Hace poco, mi habitual tertulia telefónica con Ismael Sené desembocó en los Guantes de Oro ganados por Cuba en Grandes Ligas, y salió a relucir la creencia popular de que Willy Miranda había obtenido no ya uno, sino tres premios de ese tipo.
Y es absolutamente falso. Willy fue un torpedero de manos espléndidas que pasó casi diez años en el máximo nivel de la pelota, pero nunca ganó un Guante de Oro. Generalmente se desempeñó como reemplazo, y en poco más de cinco mil innings al campo cerró con average defensivo de .962.
Lo que sí no tiene discusión es que las paradas cortas nos han reportado un por ciento apreciable de los Guantes de Oro conquistados por la Isla en el mejor béisbol del mundo, toda vez que del total de 13, nada menos que seis corresponden a defensores de esa franja de terreno.
Los tres primeros galardones, sin embargo, los obtuvo el outfielder Orestes Miñoso, quien se impuso en las ediciones de 1957, 1959 y 1960. En el primero y el último de los años referidos, Minnie vistió los colores de los Medias Blancas; en el del medio, lo hizo para Cleveland.
Poco tiempo después, Zoilo Versalles rompería el celofán de los shortstops cubanos al alzarse con la distinción en 1963, para orgullo de la organización de los Mellizos. Y en 1965, el Zorro repetiría la hazaña en la Liga Americana, esta vez con el añadido de que un compatriota y homólogo suyo, Leo Cárdenas, resultaba el mejor torpedero de la Nacional enfundado en la franela de los Rojos.
Entonces hubo una parada que excedió las tres décadas, quebrada -¡y de qué manera!- por un par de hombres que ganaron el premio en las temporadas de 1997, 1998 y 1999: el campocorto Rey Ordóñez, un ídolo para los Mets; y el inicialista Rafael Palmeiro, que lo alcanzó en par de ocasiones con Baltimore y en la restante con los Rangers.
El repaso de los Guantes de Oro cubanos lo completa Yoenis Céspedes, que en 2015 sobresalió en los jardines con la camiseta de Detroit y es el único hijo de la Mayor de las Antillas que ha podido lograr este trofeo en el siglo XXI.
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