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Museo de Matanzas exhibe la momia de una cubana del siglo XIX

Se trata de la única momia embalsamada en el país. Era una cubana proveniente de familia española.

Única momia embalsamada en Cuba © Facebook Ryko
Única momia embalsamada en Cuba Foto © Facebook Ryko

Este artículo es de hace 14 años

Ercilio Vento cree que Josefa no fue una mujer feliz. La conjetura, que nos participa al final de la entrevista, se nos hace chocante después de tanto escucharle hablar de esta mujer en términos materiales, científicos y fríos, muy fríos, además de alucinantes.

Ercilio Vento es médico forense, antropólogo e historiador oficial de la ciudad de Matanzas. Y Josefa Petronila Margarita Ponce de León Heredero es el nombre que en vida tuvo la momia rescatada, restaurada y preservada durante 25 años por Ercilio en su propia casa.

Se trata de la única momia cubana, criolla de alta alcurnia española para más señas. Los restos yacen hoy expuestos en el museo provincial de Matanzas.

La dama nació en 1815 en Guanabacoa (cerca de La Habana) y falleció en 1872 en la capital cubana, aunque pasó gran parte de su vida en Matanzas. Su padre, José Ponce de León Fantoni, era de Algeciras; a su llegada a Cuba, a finales del XVIII, presentó en el cabildo habanero nota informativa de su "ilustre linaje" y acreditación de parentesco con jefazos de la Real Armada.

Un hermanastro de Josefa, Juan Bautista, revitalizaría la influencia de la familia al convertirse en secretario y abogado de Isabel II y ser nombrado caballero de la orden de Isabel la Católica. El cadáver relativamente bien conservado de la señora, se descubrió por casualidad, durante una limpieza de nichos en el cementerio matancero, el 18 de junio de 1965. Según Ercilio Vento, el hallazgo conmocionó al personal.

"Toda la ciudad pasó a ver el cuerpo en los días siguientes". Pese al revuelo, las autoridades decidieron dejar a la momia en paz en el mismo camposanto donde había aparecido. Hasta que, 15 años después, un perturbado mental profanó la tumba, robó la cabeza, se la llevó a casa y la emprendió a martillazos con ella. Un vecino vio y denunció el acto. El destrozo era importante.

Los responsables culturales y políticos de la ciudad quedaron de acuerdo en que había que proteger a la momia, y restaurarla en lo posible, dado el "interés patrimonial" que le veían. ¿Pero dónde llevarla y arreglarla? Aquí entra Ercilio, destacado forense y hombre ya interesado por la antropología en general y por la momia autóctona en particular.

"El administrador del cementerio me pidió que la llevara a casa, y acepté", explica. La buena predisposición personal y una encomiable curiosidad científica llevaron a Vento a lo que aquí llaman "sobrecumplir". El hombre no sólo construyó una caja especial para garantizar la conservación de la momia con una temperatura estable y un cierre hermético (caja que por limitaciones de espacio debió colocar en vertical).

Al tiempo que se empleó a fondo en la restauración de la cabeza, Ercilio desplegó todos su saber para, con la sola pista de unas iniciales bordadas en la ropa a jirones del cadáver (JPL), descubrir a quién pertenecieron los restos; dónde y cómo vivió esa mujer (ya se ha dicho), de qué murió (bronconeumonía) y hasta cuál fue su última comida (carne con patatas y verdura).

El esmero del doctor en la recomposición de la testa amartillada alcanzó su cota más alta precisamente en la cabellera. Con ayuda de una peluquera, Vento aprovechó sus días libres para hacerle a la señora un reimplante capilar en toda regla, "pelo a pelo". La operación duró cinco años, "a un promedio de mil cabellos cada fin de semana: un desafío", dice.

La dedicación de Ercilio a la momia fue motivo de dimes y diretes. "Que si en casa pasaban cosas raras; que si la momia dormía debajo o hasta encima de mi cama… ¡Por favor! ¡En qué cabeza cabe!", se indigna. "En ningún momento de esos veinticinco años la presencia del cuerpo perturbó en absoluto mi vida ni la de mi hijo (de 29 años) ni la de ninguna de mis esposas (¡nueve en total!)", asegura.

Lo que queda de Josefa se trasladó al museo de Matanzas en el 2005. En el primer mes recibió la visita de 70.000 personas. Cuatro años después, el principal interés en torno a la momia no parece estar en ella misma sino en el aire acondicionado de que disfruta a diferencia del común de los mortales, algunos de los cuales murmuran quejas en Matanzas.

La privilegiada refrigeración de la momia cumple dos funciones: aleja a los hongos que podrían acabar con ella y, lo que no es desdeñable, compensa el desasosiego que el propio cadáver, la urna, la luz tenue y las cortinas malvas de la sala se apoderan del visitante.

¿Cómo y por qué hicieron esto con Josefa?, se pregunta cualquiera al ver el cuerpo. La momificación –nos ilustra Vento– estaba de moda entre las clases pudientes de la Cuba del XIX. Los resultados del tratamiento eran en general poco duraderos.

La clave de que Josefa pasara involuntariamente a la historia fue el compuesto adicional que su embalsamador utilizó, pese a estar prohibido por ser venenoso: bicloruro de mercurio. El momificador, que según Ercilio no podía ser otro que el catedrático Antonio Cano, quiso así garantizar la conservación durante el traslado del cadáver, de La Habana a Matanzas, ordenado por la familia.

Josefa se había ido a vivir a la capital al casarse con un hombre llamado Francisco Andux, tras haber pasado su juventud en Matanzas. El matrimonio no tuvo hijos. "Todo indica que el traslado y la falta de hijos la hicieron infeliz... Creo que ahí hubo un drama", susurra Ercilio.

La momia, al menos, sí ha recibido un buen trato desde que Vento se ocupó de ella. No es éste el caso de la otra momia famosa de Cuba, que no es cubana sino egipcia: la que Emilio Bacardí se trajo de Luxor a Santiago, en 1912, y hoy se exhibe en el museo que lleva su apellido.

Su llegada al país caribeño no fue precisamente triunfal. Como el reglamento aduanero no contemplaba categoría alguna que se ajustara a la pieza expoliada, el antiquísimo cadáver entró en la isla como "carne en conserva". No somos nada.

Fuente: La Vanguardia.es

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