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Leinier, Leinier, dinos qué otra cosa tenemos que hacer

Leinier Domínguez, cubano hasta los tuétanos, asesorado por otros dos Grandes Maestros de élite que también se exiliaron de Castro (Lázaro Bruzón y Yunieski Quesada), acaba de coronarse como subcampeón de ajedrez de los Estados Unidos. Para colmo, ha sido la suya una proeza invicta, sin perder ni una sola partida, como le gustaba hacerlo al inmortal Capablanca

Leinier Domínguez, subcampeón de Estados Unidos © Twitter/ Saint Louis Chess Club
Leinier Domínguez, subcampeón de Estados Unidos Foto © Twitter/ Saint Louis Chess Club

Este artículo es de hace 5 años

Los cubanos tenemos el corazón feliz, feliz, feliz.

Esta ha sido la derrota moral más grande del castrismo en los últimos tiempos. Y no la obtuvo un oportunista político de la oposición ni un disidente digital en la Isla, sino un pacífico Gran Maestro de ajedrez, que no por gusto es el “juego-ciencia”. Es decir, justo lo contrario del dogma marxista que hizo de la nación cubana una piltrafa patética al margen de la civilización occidental, y que ha despoblado a nuestro pueblo de sus mejores mentes y almas, en una suerte de eugenesia negativa llamada totalitarismo.

Esta debacle para los totalitarios anquilosados en el poder en La Habana tiene a un joven protagonista: su nombre es Leinier Domínguez (35 años de edad), quien ha demostrado ser el jugador de ajedrez cubano más fuerte desde la época de nuestro campeón mundial José Raúl Capablanca (1888-1942).

Leinier ha demostrado ser el jugador de ajedrez cubano más fuerte desde la época de nuestro campeón mundial José Raúl Capablanca

Se trata de un muchacho de casa (específicamente, del campo), de humilde familia religiosa, respetuoso de la pluralidad, y decente al punto de que no le gusta ni alzar la voz. Ni falta que le hace tampoco para ser sencillamente un campeón de campeones, ampliamente el número 1 de toda Hispanoamérica, ubicado entre los veinte primeros del planeta, y con un currículo cuyo colofón es ser otro cubano sin Castro que ha huido de la ridiculez de la Revolución. Otro paria expulsado por los policías déspotas del paraíso del proletariado. Otro ciudadano libre que fue reprimido por la Utopía fascistoide de la fidelidad, esa misma que tanto aplauden cómplicemente los medios y la academia de los países democráticos, en su bobalicona búsqueda del anticapitalismo perdido.

En efecto, Leinier Domínguez, cubano hasta los tuétanos, asesorado por otros dos Grandes Maestros de élite que también se exiliaron de Castro (Lázaro Bruzón y Yunieski Quesada), acaba de coronarse como subcampeón de ajedrez de los Estados Unidos. Para colmo, ha sido la suya una proeza invicta, sin perder ni una sola partida, como le gustaba hacerlo al inmortal Capablanca.

Leinier Domínguez, cubano hasta los tuétanos, asesorado por otros dos Grandes Maestros de élite que también se exiliaron de Castro (Lázaro Bruzón y Yunieski Quesada), acaba de coronarse como subcampeón de ajedrez de los Estados Unidos

Ha sido, pues, un bofetón bellísimo en plena cara descarada y descascarada de los barbudos moribundos, así como un escupitajo de excelencia a la continuidad criminal de los imberbes segurosos como Miguel Díaz-Canel, que ya ni ellos mismos se creen que la constitución comunista les va a permitir permanecer a perpetuidad en el poder, oprimiendo a un país que una y otra vez les ha dicho bien alto y claro que NO.

Sin embargo, la mala noticia es que Leinier Domínguez, flamante subcampeón norteamericano, por desgracia es ahora un objetivo a atacar por parte de la Seguridad del Estado del Ministerio del Interior. Esta guerra más o menos al descubierto nadie debe de ningunearla, mucho menos Leinier Domínguez (pero tampoco Lázaro Bruzón ni Yunieski Quesada).

La realidad arrasada de las últimas seis décadas de odio gubernamental contra nuestra ciudadanía son suficiente lección: los asesinos uniformados de verde oliva nunca se quedan humillados. Al contrario, ellos siempre intentarán su guerra sucia contra todos y cada uno de los cubanos, de manera personalizada, con golpes a traición y cuando ya menos nos lo esperamos.

Puede ser una invitación a la Isla para demostrar lo generoso que es el régimen. Puede ser una coacción familiar tipo mafia post-soviética. Puede ser una triquiñuela fiscal foránea o alguna acusación de acoso sexual para denigrar a este genio sin Castros. Pero también puede ser un lamentable accidente automovilístico o una operación quirúrgica menor que casualmente se complicó. La divisa del castrismo al respecto siempre ha sido la misma: contra los cubanos, todo; a favor de la libertad, nada.

En cualquier caso, Leinier Domínguez le ha echado un cubazo de agua fría a la dictadura caribe que ha cooptado incluso al deporte, dejando cero espacio respirable para el individuo no esclavo, que en la Isla tiene prohibido crear ni siquiera un club de barrio para jugar damas o dominó. De hecho, esos 35 mil dólares talentosamente recién ganados por el subcampeón Leinier Domínguez son un ejemplo muy peligroso para la “estabilidad de la escasez” impuesta a tiros por los tiranos de La Habana, porque semejante premio es sólo una prueba más de que los cubanos triunfamos donde quiera que no llegue el maleficio de los Castros.

Paranoias aparte, precisamente por esto es que los Castros intentarán ahora extender sus manos mediocres hasta boicotear la biografía de Leinier Domínguez. El odio no olvida. La envidia es la superestructura de la venganza. Razones más que suficientes para que los cubanos libres del mundo cerremos filas alrededor de este joven Gran Maestro y, además de felicitarlo en internet, apoyemos no solo simbólica sino materialmente a nuestro ajedrecista de alto rendimiento en cualquier empresa que este cubano emprenda ahora, tan lejos como le sea posible de la isla infame de la infelicidad.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Orlando Luis Pardo Lazo

Escritor y bloguero de La Habana. Actualmente realiza un doctorado en Literatura en Saint Louis, Missouri, EUA.


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