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Memoria del Exilio: ¿Patria o Muerte?

A Cuba -los que la arruinan- le han encasquetado, a perpetuidad, la muerte. Aunque ella se retuerce, se rebela, se resiste, explota, se disemina. De tanto nombrar a “la pelona”, han logrado erigir una patria muerta.

Bandera cubana con franjas negras y blancas © Cortesía de Juan Carlos Cremata
Bandera cubana con franjas negras y blancas Foto © Cortesía de Juan Carlos Cremata

Este artículo es de hace 4 años

Ahora que se está muriendo lo “inmortal”, lo que creíamos, ingenuamente, que no “se iba del aire”, rebusco, troco y trafico en los anales archivados, bajo las sombras del ánima, en busca de un cauce a esta arcaica y castrense, e intransigente, dicotomía nacional.*

* Nuestro “ser o no ser” radical.

A Cuba -los que la arruinan- le han encasquetado, a perpetuidad, la muerte. *

* Aunque ella se retuerce, se rebela, se resiste, explota, se disemina.

De tanto nombrar a “la pelona”, han logrado erigir una patria muerta.

Vive, sólo, en el grito desaforado e irracional, de quien no la quiere de veras -únicamente de boca para afuera- de quien la explota y desangra.

O en el recuerdo, improductivo, que provoca la nostalgia, de quienes la consideran o la sufren, ya, para siempre, perdida.

Y a Cuba la hemos extraviado todos y cada uno de nosotros. Incluso, los que creen poseerla, los que la llaman, ególatramente, “mía”.

Un viejo amigo me comenta, desde la Habana: “Pipo, esto nació muerto, los que quedamos, sólo le celebramos, cada tanto, un funeral, cada vez más, funesto”.

Por supuesto, quienes más gritan las consignas vacías - como los que nos obligaron a usarlas - son los que más la han vivido. *

* “Recholateado”, debería haber escrito, para ser más exacto, en lo “reyoyo”.

“Nos casaron con la mentira y nos obligaron a vivir con ella”, repetía su mamá, por los pasillos, de la televisión, en los lejanos años setenta.

Isla rodeada de un mar tan infesto de cadáveres que ya no es azul turqués - eso es exclusivo para turistas foráneos - pero, negro carmesí, color desgracia.

Sorpresa es, para otro excelente prosista exiliado -querido y aplatanado en su dulce destierro- el que Cuba haya sobrevivido a sus momias más famosas. *

* ¿Quién, de nuestros contemporáneos, imaginó un mundo sin Fidel Castro o sin Alicia Alonso, aunque, para muchos, ellos se hayan muerto, mucho antes, o se les haya deseado, durante muchísimo tiempo, la más pronta, cercana y absoluta desaparición?

De tanto mencionar a la fatal Parca, la nación ya apesta a difunto.

Numancia se extinguió de súbito. La muerte de Cuba será por desgaste. *

* Como las ejecuciones de los Medici en Florencia, encerrando en un cuarto a sus oponentes para dejarlos morir de hambre, soledad y sed.

Baila el tirano exánime junto a sus pellejos, homenaje tras homenaje, duelo tras duelo.

El luto lo imponen, a fuerza de leyes, censuras, medidas, prohibiciones y arbitrariedades.

Si Miami, tildada por la mala fama, fue mal titulada como “cementerio de artistas”, la Isla aporta, por borbotones, los cadáveres.

La han convertido, al final, en una impotente -que no imponente, sólo en derrumbes- ensombrecida funeraria.

Tanta es la grisura como la fetidez a carroña. *

* Bajan los ataúdes por las escaleras a falta de fluido eléctrico en los ascensores; cortejos fúnebres son seguidos en carretas; occisos en carretillas, mulas o bicicletas; fiambres lanzados al medio de la calle, que se desprenden de una ambulancia, en pleno viaje, hacia una morgue, un crematorio, o quizás, al cementerio.

Es el jolgorio de las hienas. Enterramientos sin nombre.

La frase original -puede verse en las monedas de antes- era PATRIA Y LIBERTAD.

Ya sabemos adónde fue a parar la última.

Y a la Y la sustituyeron por O.

Es decir, en lugar de la suma, implantaron una falsa alternativa. O la una, o la otra. Que, en definitiva, han terminado siendo lo mismo.

Patria es muerte, morir por la patria da como resultado un patriota… muerto. *

* ¿No es más útil un correligionario vivo?

El “morir por la patria, es vivir” es un perfecto sinsentido, un absurdo glorificado.

El país - que no esa Patria abstracta - necesita de sus mejores hijos, en la flor de sus savias.

Los muertos solo generan penas, pesares, retrasos y ensombrecimientos.

Todo el discurso de los Castro se basa en la heroicidad de sus gestos -hasta los más despreciables- y en la exaltación de la muerte, también como epopeya eximia, como gesto supremo de amor nacional.

El fin es pérdida, nunca ganancia.

No hay otra opción. Es al duro, sin guante, ni careta. En blanco y negro. Sin absoluta certidumbre. *

* “Abandonad toda esperanza, vosotros que entráis”. “El trabajo os hará libres” “Aquí no se rinde nadie”.

Fue así que la mal llamada revolución, impulsada por Fidel Castro, nos robó, a mano armada, nuestras vidas.

Era patria -la que él quería, la que a él se le antojaba, la que le salía de sus verdes berocos- o era, para el resto de todos nosotros, cero posibilidades de normales existencias.

Después siguió un rosario de frases -centenares, miles, burujones derramado, en una carrera desenfrenada por lanzar el más efectivo lema, o slogan publicitario, conminándonos a hacer lo que él quería- y una tras otra, nos las embutieron, cual si fuésemos butifarras, o pienso para ganado embobecido.

Por los ojos, por la vista, por el oído. Mañanas, tardes, noches, madrugadas.

VIVAS sólo para él.

O para la revolución de la que se apropió en persona. *

* Si acaso, alguna que otra, para su poco carismático hermano.

Para el resto, era seguirlo en su capricho de nación -o nación de caprichos- o, sencillamente, morir.

Por decreto divino de quien se creyó “el más excepcional de todos los seres humanos”. *

* ¡No comas mierrrrr…! TODO EL MUNDO ES IMPORTANTE.

De otra manera -como siguen repitiendo, con honda inhumanidad, sus más cegados acólitos- no hay otra opción, ni derecho alguno a subsistencia.

Y para eso se valió del himno, de Martí, de Cervantes, de la dramaturgia internacional -en la que se le puede, con toda justicia, declarar como su más grande paladín, pues acaudilló a millones de actores, tramas, e intrigas bajo su mando- y hasta de la comidilla popular, sobre la que esparció, como un juego de yaquis, la creencia de “quien no quiere a la Patria, no quiere a su madre”. *

* ¡Y esapin…! Ni al complicado Freud se le hubiera ocurrido semejante asociación.

Así mismo decretaba Hitler, imagino, “quien no quiere al Führer, no quiere a Alemania”.

Y, por lo tanto, no tuvo derecho a vivir.

Y luego Stalin.

Y Mao.

Y Kim y su prole.

Y la corte castrista cubana, que ha castrado a un pueblo, por antonomasia feliz, al sumirlo en el luctuoso mar de sus malsanas ambiciones.

Homenajes, peregrinaciones, túmulos funerarios, tumbas a héroes desconocidos, panteones, pedruscos enormes, en sustitución, caribeña, de las pirámides de los faraones, catacumbas encumbradas de asesinos que se hacen pasar por semidioses…

Son continuidad moribunda, constante, punzante y lacerante en la jodida vida cotidiana del cubano.

Por no dejar de matar*, remataron el/al tiempo.

* “Un revolucionario debe convertirse en una fría máquina de matar, motivado por odio puro”, sentenció el Che Guevara.

Y lo disfrazaron -aún lo hacen- bajo un manto inverosímil de futuro promisorio, de esperanza en lontananza.

De porvenir sin venir, aunque, siempre, anunciando su llegada.

Hoy no es una cosa o la otra.

Sino lo mismo con lo mismo.

“AVE CASTRISMO, MORITURI TE SALUTANT”

En respuesta a la cuestión que da título: ¡Salimos vencidos!

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Juan Carlos Cremata Malberti

Director de cine y guionista cubano. Se graduó en 1986 de Teatrología y Dramaturgia, en el Instituto Superior de Arte (ISA) de La Habana, posteriormente cursó estudios en la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños graduándose en 1990.


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