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La afirmación de Pablo Iglesias, exvicepresidente del Gobierno de España y fundador de Podemos, de que una Cuba postcomunista terminaría convertida en “una democracia como Haití”, desató una tormenta de indignación entre miles de cubanos que, desde dentro y fuera de la isla, rechazaron categóricamente la comparación.
La frase, lanzada como parte de un intercambio con el activista cubano Magdiel Jorge Castro, fue percibida como un insulto, una provocación y, para muchos, una muestra brutal de ignorancia o cinismo ideológico.
Lo que parecía una frase polémica más de un político mediático, se transformó rápidamente en un fenómeno viral que reunió una marea de voces. En redes sociales, y en particular en la página de Facebook de CiberCuba, miles de usuarios coincidieron en un mensaje claro: "Cuba ya está peor que Haití". Lejos de sentirse amenazados por el paralelismo, muchos lo consideraron incluso una mejora.
Las reacciones fueron inmediatas. Casi 9,000 comentarios en menos de 24 horas, llegados desde todos los rincones del mundo denunciaron el desconocimiento del político español sobre la realidad cubana.
Algunos señalaron, con ironía y crudeza, que si Iglesias quiere entender lo que es vivir en Cuba, debería pasar un mes en la isla sin remesas, sin privilegios, sin supermercado, sin internet, con 30 dólares mensuales y una libreta de abastecimiento vacía.
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Otros recordaron un hecho concreto que destruye de raíz la comparación utilizada como amenaza: desde hace años, los cubanos viajan a Haití para comprar medicinas, ropa, comida y artículos básicos que escasean en la isla. Y lo hacen no porque Haití sea un paraíso, sino porque Haití está mejor abastecido que Cuba. Así de cruda es la realidad.
Varios usuarios indicaron que si Cuba fuera como Haití, al menos habría más esperanza. En Haití hay luz eléctrica, agua corriente, productos en los mercados. En Cuba, a pesar de toda la propaganda estatal sobre “resistencia” y “soberanía”, no hay absolutamente nada.
“En Haití se come; en Cuba se sobrevive”, escribió uno. Otros ironizaron con frases como “Haití es Manhattan comparado con Cuba” o “ojalá llegáramos a ser como Haití, eso sería mejorar”.
Más allá de las frases lapidarias, lo que quedó en evidencia es un sentimiento profundamente arraigado: la comparación es no solo falsa, sino insultante. Para muchos cubanos, la referencia a Haití como destino inevitable tras el comunismo no es una advertencia, sino una burla. “Ya lo somos”, decían algunos. “Estamos peor”.
Muchos aprovecharon para desmontar el mito de que los cubanos no están preparados para un sistema democrático o de libre mercado. Las respuestas insistieron en que el cubano ha demostrado fuera de la isla una capacidad innegable para prosperar, adaptarse y emprender.
En países como Estados Unidos, España, México, Uruguay o Chile, miles de cubanos han levantado negocios, familias y comunidades enteras. “¿Y dicen que si cae el régimen vamos a ser Haití?”, se preguntaron con rabia.
La mención a Haití como ejemplo del caos que vendría tras la caída del socialismo no es nueva. Durante décadas, la propaganda oficial cubana ha repetido que sin el Partido Comunista, el país se convertiría en un Estado fallido, asolado por el hambre y la violencia. Iglesias, al repetir ese argumento desde Europa, no hizo más que vestir con acento peninsular una vieja narrativa del régimen cubano.
Pero los tiempos han cambiado. Hoy, con apagones de más de 20 horas diarias, inflación descontrolada, un sistema de salud colapsado, salarios que no alcanzan ni para comprar la canasta básica, y un éxodo masivo sin precedentes, el contraste con Haití pierde fuerza. “Allí tienen pobreza, sí, pero también tienen libertad. Aquí tenemos miseria y represión”, comentó un usuario.
Otro punto recurrente en las respuestas fue la desconexión total entre el discurso ideológico de figuras como Iglesias y la experiencia real de los cubanos.
Desde la comodidad de una democracia europea, con calefacción central, cuentas bancarias, supermercados abastecidos y libertad de expresión, hablar de lo que “debería ser” Cuba resulta, para muchos, un ejercicio de cinismo. “Que venga a vivir aquí como uno más y después opine”, retaron.
Entre el sarcasmo y el dolor, la frase “Cuba ya está peor que Haití” se volvió algo más que una reacción: se convirtió en un diagnóstico compartido. Quienes han vivido la escasez extrema, la falta de medicamentos, los salarios humillantes, la persecución política, saben que la Cuba actual no necesita colapsar para parecerse a Haití. Ya colapsó.
Esa sensación de agotamiento, de hartazgo, de frustración ante una situación que no mejora —sino que empeora cada día— fue otra constante. Muchos afirmaron que el comunismo ya destruyó todo lo que podía destruir, y que lo único que queda por hacer es reconstruir. Incluso si el camino tras la caída del régimen es difícil, doloroso o incierto, será un camino con esperanza. “Será duro, pero será nuestro”, decían.
La polémica también sirvió para dejar claro que ya no cuela el chantaje ideológico. Ni siquiera para sectores que antes pudieron simpatizar con ideas de izquierda. El discurso que plantea una falsa dicotomía entre dictadura o caos, entre comunismo o barbarie, entre orden totalitario o hambre sin control, ya no convence a una población que vive el desastre en carne propia.
Muchos cubanos rechazaron no solo la comparación con Haití, sino la arrogancia implícita de quienes, desde lejos, deciden qué es lo mejor para un pueblo que lleva más de seis décadas sin poder elegir. “Si el precio de la libertad es parecerse a Haití por un tiempo, lo pagamos. Porque lo que tenemos ahora es infinitamente peor”, dijo un comentario.
La rabia también se dirigió contra la forma en que la izquierda europea —o parte de ella— romantiza el proceso cubano, minimizando sus tragedias y justificando sus crímenes con discursos abstractos. “Ellos hacen la revolución desde Madrid, pero no vivirían una semana en La Habana sin sus privilegios”, señaló otro.
Al final, más que una frase ofensiva, lo que hizo Iglesias fue poner el dedo en una herida abierta. Y al hacerlo, provocó una respuesta masiva, visceral, honesta.
Porque decir que una Cuba sin comunismo sería como Haití no solo es una falsedad histórica y económica. Es una falta de respeto. Es una forma de colonialismo ideológico. Es decirle al pueblo cubano que no es capaz, que no merece, que no puede. Y eso, simplemente, ya no se tolera.
El pueblo cubano no necesita tutores ideológicos, ni revolucionarios de sofá, ni amenazas disfrazadas de análisis geopolítico. Lo que necesita es libertad. Y si esa libertad trae dificultades, el pueblo está dispuesto a enfrentarlas.
Porque después de tanto sufrimiento, cualquier camino que conduzca al cambio será mejor que seguir en el mismo lugar.
"Cuba ya está peor que Haití". Y por eso mismo, lo que venga después, solo puede ser un paso adelante.
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