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Cubano se refugia del coronavirus en un quiosco de madera en La Cabaña

El cuentapropista decidió aislarse en el mismo local donde antes tenía su negocio de venta de jugos y bebidas a los turistas.

Vista de La Habana desde La Cabaña © CiberCuba
Vista de La Habana desde La Cabaña Foto © CiberCuba

Este artículo es de hace 3 años

Un trabajador por cuenta propia de La Habana decidió protegerse del coronavirus yéndose de su casa y aislándose en un quiosco de madera de 3,5 por 2,5 metros, el cual antes de la llegada de la pandemia le servía para vender bebidas y jugos naturales al público.

Rafael Viguera, de 55 años, optó por autoevacuarse en su pequeño negocio, ubicado en las afueras de La Cabaña y el Morro, un sitio donde disfruta de las hermosas vistas de la bahía de la ciudad, y que en tiempos normales suele estar lleno de turistas.

En ese lugar, ahora prácticamente vacío, no solo evita cualquier contagio con el virus, sino que también cuida de su local de trabajo, el cual tuvo que clausurar en marzo pasado, cuando el gobierno cerró sus fronteras y decretó el estado de emergencia sanitaria.

“Decidí aislarme en primer lugar para preservarme y no contraer la enfermedad, y en segundo, para preservar el sitio”, dijo a Reuters.

“Me siento protegido aquí en mi pequeña casa. Extraño estar con mi familia, pero hablo con ellos por teléfono”, confesó.

Viguera reside al oeste de la ciudad con su hermana y su sobrino. Cuando las autoridades suspendieron el transporte público se dio cuenta de que le sería imposible trasladarse a vigilar su negocio, que quedaría a merced de algún posible ladrón.

Sin dudarlo decidió que lo mejor sería convertir el pequeño cubículo en una morada en la que pudiera residir sin preocupaciones.

Ahora duerme en un canapé al que pone arriba una colchoneta, y por el día deja la puerta delantera abierta para que circule el aire y el sol no caliente demasiado el diminuto local.

El hombre recordó con nostalgia los tiempos en que los turistas acudían diariamente desde todas partes del país a degustar sus jugos de frutas y sus mojitos.

“Paraban aquí los carros clásicos, las guaguas. Y al momento se les preparaban los tragos que deseaban”, relató.

Hoy este emprendedor sobrevive gracias a sus ahorros, porque el gobierno no dio ninguna ayuda económica para los miembros del sector privado en la isla que tuvieron que dejar de trabajar por la crisis sanitaria.

Con su dinero logró que un amigo le lleve comida y agua. Y a veces por las noches va hacia la fortaleza militar donde los soldados, que lo conocen, le regalan algún plato de comida caliente.

“Ya estoy haciendo como custodio, y así me estoy protegiendo de la COVID. No tengo contacto directo con la población porque no tengo que salir a buscar nada, todo me lo traen acá”, precisó.

“Voy a estar aquí hasta que no haya un caso, hasta que desaparezca la pandemia. Hasta que no me pongan la vacuna no me voy de aquí. Cuando Putin me mande la vacuna me voy a mi casa, pero vuelvo a mi trabajo”, bromeó.

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