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Miami-Dade dice a la reunificación familiar: "No los queremos, no los necesitamos"

Cuando el pasado martes la Comisión de Miami-Dade despreció el proyecto de ley por la reunificación familiar, tocábamos fondo como comunidad. De verdad. No hay nada más bajo en cuanto a política local. Es el subsuelo.


Este artículo es de hace 4 años

Lo inimaginable. Aun quienes hicimos del cinismo una forma de protección contra el infarto, quienes descreemos de todo por tal de evitar el rol de tontos útiles, debemos admitir que esta vez no lo vimos venir. Es demasiado fuerte.

No, yo no esperé que un quorum de comisionados del condado con mayor congregación cubana fuera de Cuba, en cualquier parte del mundo, alzara su mano para votar contra un puente legal que agilizara el abrazo entre madres e hijos. Repito, por si no fui claro: un puente legal.

Cuando el pasado martes la Comisión de Miami-Dade despreció el proyecto de ley por la reunificación familiar introducido en el Congreso por la demócrata del distrito 26, Debbie Mucarsel-Powell, tocábamos fondo como comunidad. De verdad. No hay nada más bajo en cuanto a política local. Es el subsuelo.

Porque ya esta comunidad padecía, desde hace algunos imprecisos años, una suerte de crisis existencial a medio camino entre el quiero y no quiero. Entre quiénes somos, qué defendemos y qué enemigo reconocemos.

A diferencia de un exilio histórico, cohesionado, que para bien o para mal se reconocía a sí mismo como una masa de víctimas que debieron huir por sus vidas, pero que ni un solo día de sus existencias dejarían de combatir a ese enemigo común con las armas de la democracia, el Miami de hoy no sabe qué diablos es. Paremos de camuflar la verdad.

Eso se advierte en el absurdo de una comunidad que viaja más que nunca a los aeropuertos cubanos, luego de pedir asilo más que nunca antes, recarga celulares y envía dinero como nunca antes, y al mismo tiempo insiste en dar su voto a representantes que abogan por eliminar los viajes al mismo sitio que ellos visitan una vez por mes. De veras, ya no me interesa entender. Es un misterio negado a mí.

Pero esto, que comisionados republicanos hijos de emigrantes cubanos, den la espalda a una reunificación familiar que favorecería únicamente la emigración legal, ordenada, sin privilegios de refugio político ni abusos de leyes de ajuste; un proyecto que solo ayuda a que la espera sea más breve y menos tortuosa para sus propios constituyentes, me ha volado la tapa de los sesos.

El viejo y podrido discurso ochentero de “No los queremos, no los necesitamos”, cuyo autor prefiero saltarme por esta vez en nombre de mi desprecio, ha sido revivido de manera muy simbólica por Esteban Bovo Jr., Rebeca Sosa, Xavier Suárez, Javier Souto, José “Pepe” Díaz y todos los comisionados cubanoamericanos que votaron con la cobardía antes que con el corazón.

Con la cobardía, porque ni muertos se iban a atrever a parecer contrarios a Washington, ¿verdad? Tapen los oídos a los niños, por favor: le tienen un miedo a Trump que se cagan en los pantalones. Un miedo que les lleva a decir, inequívocamente, lo que resumió Esteban Bovo Jr. sobre el proyecto de ley: “Esto da una bofetada a la política de Washington”.

Olvidó decir que el bofetón principal iba para las mejillas de familias cubanas como las de ellos mismos. Una suerte para sus padres y abuelos que en el momento de ellos emigrar, Miami no estuviera capitaneada por políticos pusilánimes como son ellos hoy.

Y Miami tampoco estuvo nunca representada en sus calles por una comunidad más deprimente. De verdad. Una comunidad que solo reúne mil personas para protestar contra el concierto de una cantante debe revisar sus intestinos. Algo no anda bien. No en esa protesta, que me pareció revitalizadora. Sino en las demás: las que nunca se han llegado a efectuar.

Una comunidad que no rechistó cuando le quitaron “Pies secos, pies mojados”, y que tampoco responsabilizó a Marco Rubio, Mario Díaz-Balart o Ileana Ros-Lehtinen por bombardear tantas veces ese mismo programa, hasta que Barack Obama lo terminó por fumigar. Una comunidad que ha tenido a miles de hijos, hermanos y esposos detenidos en centros de Louisiana, pero que solo se lamenta y patalea en grupos de Whatsapp y páginas de Facebook. En eso, tristemente, nos hemos convertido.

Once personas un día frente a las oficinas de un representante. Cuatro gatos con carteles en el Tropical Park. A eso hemos llegado. A esa apatía insoportable que solo se lamenta con lágrimas electrónicas.

Quizás los pueblos no solo tengan los gobernantes que merecen, tal vez también tienen los comisionados que merecen.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Ernesto Morales

Periodista de CiberCuba


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