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Bailando con Belma Suazo de Majana a Coconut Grove

Me fui de Cuba en 1991 porque de Cuba hay que irse.

Belma Suazo © Cortesía de la entrevistada
Belma Suazo Foto © Cortesía de la entrevistada

Este artículo es de hace 4 años

Belma Suazo es una cubana que baila con la mar desde que correteó por vez primera por los patios y calles de su natal Majana (occidente de Cuba) y que ahora danza en Coconut Grove, un trozo de Florida, donde ha descubierto las ventajas del Yoga, tras pasar por México, la primera pausa en su ballet de emigrada.

¿Quién es Belma Suazo?

Me lo pregunto todos los días. Uno cambia de pensamiento, de perspectiva, de circunstancias y eso nos brinda la oportunidad para reinventarnos constantemente.

Soy de un pueblo llamado Majana, fue un lugar paradisiaco para mi niñez y recuerdo la tristeza cuando nos fuimos. El gobierno nos fue sacando poco a poco de ahí, cerró la única bodega que había, el transporte se hizo prácticamente nulo. Me recuerdo muchas veces caminando kilómetros para regresar a casa pues la guagua nos dejaba en el entronque de Las Mangas (otro pueblo). No nos quedó más remedio que mudarnos a Artemisa.

A la mayoría de los habitantes les dieron un apartamento de microbrigadas a las afueras de Artemisa. Nosotros corrimos con mejor suerte, pues mi abuelo era el dueño del único restaurante en Majana, antes de la revolución, y con sus ahorros compró casa para toda la familia.

Foto: Cortesía de la entrevistada

Comencé mis estudios danzarios en la Casa de la Cultura de Artemisa, de ahí pude entrar a la Escuela Vocacional de Güira de Melena y unos años más tarde a la Escuela Nacional de Arte en La Habana.

Crecí entre contradicciones ideológicas que no entendía. Por un lado, mis familiares no era afines al gobierno, pero al mismo tiempo que me decían que no creyera en eso (castrismo) me pedían que fuera buena en la escuela y me dedicara a estudiar sin llamar mucho la atención.

Por otro lado, muchas de las cosas que te exigían en la escuela, como por ejemplo pertenecer a una familia integrada, me confundían pues mi familia era y es ante mis ojos la más hermosa; sin embargo, no era integrada al régimen. Y aún hoy me resulta difícil explicarte cómo sobrevivir entre las sombras de los integrados.

La danza vino a traerme cierta libertad de expresión y pude encontrar un medio donde podía volar de toda esa realidad, con la ventaja de que amaba y amo el movimiento.

Me gradué y entré a bailar en la compañía Ballet Teatro de La Habana, dirigida por Caridad Martínez.

Cuba te acompaña en tu sensibilidad; ¿cuándo y cómo te fuiste?

Me fui de Cuba en 1991 porque de Cuba hay que irse.

Desde pequeña fui consciente de la agresividad que crecía en la vida cotidiana, desde salir de tu casa y ver a unos tipos sentados en el contén de la acera tomando cervezas sin camisas, sin hacer nada, día tras día. Sufrir la vigilancia constante por parte de los vecinos metidos en tu vida. Recuerda que mi familia no era integrada, por lo tanto la policía se tomaba el atrevimiento de irrumpir en mi casa cada cierto tiempo para registrarla. Me cansé de ver cómo en cada fiesta, carnaval surgía una pelea.

Foto: Cortesía de la entrevistada

Por años tuve que tomar la ruta 35, que iba de La Habana a Artemisa; recuerdo una vez a dos hombres peleándose con una navaja y -con la guagua en marcha- salirme por una ventana hasta que el chofer paró la guagua.

En mi primera gira al extranjero, con 18 años, a España (1989) nos acompañó nada más y nada menos que Mariela Castro, pues en ese entonces era mujer de uno de los bailarines (no diré su nombre por respeto a él), ella decía que iba a un congreso de sexualidad pero se pasaba mucho tiempo con nosotros. Llegamos en invierno y ya te imaginarás el frío que pasamos. Mariela no pasó frío porque ella tenía los abrigos adecuados... en fin las razones son tantas que mi respuesta necesitaría otra entrevista.

Así que, en una de las giras que hizo la compañía, me quedé en México, junto con varios integrantes de la compañía, incluida su directora.

Ahí hubo que reinventarse dando clases en varios lugares y bailar en diferentes medios como la televisión. El inicio fue frustrante, luego entiendes que es parte de la adaptación, de tu crecimiento y de la capacidad de continuar caminando como inmigrante que serás por el resto de tus días.

Formé una familia y decidimos mudarnos a Estados Unidos para brindarles un futuro más seguro a mis dos hijas. México -país que amo y siento mío- ha sido un tránsito lleno de contrastes: por un lado, te estimula la vida con sus tradiciones, costumbres, comida, su gente y, de pronto, la vida no vale nada. Aquí en Florida viví otro proceso de adaptación y, para mi suerte personal, me llega el Yoga, salvándome nuevamente, como en su momento lo hizo la Danza.

Abrí mi estudio y lo mantuve funcionando por 10 años. Hace poco lo cerré por problemas personales. Hoy imparto clases en otra escuela llamada Nityananda Center, en Coconut Grove. Así que sigo enseñando, bailando y con el Yoga.

¿Cómo ha cambiado el destierro tu vida?

El destierro me ha cambiado para bien pues todo lo que pude lograr fue fuera de Cuba. Allá no me lo hubiesen permitido. Cuando no eres oportunista ni le haces la corte al régimen, logras ciertas libertades, pero a la larga terminan aprisionándote si decides continuar, y viviendo en esa cárcel flotante no hay escapatoria.

Por eso admiro enormemente a los que se atreven a luchar y oponerse al sistema viviendo dentro,yo no fui tan valiente.

Viviendo en México, teníamos una casa muy linda que se convirtió en albergue para cuanto cubano llegaba y recuerdo un día que -en una de las muchas fiestas que celebramos- llegaron funcionarios de la embajada cubana, invitados por otros amigos. Un amigo me comenta que si no me daba miedo tener la casa llena de agentes de la seguridad y, con total convencimiento, le respondí que me llenaba de alegría que estuvieran fiestando para que fueran testigos de lo bien que se puede vivir en libertad, sus tentáculos pudieron rozarme mientras vivía en Cuba. Ya no.

Foto: Cortesía de la entrevistada

Baila, por favor, para los lectores de CiberCuba tu isla soñada, incluida la banda sonora que nos ayude a silenciar el monólogo verde oliva.

Yo no sueño sobre un cambio en la realidad de Cuba, no lo veo posible -al menos en un futuro cercano- y los sueños son de alguna manera posibilidades en las que uno cree. En este tema soy pesimista.

Yo deseo libertad para esa Isla hermosa donde sus ciudadanos puedan elegir sus destinos. Que les permitan pensar y expresarse libremente sin ser golpeados o encarcelados. Que puedan salir del país cuando quieran sin ser acusados de salida ilegal; ¡que es eso!, que puedan regresar sin pedir permiso para entrar a su propia tierra; ¡que humillación!

En mi Isla soñada no habrá uniformes que encarcelen mentes, no habrá comités de vigilancia para asediar al vecino, no habrá agentes secretos disfrazados de civiles golpeando al que piensa diferente. Deseo un país sin doctrinas, sin consignas, sin lemas.

Conclusión: yo deseo que se acabe la dictadura de los Castros que pareciera perpetua por los años de los años de Fidel.

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Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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