A la hora en que alguien robaba el jersey de Tom Brady en el vestuario de los New England Patriots -después de un tiempo extra y una remontada electrizante-, todavía la Serie del Caribe no tenía definidos sus partidos para semifinales. ¿La razón?: créalo o no lo crea, enredos matemáticos.
Granma le había ganado a México con un pitcheo soberbio de Vladimir Baños, quien estuvo a punto de completar el choque, y ello provocó un triple empate entre los equipos implicados y su par de Venezuela. Entonces comenzaron las dudas en las redes sociales: ¿cómo serán los cruces?, preguntaban los fanáticos.
Pasadas unas tres horas, el mismísimo Juan Francisco Puello Herrera, presidente de la Confederación de Béisbol del Caribe, anunció el cuadre final tras explicar que "no hubo complicación con el sistema, sino con los datos y una entrada que no se computó cambió los resultados".
Increíble. En caso de empate entre tres o cuatro escuadras, el reglamento del torneo establece que se debe recurrir al sistema Team Quality Balance, cuyo nombre (tan fonéticamente rimbombante) podría hacer pensar en cálculos dignos de Alan Turing.
Pero nada de eso. El procedimiento es más sencillo que coser y cantar, pues se obtiene del número de carreras anotadas dividido entre las entradas jugadas a la ofensiva, menos el número de carreras permitidas dividido entre las entradas jugadas a la defensa por los planteles involucrados en el abrazo.
¿Complicado? Imposible. Por eso no consigo comprender el retraso de casi tres horas para llegar a la conclusión de que el coeficiente de Venezuela era superior a los de México y Cuba, y que por ende los morochos jugarán esta tarde frente a Puerto Rico, mientras Águilas y Alazanes deberán repetir su pulseada de anoche, ahora con la supervivencia en juego.
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