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Raúl 2018: "Make Cuba Great Again"

¿Existe algo mejor que un enemigo inventado? Sí. Un enemigo inventado, que se inventa además el palabreo de enemigo.

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Este artículo es de hace 6 años

Mucho me temo que el regalo que deberemos agradecerle los cubanos a Donald Trump será, paradójicamente, otro Raulazo por quién sabe cuánto tiempo más. Lo veo venir. Lo olfateo. (“I feel it in the earth, I smell it in air”, diría la Galadriel de Tolkien, en lengua Elvish).

La maquinaria ha echado a andar utilizando –¡vaya sorpresa!- a la Infanta Mariela como improvisada agente de influencias. Entre banderita de arcoiris y marchita por el comunismo gay, la impresentable Primera Hija no ha parado de ir abonando el camino para la pantomima electoral que en 2018 proclamará en La Habana a un nuevo regente.

Nuevo, digo yo. Vaya optimismo.

Los tiempos que corren invitan al optimismo, pero de Punto Cero –ese sitio mitológico, más de la simbología que de la geografía. “Vaya sorpresa grata”, dirían desde Punto Cero: el Presidente Trump nos ha servido en bandeja el chivo expiatorio con el que decidir si sí, o si no.

Ahora mismo sabremos si Raúl quiere seguir mandando en las luces o en las sombras: Trump le ha regalado el pretexto perfecto.

Un cambio de política con más ruidos que nueces, con más demagogia que sustancia, pero con algo que es música para oídos desesperados por excusas: retórica bélica.

Cuando hace dos días Donald Trump repitió en Ohio (donde saben tanto de Cuba y su Comunismo tropical como de los rituales de vudú de Puerto Príncipe) que él apretaría las tuercas al Comunismo de Cuba, algunos verdeolivos oficialotes de La Habana sonrieron, complacidos: “Este hombre no nos defrauda” – y un brindis con Havana Club.

¿Existe algo mejor que un enemigo inventado? Sí. Un enemigo inventado, que se inventa además el palabreo de enemigo. Aunque sin guerra: solo bazofia discursiva.

Trump le ha regalado a la inteligencia cubana, con su alarde de matón de patio escolar, la narrativa para regresar al discurso de fortaleza sitiada. A la represión justificada por el viene el lobo, que en el caso cubano, ya sabemos, es “viene el yankee”. Les ha dado lo que en política americana se llama “leverage”. Materia para ventaja. Carne de decisión.

¿Recuerdan a Mariela, dos meses atrás, diciendo que estaba segura de que el próximo presidente de Cuba no llevaría el apellido Castro? Yo sí. ¿La recuerdan hace solo una semana, adelantando las presiones, ay, que están ejerciendo “amplios sectores de la sociedad cubana” para que su mesiánico papá no suelte el timón y no deje a los pobres cubanos a su suerte, o a la suerte de otro presidente con menor iluminación? Yo también.

Allí se cuecen habas. Hay salsita. Se sienten cómodos. Saben que tienen margen de decisión, hay leverage para anunciar en cualquier momento que “el nuevo panorama bélico de la actual administración norteamericana” ha llevado a una sesión extraordinaria de la Asamblea Nacional, donde se ha votado por –adivinen- unanimidad que el General Presidente no puede dejar al pueblo esta vez desamparado, vulnerable, debilitado. Una lágrima de emoción rodando por el cachete de Serrano: esta vez con los papeles presillados para evitar cambalaches y confusión.

Siempre creí que Díaz-Canel era un hijo bastardo de una Revolución que no le amaba. Le reprochan no ser un Castro. No haber nacido en Birán. No ser un purasangre.

Y Trump ha puesto a tambalear su ocasión de llegar a ser Joaquín Balaguer: Presidente títere, marioneta de un anciano de 85 años que, como Trujillo otrora, controlaría la Isla desde un despacho con ventanas al mar, mientras Díaz-Canel ponía la cara joven, el espejismo de democracia y frescor.

La campaña Raúl 2018 ha comenzado ya. No le pondrán Make Cuba Great Again para no levantar suspicacias. Pero de fondo, estará.

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Ernesto Morales

Periodista de CiberCuba


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