El templo del béisbol cubano abrió sus puertas un día como hoy, 26 de octubre, pero de 1946, con un choque entre los desaparecidos clubes Almendares y Cienfuegos, donde los Alacranes vencieron 9 carreras por 1.
Desde entonces ha sido testigo de momentos históricos del béisbol cubano y mundial, como Series del Caribe, Campeonatos Mundiales, Juegos Centroamericanos y Panamericanos, encuentros amistosos entre selecciones cubanas y estadounidenses que han contradicho y burlado más de 60 años de enemistad entre Cuba y Estados Unidos.
El Latino ha sobrevivido al tiempo. Como los organimos resistentes, para sobrevivir ha tenido que cambiar de nombre, de equipo, de color y de tamaño, ha visto desaparecer ligas, equipos, peloteros, comentaristas deportivos y fanáticos ilustres como Armandito el Tintorero, ha sido cerrado, reconstruido, remodelado y reabierto, ha soportado ampliaciones para acomodar en su interior a más aficionados de un deporte que se convirtió con el tiempo en el preferido de los cubanos.
Como pocas cosas en la isla, el Latino ha resistido con vida a todos los cambios que ha sufrido Cuba en 70 años. Ha sobrevivido a las épocas de oro del béisbol cubano y a sus épocas de decadencia, al fin del profesionalismo, a la imposición del amateurismo y al regreso progresivo del profesionalismo.
En el Gran Stadium han vuelto a jugar peloteros cubanos que se han profesionalizado con el permiso de las autoridades cubanas, se ha dejado visitar por otros que se profesionalizaron por su cuenta y en contra de las autoridades cubanas, como Yasiel Puig o José Dariel Abreu, que impartieron clínicas para niños hace menos de dos años, y dejó jugar en su terreno a Dayron Varona, como primer bate de Tampa Bay.
El estadio del Cerro no es solo un estadio, no es solo la sede de los Industriales y el terreno donde se filmó el jonrón de Marquetti, quizás el momento más grande que ha tenido el béisbol dentro de las Series Nacionales.
Es también el sitio que ha soportado estoicamente cambios, crisis, euforias, vaivenes, contradicciones y traumas sociales de todo tipo y complejidad: no solo los que no han tenido que ver con la pelota, sino también aquellos en los que el béisbol ha sido protagonista, mediador, héroe o víctima.
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