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Siete historias reales de discriminación en Cuba

Aún quienes dicen ser personas que aceptan casi todo o toleran todo admiten que no les agradaría que a sus hijos les educara una persona homosexual. Específicamente en la primaria es donde este tema es más sensible.

Cubanos en el Parque de la Fraternidad en La Habana © CiberCuba
Cubanos en el Parque de la Fraternidad en La Habana Foto © CiberCuba

Este artículo es de hace 5 años

Si bien la Cuba actual no es la de antaño, cuando por una misma acera no podían caminar prostitutas y señoras, tampoco caballeros de la clase pudiente y personas de piel negra, aún existen muchas formas de discriminación que viven algunas más solapadas que otras en la sociedad.

Estas son algunas de esas formas en que se discriminan en la sociedad cubana actual, todas basadas en testimonios reales.

1. Homosexuales

La discriminación a los homosexuales en Cuba es muy antigua y constituye uno de los episodios más oscuros y criticados al régimen cubano. No por gusto fueron de las personas que más sufrieron durante el tristemente célebre quinquenio gris.

Y aunque se ha manifestado en muchas y diversas formas, hay una que en la actualidad se entroniza y es el del profesor gay o la profesora lesbiana.

Aún quienes dicen ser personas tolerantes y respetuosas, inclusos ellos, admiten que no les agradaría que a sus hijos les educara una persona homosexual. En particular en la primaria es donde este tema es más sensible.

“Conocí un aula donde había un profesor afeminado, no voy a decir que homosexual, y tanto alumnas como alumnos hablaban igual que él. Yo confieso no agradarme la idea de que a mi nieto le dé clases un homosexual, temería que se convirtiera en un patrón que imitara. Y no quiero imaginar si fuera travesti. Creo que es tan legítimo el derecho de una persona de ser como desee y que lo acepten, como la preocupación de un padre por el bienestar de su hijo. Es complicado”, comenta Carol.

2. Las tiendas, los bolsos y los coches

Para nadie es un secreto que la despenalización del dólar y la creación de las famosas tiendas recaudadoras de divisas, hace ya varias décadas, destaparon aún más las diferencias entre los cubanos, esas que siempre estuvieron ahí pero que algunos insistían en negar.

Con las tiendas, desde el inicio, pasó algo singular que muchos dicen ser un fenómeno casi exclusivo de Cuba: al cliente nacional se trata como un ladrón, no se le deja entrar con bolso, se le revisa al salir… mientras que con el extranjero quienes aseguran la puerta y la entrada de las personas muchas veces hacen 'la vista gorda'.

“Ahora el colmo es que no te dejan entrar con el coche donde uno lleva los niños pequeños. Me pasó en una tienda de Bayamo, que me dijeron claramente que no, que si quería podía dejarlo en la puerta y que tampoco se hacían responsables. Tuve que hacerlo, y andaba con un pequeño bebé en brazos y cargando cosas como una loca. Fue una situación desagradable. ¿Hasta cuándo nos van a tratar en la tienda como si fuéramos unos ladrones?”, explica Carmen.

3. Testigo de Jehová

La práctica religiosa en Cuba, por décadas, fue estigmatizada, perseguida, criticada y tabú, incluso, la católica. Pero en los últimos años ha habido alguna que otra flexibilización. No obstante, los testigos de Jehová, por ejemplo, siguen sufriendo discriminaciones.

Pedro y María Isabel son una pareja de Las Tunas. Ambos son testigos de Jehová. En una ocasión Pedro optó por una plaza en una empresa. Entre las averiguaciones que normalmente se hacen en el CDR se supo ese detalle, que si bien oficialmente no le impidió optar por el puesto, supo por comentarios de un amigo que fue lo que inclinó la balanza de forma desfavorable.

Pero María Isabel también ha sufrido las discriminaciones por ser testigo de Jehová. La primera fue cuando, tras resultar afectada de un ciclón, le negaron las facilidades temporales que requería al perder el techo de su casa. Oficialmente se le dijo que era por ser eso, una testigo de Jehová.

La segunda “me pasó en un hospital. Dije que era testigo de Jehová cuando requería sangre y solicité que usaran un sustituto de sangre. Los médicos me irrespetaron e hicieron lo que le dio la gana. Me sentí mal, más que religiosa me trataron como una demente”, señala.

4. Embarazo y trabajo

El embarazo es, sin dudas, uno de los momentos más sublimes en la vida de una mujer y su familia. Sin embargo, es cierto que supone ciertas limitaciones, pero en un país donde la población envejece y en el que las féminas cada día paren menos, discriminaciones de esta naturaleza deberían ser simplemente inadmisibles. La realidad es otra.

Cuando Celia terminó su carrera de psicología, tenía una mente muy abierta. La universidad sirve para mucho, incluso, para soñar y ni ver lo problemas. Pero basta tan solo en una semana en un centro laboral para perder las alas.

“Siempre quise ir a trabajar para el MININT por todos los beneficios. Qué decepción cuando informaron que buscaba psicólogos varones. Internamente me enteré, con amistades, de que en los últimos años habían entrado mujeres, que en poco tiempo salían embarazadas y que esto suponía un problema. No me sentí mal por ser mujer y poder tener ese milagro, me sentí mal por la decepción de que pasen cosas como esas y justamente en ese sector”, comenta.

5. Personas que cumplieron sanción de privación de libertad

La persona que comete un delito en Cuba no se sabe cuántas veces paga por lo mismo.

Para los que cumplieron condena, luchar por segundas oportunidades a veces los convierte en víctimas de una cacería de brujas y un mar de prejuicios.

Antonio cometió un delito de índole económico y pagó por ello varios años en prisión. Al salir, tenía en su pecho la necesidad de garantizarle un futuro a su familia, pero sobre todo con tranquilidad y sin sobresaltos.

“Pero qué difícil se me hizo conseguir trabajo. En el sector estatal cuando hacían averiguaciones siempre me daban la mala, nunca era por eso, pero yo sé que esa era la razón, imagínate, soy económico, no sé hacer otra cosa. En el sector privado también fue así. Gracias a un amigo de una paladar que me llevó de administrador... si no, no sé qué hubiese pasado. Lo que más me llamó la atención es que hasta en el sector privado hay prejuicios con eso, y todo el mundo no es igual. Yo buscaba una segunda oportunidad para demostrar que era confiable”, sentencia.

6. Mujer

Las mujeres, y no solo en Cuba, son en muchas ocasiones víctimas de la discriminación.

En Cuba, aquellas que se dedican al viejo oficio de la prostitución saben en carne propia los estigmas que deja en la piel. Pero hasta las que no lo practican, pero "lucen como una" –como si una mujer debiera ser juzgada por la forma en que decide vestirse–, son tildadas de “jineteras” y tratadas como tal: doble discriminación tanto hacia la mujer como a la propia 'jinetera', que soporta sobre sí todo el peso de las exclusiones, la doble moral y los prejuicios.

“Yo he sufrido en carne propia la discriminación. No sé decirte cuántas veces me han pedido el carnet los policías para verificar si tengo antecedentes por prostitución, pero lo más reciente fue que una prima con el marido y el niño decidieron vacacionar en un hotel. Me embullaron y decidí sacar una reservación yo sola. En la agencia me dijeron que a una mujer, soltera, joven y cubana, no se le podía dar una reservación. Tuvimos que llamar al hotel y me dieron la misma respuesta. Al final, al niño de mi prima lo cambiamos y lo pusimos en la habitación mía y fue así como pude sacar la reservación, ¿qué te parece?”, explica Kenia.

7. Estatus económico

Según tienes, así vales. Eso es tan viejo que sería difícil determinar cuándo se comenzó a pensar así.

Sergio trabaja en una productora audiovisual en La Habana. Por su propia ocupación se reúne con artistas y colegas en bares, restaurantes, café de la urbe.

Él ha experimentado en primera persona lo que es que te midan según lo que aparentes tener.

“Al inicio, llegaba a los lugares en almendrón, y muchas veces ni me dejaban pasar y no sabía lo que pasaba. Me hice socio de un portero en un bar y me dijo que el problema es que tenía que llegar en taxi o en carro propio, pues ellos se reservaban el derecho de admitir sus clientes o no, y no era rentable para el dueño recibir alguien que llegara en un almendrón. No era negocio tener una mesa ocupada con alguien así. Me sorprendió, pero realmente operan así. Ya llego a los lugares, me quedo algunas cuadras cercas, y entonces cojo un taxi desde ahí. Da risa y es lamentable, pero funciona”, comenta.

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