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¡Inadmisible! "El infierno de los cubanos que desde Ecuador se lanzan en travesía ilegal"

Gilber González tuvo que quedarse quieto mientras veía cómo violaban a Lizandra, su mujer. “Con el cañón de una pistola dentro de la boca, ¿qué más podía hacer? Nada”, dice. Solo permanecer impasible, petrificado, mientras se le salían las lágrimas más amargas que ha derramado en toda su vida

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Este artículo es de hace 8 años

Gilber González tuvo que quedarse quieto mientras veía cómo violaban a Lizandra, su mujer. “Con el cañón de una pistola dentro de la boca, ¿qué más podía hacer? Nada”, dice. Solo permanecer impasible, petrificado, mientras se le salían las lágrimas más amargas que ha derramado en toda su vida. Lizandra, y esto es lo que más atormenta a Gilberl, tenía dos meses de embarazo para ese día en que fue abusada por hombres armados, en una trocha en la frontera entre Ecuador y Colombia. En la oscuridad del monte les robaron, además, 2.500 dólares y el teléfono celular, con el que se suponía iban a mandar señales de vida por el camino. Esa fue la bienvenida que Colombia le dio a esta pareja de cubanos. Han pasado diez días desde la violación. Gilberl y Lizandra llevan más de dos horas sentados en las escalinatas del parque principal de Turbo (Antioquia), como un par de mudos a los que nadie voltea a mirar. Se acomodaron allí, tras cuatro días sin comer y ocho sin bañarse, a esperar que del cielo les cayera un milagro. Aunque les falta muy poco dinero para completar lo que les cobra un coyote para pasar la frontera con Panamá, ya no les resta una sola gota de energía ni de dignidad en sus cuerpos para continuar con el viaje que emprendieron el 18 de diciembre del año pasado. Gilberl es un ebanista, carpintero, electricista, soldador y albañil de la Cuba de Raúl Castro. Asfixiado por el régimen, al que todos los días hay que pagarle más y más impuestos, Gilberl vendió su casa y convenció a Lizandra para que salieran a buscar mejor vida. Los niños se quedaron al cuidado del abuelo, esperando noticias de la llegada a Estados Unidos. Pero la apuesta salió mal. Este hombre, que lleva en sus ojeras tatuada la mala suerte de los últimos días, está a punto de quitarse el pantalón que lleva puesto para venderlo, pues necesita que al menos Lizandra llene el estómago con arroz. Durante los últimos seis años, el Urabá antioqueño se convirtió en ‘el hueco’ por el que migrantes provenientes de Cuba, África y Asia transitan con la idea de llegar a Panamá, para luego iniciar un viaje incierto a los Estados Unidos. Y cada vez aparecen más. Y en esta ruta Turbo se ha convertido en el punto de partida del cruce final hacia Centroamérica. Fuente: http://www.semana.com/nacion/multimedia/el-infierno-perdido-de-los-migrantes/426329-3

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