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Biotecnología en Cuba, solo posible gracias a una inmoralidad ineficiente

Esto no significa desconocer o pretender eliminar la existencia de la biotecnología cubana como hecho dado, mucho menos significa no celebrar los impresionantes logros de los científicos que desde allí salvan vidas y alivian padecimientos.

Fidel durante una de sus visitas al Centro de Inmunología Molecular Foto © Jorge Oller / Granma

Este artículo es de hace 3 años

Al personaje Santa Juana, de la obra homónima de Bernard Shaw, cuando se le hablaba sobre la esfericidad de la tierra y su movimiento alrededor del sol replicaba: “¡Qué majadería! ¿Pero es que no tiene ojos para ver?”

Es lo que pasa cuando trata de explicarse que la inversión en Biotecnología en Cuba es antieconómica e inmoral. Es difícil que el interpelado no piense que son majaderías y críticas excesivas pues ante sí está la verdad concreta de lo que es la Biotecnología cubana hoy, es un esfuerzo mental muy grande contraponer eso a la abstracción de lo que pudo hacerse con esos recursos.

Inmoral

A menos que como Maquiavelo se piense que el fin justifica los medios, se estará de acuerdo en que si una acción es inmoral no debería emprenderse aun cuando su fin parezca humanitario, por ejemplo, no debe robarse para alimentar a un hambriento. Una injusticia no se corrige con otra, hacer de la necesidad justificación para torcer lo que es correcto suele terminar creando injusticias bajo la pretensión de erradicarlas.

La Biotecnología cubana es inmoral porque nace gracias a la indecencia de que Fidel Castro monopolizara los recursos de una nación utilizándolos para su engrandecimiento personal, mientras impedía que sus legítimos creadores los utilizaran del modo en que deseasen.

Que tantos otros países de nivel económico semejante al de Cuba no hayan emprendido el desarrollo biotecnológico demuestra que, cuando las personas son libres para disponer del fruto de su trabajo -a este nivel de ingresos- no se abstienen voluntariamente de consumir o de invertir en empresas más rentables para hacerlo en una industria biotecnológica colectivizada, que es una apuesta sumamente riesgosa y a larguísimo plazo.

La única razón por la que Cuba sí lo hizo es porque su pueblo no es libre de elegir qué hacer con la riqueza que crea -por eso crea tan poca-; se hizo exclusivamente porque la voluntad de Fidel Castro se imponía a la de millones de trabajadores.

La biotecnología en Cuba es símbolo de la ausencia de libertar individual y propiedad privada. Eso es inmoral.

Antieconómica

La biotecnología fue construida gracias al mecanismo consistente en la monopolización de los recursos nacionales en las manos omnipotentes de una persona, y si como vimos, eso es inmoral por lo que implica de limitación a la libertad humana, es también económicamente desastroso.

Entre 2009 y 2013 se exportaron más de 2 mil 700 millones de USD en productos biotecnológicos, un crecimiento quinquenal del 22%, todo un boom tras 20 años de estancamiento. Esto hizo que el vicepresidente de BioCubaFarma, Fernández Yero, pronosticara que en el lustro siguiente las ventas se duplicarían, pero lejos de duplicarse se contrajeron a partir de ese mismo año, desmoronándose en un 33% hasta el 2018 (datos más recientes), donde apenas se exportaron 450 millones.

Pero aun si resultase que el proyecto de la biotecnología fuese rentable -algo que parece dudoso-, hay un sinfín de otros proyectos emprendidos en otros campos -flota de pesca, industria azucarera, ganadería, agricultura, salud, educación, defensa- que se hicieron también gracias al mecanismo monopólico de centralizar la iniciativa inversora de la nación en las manos de un hombre, proyectos que resultaron ruinosos y empobrecieron al país.

Por lo tanto, no debe valorarse la biotecnología aisladamente sino como parte de los emprendimientos de Fidel Castro, que globalmente son un fracaso mayúsculo y que además privaron a millones de cubanos de la oportunidad de hacer inversiones más pequeñas pero más realistas y rentables.

Centralizar los recursos no es “otro” modo de invertir, no es un simple canje de millones de inversores privados a uno solo como si diera igual quién decide la inversión una vez que los recursos están creados, pues según será el que decida en que se invertirán los recursos, habrá una mayor o menor cantidad de recursos creados y disponibles para invertir.

La propia existencia del “uno” monopolizando los resultados del trabajo de todos frena la existencia futura de los recursos mismos, que no son una tarta dada a repartir, sino un flujo constante de creación que decrecerá por el hecho de ser sustraídos -por coacción- de las manos de unos productores que se sentirán desincentivados al no disponer del fruto de su trabajo.

Para un funcionario público o político, probablemente el proyecto más adecuado sea el más grande y costoso, eso le traerá prestigio -por ejemplo, una industria biotecnológica en el tercer mundo- mientras que para un inversor privado lo importante sería utilizar los recursos con la máxima eficiencia económica, lo que probablemente no traerá prestigio, pero sí miles de pequeñas y medianas empresas.

Esto no significa desconocer o pretender eliminar la existencia de la biotecnología cubana como hecho dado, mucho menos significa no celebrar los impresionantes logros de los científicos que desde allí salvan vidas y alivian padecimientos; no son los cubanos de hoy responsables de la inmoralidad ineficiente de Fidel Castro, pero se convertirán en cómplices si no la reconocen.

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