Con una significativa contribución al desarrollo de la música popular cubana, José Luis Cortés ocupó el más reciente espacio del programa televisivo Con 2 que se quieran II, conducido por Amaury Pérez. Varios momentos de sinceridad, que suele ser escandalosa, marcaron una entrevista en la cual predominó la honestidad y la autenticidad, además de algunos desafueros.
Como el programa resultaba corto para abarcar la amplia obra como creador, productor musical y discográfico, además de su dedicada labor pedagógica en la formación de las nuevas generaciones de músicos cubanos, hubo que resumir y El Tosco comenzando explicando la historia de su apelativo, y lo mal estudiante que era en la Escuela Nacional de Arte (ENA), en una etapa en que los músicos, y las otras especialidades que allí se estudiaban, debían trabajar “abriendo huecos, cargando sacos o cortando caña”.
Antes de la ENA, a la hora de hablar de su infancia en el barrio El Condado, de Santa Clara, el famoso músico reconoció que en el empeño por buscar mejores oportunidades y escapar al barrio pobre, se presentó, al mismo tiempo, en dos convocatorias: una para ser pescador, y otra para ser músico. Y también relató con resignación cuando lo reclutaron para que tocara en la banda militar, que carecía de flautista, y por tanto, nunca hubo manera de eludir ese llamado. Aunque confesó haber aprendido mucho en el Servicio Militar, el músico confesó lo difícil de aguantar de que un militar se le pare delante y le grite órdenes inapelables en la cara.
Después, vinieron consecutivamente, las palabras de agradecimiento y elogio para los dos proyectos más importantes y trascendentes de la música popular cubana de los últimos 60 años, Van Van e Irakere, a los cuales calificó respectivamente como los Beatles y los Rolling Stone de la música cubana. Poco conocidos resultan sus aportes a ambas agrupaciones, y mucho menos se sabe las circunstancias en que el inquieto creador salió de ambas agrupaciones.
Contó El Tosco que los Van Van que él conoció estaban dirigidos por un Juan Formell deseoso de salir de la orquesta y dedicarse a dirigir los espectáculos de su entonces pareja Mirtha Medina (luego exiliada en Miami, pero que a finales de los años setenta se situaba como una de las artistas más populares en Cuba).
El autor de Los sitios enteros, Échale limón, La bruja y Murakami Mambo, tampoco tuvo reparos en relatar que fue sacado de Irakere debido a que formó parte de un grupo de músicos, dentro de aquella emblemática orquesta, que se atrevieron a reclamar mayores dietas, es decir, que subiera en algo el importe del dinero de bolsillo con que los apoyaba el Ministerio de Cultura a la hora de viajar y dar conciertos en otros países.
Por supuesto que tampoco faltaron las referencias a la enorme popularidad conquistada por NG La Banda, síntesis de Irakere y Van Van, donde mezcló el virtuosismo instrumental y la cadenciosa gracia bailable. Y en ese momento, se aludió a los varios periodistas (quien redacta estas líneas estaba entre ellos) que criticaron sus textos por chabacanos, y las prohibiciones en radio y televisión de algunas de sus canciones como resultado de aquellos artículos.
Veinte años después de aquellos trabajos en la prensa cubana contra la grosería y el sexismo, uno se sorprende cuando vuelve a escuchar La bruja, u otras canciones de NG La Banda, y resultan hasta tiernas y sofisticadas a la luz de tanto reggaetón deplorable. Ahí está El Tosco, que antes y ahora sigue siendo músico excelente, aparte de ser humano espontáneo, auténtico y franco. Y aunque sus textos sigan sin gustarme, conste que me parece atroz e injustificada cualquier prohibición que haya sufrido.
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