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Europa asume el riesgo de defraudar a cubanos empobrecidos y reprimidos

El principal peligro que entraña la decisión de Borrell es que el pueblo cubano vuelva a sentirse traicionado por quienes supone demócratas y amantes de la libertad y los derechos humanos.

José Borrell, Comisario europeo de Exteriores en La Habana © Presidencia de Cuba
José Borrell, Comisario europeo de Exteriores en La Habana Foto © Presidencia de Cuba

Este artículo es de hace 3 años

Europa optó por la diplomacia en estado puro y acabó ratificando en su puesto a su polémico embajador en Cuba, Alberto Navarro, que desató la indignación entre la oposición y la emigración cubanas y sorpresa en medios diplomáticos del viejo continente, Estados Unidos y el Vaticano, al firmar una carta promovida por La Joven Cuba pidiendo al gobierno norteamericano concesiones unilaterales e incondicionales frente a La Habana.

El principal peligro que entraña la decisión anunciada por Borrell es que el pueblo cubano vuelva a sentirse traicionado por quienes supone demócratas y amantes de la libertad y los derechos humanos, en su mala hora que dura casi 63 años, por mucho que miopes y oportunistas como el embajador Navarro se empeñen en seguir mirando a Cuba como hito antiimperialista en vez de la dictadura más antigua de Occidente.

Borrell, que no es sanchista ni es bien visto en Ferraz; y cuya permanencia en el cargo pasa por una medida relación con Moncloa y el PSOE, había logrado superar con acierto discreto la etapa psicofante de la italiana Federica Mogherini, que descubrió el Mediterráneo con aquella ocurrencia de que Cuba es una democracia de un solo partido, pero la metida de pata del embajador Navarro hizo rememorar a la Europa claudicante frente al totalitarismo castrista.

Pero, un cambio de embajador europeo en La Habana, a las puertas de la jubilación de Raúl Castro Ruz, que generará una agudización de la pugna en el seno del tardocastrismo entre dinosaurios y reformistas -que se han estrellado con su paquete neoliberal del 1 de enero-, resulta más costoso que la pifia de Navarro, y Borrell no ha tenido más remedio que hacer de la necesidad virtud; aunque sabe que su peón en La Habana está más quemado que la pipa de un fumador empedernido porque ha perdido capacidad de interlocución con el anticastrismo, incluidos los más moderados y cercanos a posiciones europeas.

La salida de tono del embajador europeo en Cuba ocurrió en el peor momento posible porque Bruselas, Washington y el Vaticano siguen sin entender la actitud represiva del gobierno cubano frente a la oposición y la sociedad civil, que protagoniza acciones espontáneas y alejadas del canon político, desquiciando a La Habana; y cuando la oposición anticastrista está abocada a una notable renovación de estrategias y mensaje, por el empuje de movimientos ciudadanos como San Isidro, 27N, LGBTIQ+, los sacerdotes de base que se oponen a los empobrecimiento y desigualdad crecientes y los ciudadanos que cuestionan a diario a Díaz-Canel y Marrero Cruz.

Las marcas tradicionales políticas como la Internacional Socialista, la Democracia Cristiana y la Liberal Internacional permanecen atentas a las crisis de Cuba y Venezuela y a las señales de la Casa Blanca. Pero no han encontrado aún la manera más adecuada para tratar con los nuevos actores del panorama político cubano e intentar arrimar el ascua a su sardina, y parecen resignadas a dejar que pase el cónclave comunista y seguir de cerca los discretos movimientos de partidos, grupos y tendencias opositoras dentro y fuera de la isla por si desembocan en confluencias y mayores definiciones.

De hecho, el anuncio del Movimiento San Isidro, luego matizado por Luis Manuel Otero Alcántara, de que se convertiría en plataforma hizo sonar los teléfonos móviles del Vaticano, Washington y Bruselas intentando saber si era otra jugada espontánea o inducida desde afuera y, sobre todo, si alguien se había adelantado y movido ficha a su favor.

Las relaciones entre Europa y Cuba no pasan por su mejor momento debido al desencuentro en torno a la solución del drama de Venezuela, la negativa de La Habana a entregar a guerrilleros colombianos reclamados por Bogotá, las deudas impagadas con el Club de París y España y la incomodidad que generaron en gobiernos europeos las maniobras castristas para alquilar personal sanitario al viejo continente, lanzando campañas de ofrecimiento a través de aliados residuales, gusañeros y buscando acuerdos con gobiernos regionales como en el conseguido en Lombardía y frustrado en Cataluña y Valencia.

Todos estos elementos debieron pesar en la decisión del Consejo de Europa, que ahora ya sabe que carece de embajador en Cuba porque el compañero Navarro se quitó la careta, con el inconveniente añadido que también lo saben el tardocastrismo, que arreciará sus presiones y caricias con el diplomático; y el resto de gobiernos europeos y del mundo, que moverán, a su antojo y conveniencias, a sus peones en La Habana.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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