas viejas que llevan a la inmovilidad, a que el machismo no cambie, a que el cine siga abogando por los hombres y menos por las mujeres, porque es lo más difícil que hay y sucede a pasos muy lentos. Debemos luchar sin miedos, batallar por lo que uno cree, hacer ver que todo es posible. Solo basta con que queramos hacerlo, con la voluntad para acabar con las burocracias absurdas que no conducen a nada que no sea el estancamiento y el cierre de todo, que procuran solamente una ceguera y una dificultad para mirar limpiamente y abrir la mente y el alma a las mejores cosas. Para romper con todas las trabas hay que colocar también a gente inteligente en los lugares claves, que empujen a eso, y que no nos cuestionen las verdades que no quieren ser escuchadas. Hay que pensar, saber escuchar y echar a andar el aparato que nos conduzca al adelanto.

¿Ha sido difícil para usted desnudarse ante una cámara? ¿Es algo que volvería a hacer?

Puedo decir que soy pionera del desnudo en Cuba. Lo hice en el teatro cuando nadie la hacía, en la televisión, en el cine, en la fotografía. Por cierto, tengo unas gigantografías preciosas realizadas por un artista español. Siempre he considerado mi cuerpo como un templo: lo he mimado, lo he cuidado, y es sagrado. Del cuerpo vivo, el cuerpo me sostiene, con el cuerpo trabajo y lo respeto porque respeto mi profesión. Para mí el desnudo es algo natural. Desde jovencita pensaba en por qué la gente tenía tanto tabúes y prejuicios con algo que es tan bello. Sea de quien sea, el cuerpo humano es una creación perfecta, completa. Así nacemos: desnudos, y así morimos porque la ropa se va desgastando. Cubrirse y recubrirse para mostrar que los atributos que nos dio la naturaleza son un pecado o agreden a la vista o al pensamiento humanos es fatal. Me dije siempre que el día que pudiera iba a mostrar con mi trabajo que la desnudez es inherente al ser humano. Quise convertir lo que tanta gente teme en algo normal y es lo que he hecho. A los 56 años hice una serie de desnudos y espero a los 70 volver a poner el cuerpo humano en el altar que se merece, venerando el paso del tiempo, dignificando al ser que envejece. ¿Por qué tiene que ser una vergüenza? ¿Por qué tiene que ser feo? Si muestra las señales de tu vida, de tu andar. Ese es el homenaje que quiero hacer. Pero eso está por ver, vamos a ver en qué punto de la vida me encuentran los 70 años.

Tras más de cuatro décadas dedicadas a la actuación, ha afirmado que tal vez no lo ha hecho del todo bien. Al mirar para atrás, ¿hay algo que haría diferente?

Eso tiene que ver con el crecimiento que uno ya ha alcanzado. Si miro para atrás, haría todos mis trabajos pasados de otra forma porque ya tengo la pupila dilatada, una visión más madura, profunda, desarrollada, vivida. Creo que les sucede a todos los profesionales. Uno le pondría más sabiduría a lo que ya hizo y redundaría mucho más en los detalles que a veces se nos escapan. No creo que lo que he hecho sea lo máximo, pero hasta donde he llegado la gente lo ha disfrutado, ha sido feliz y se ha identificado con mis personajes. Aunque eso me da una satisfacción enorme, siempre se puede hacer mejor y crecer más. Siempre que se asuma un personaje hay que empezar de cero. Eso se llama renunciar y es lo que yo hago cada vez que tengo un nuevo personaje; borro totalmente lo anterior: es otro, otra vida, otra situación, y requiere mucho más de mí. Esa es mi filosofía.

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Katheryn Felipe

(La Habana, 1991) Licenciada en Periodismo por la Universidad de La Habana en 2014. Ha trabajado en diversos medios impresos, digitales y televisivos.


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