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Una fuerte polémica sacudió este viernes la red social X (antes Twitter), luego de que el exvicepresidente del Gobierno de España y fundador de Podemos, Pablo Iglesias, afirmara que si el comunismo cae en Cuba, el país caribeño terminaría convertido en “una democracia como Haití”, con “hambre, violencia, analfabetismo y ausencia absoluta de servicios”.
La declaración surgió en medio de un agrio cruce entre Iglesias y el activista cubano Magdiel Jorge Castro, comunicador exiliado y miembro del equipo editorial de CiberCuba, quien criticó duramente al político español por sus declaraciones sobre la opositora venezolana María Corina Machado, recientemente galardonada con el Premio Nobel de la Paz.
“Para darle el Nobel de la paz a Corina Machado, que lleva años intentando dar un golpe de Estado en su país, se lo podrían haber dado directamente a Trump o incluso a Adolf Hitler a título póstumo”, escribió Iglesias en su cuenta.
La frase —de tono burlón, hiperbólico y ofensivo— desató indignación en redes. Magdiel respondió con dureza, llamando a Iglesias “basura autoritaria” y denunciando su desprecio por las libertades en Cuba y Venezuela.
Iglesias, lejos de moderar el tono, lo acusó de “traidor”, “perrito faldero de la derecha” y de querer convertir a Cuba en “una democracia como Haití”.
Fue en ese punto cuando la discusión dejó de ser una mera escaramuza de redes para revelar una forma de pensar profundamente extendida en ciertos sectores de la izquierda radical europea: la idea de que cualquier alternativa democrática al socialismo en Cuba conduciría inevitablemente al caos, la pobreza extrema y el colapso estatal.
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Una comparación insultante y falsa
La afirmación de Iglesias de que una Cuba postcomunista sería como Haití no solo es errónea, sino ideológicamente perversa. Se trata de una falacia del tipo "falso dilema": presentar solo dos opciones posibles, cuando en realidad existen muchas más.
Según este marco, o Cuba mantiene el régimen comunista (la llamada "revolución") con todas sus carencias —represión, pobreza, censura, escasez—, o se convierte en un Estado colapsado, sin educación, sin sanidad y sin cohesión social, como Haití. El mensaje implícito es claro: “mejor dictadura que desorden”, idéntico en su lógica al de los partidarios de la dictadura de Francisco Franco en España.
Es un argumento profundamente ofensivo para ambos pueblos. Para los cubanos, porque niega su capacidad de construir un futuro democrático y próspero. Y para los haitianos, porque reduce su tragedia histórica —producto de siglos de colonialismo, intervención extranjera, catástrofes naturales y corrupción— a una caricatura funcional: el ejemplo perfecto del "capitalismo fallido" que la revolución cubana habría logrado evitar.
¿Por qué usan Haití como ejemplo?
El uso de Haití como “espantajo” no es nuevo. Desde hace años, figuras de la izquierda pro-régimen —tanto dentro como fuera de Cuba— han utilizado el caso haitiano como un mecanismo de chantaje emocional y político: si se cae el sistema cubano, el caos será inevitable.
Este argumento cumple varias funciones:
- Deslegitimar cualquier alternativa democrática
- Se instala la idea de que quienes promueven una transición en Cuba no buscan libertad ni justicia, sino hambre, violencia y destrucción. Como si el pluralismo, la economía abierta y los derechos humanos fueran amenazas, y no metas legítimas.
- Infundir miedo en la población cubana
- Durante décadas, la propaganda oficial ha repetido que sin el Partido Comunista, Cuba se convertiría en Haití, o en un “Estado fallido” manejado por intereses imperialistas. Iglesias simplemente reproduce —con otro acento— la narrativa del régimen.
- Blindar ideológicamente al régimen
- Si todo intento de cambio lleva al desastre, entonces cualquier crítica queda invalidada. Aunque haya presos políticos, aunque el salario no alcance para comer, aunque haya apagones de 20 horas y médicos sin medicinas, el sistema cubano sigue siendo “preferible”.
Cuba no es Haití: Potencial vs colapso
La comparación también falla desde un punto de vista histórico y estructural. Cuba y Haití no tienen trayectorias comparables:
- Antes de 1959, Cuba era una de las economías más prósperas de América Latina: alto PIB per cápita, amplia clase media, alfabetización superior al 70 %, y fuerte presencia cultural y comercial en la región.
- Cuba tiene un capital humano altamente cualificado, una infraestructura institucional recuperable, y una diáspora sólida y organizada capaz de aportar inversión, conocimiento y liderazgo.
- Haití, en cambio, ha sufrido colapsos institucionales repetidos, una economía informal estructural, ausencia de control territorial en zonas clave, violencia generalizada y crisis humanitaria crónica.
Sugerir que Cuba seguiría el camino de Haití si abandona el comunismo es negar la historia, el potencial y la capacidad del pueblo cubano para organizar una transición democrática ordenada, con instituciones modernas, libertades civiles y economía productiva.
Romanticismo revolucionario y cinismo europeo
Lo más alarmante del caso Iglesias no es su ignorancia, sino su cinismo consciente. El político madrileño vive en democracia, cobra de medios privados, publica libremente, fundó un partido político y disfrutó de los privilegios del sistema que él mismo critica. Pero desde esa comodidad, él y su pareja -la diputada española Irene Montero- justifican la represión en Cuba.
“La revolución, con todos sus errores y todas sus injusticias, sigue siendo un modelo más decente que el que se ofrece, con tutelaje de EE. UU., al resto de pueblos del Caribe”, escribió en el tramo final de su discusión.
¿Modelo más decente? ¿Un país con el 72 % de su población bajo el umbral de la pobreza, donde un médico apenas gana 30 dólares mensuales, donde hay más de mil presos políticos, donde la inflación supera el 1,200 %, donde se criminaliza la protesta y se castiga la libre asociación?
El discurso de Iglesias revela una lógica colonial invertida: los pueblos del Sur deben sacrificarse en nombre de una revolución simbólica, mientras los intelectuales del Norte la celebran desde sus cómodas democracias. Es lo que Magdiel definió con precisión como “turismo ideológico”:
¿Y la democracia?
Iglesias caricaturiza a la oposición cubana y al exilio como “mercenarios de Trump y Marco Rubio”, como si la única posibilidad de democracia en Cuba fuera tutelada por la CIA.
Pero omite que hay cientos de miles de cubanos —jóvenes, artistas, periodistas, trabajadores— que quieren lo que él ya tiene: votar, expresarse, fundar un partido, criticar al poder sin ir a prisión.
“La revolución no es modelo de nada… hay jóvenes de 20 años presos por hacer lo que hace tu partido y tú mismo en España todos los días”, le recordó Magdiel.
¿Qué revela esta polémica?
Este cruce entre Iglesias y Magdiel es más que una anécdota. Es el choque entre dos visiones del mundo:
- La del exiliado que defiende los derechos de su pueblo desde la experiencia del dolor.
- Y la del burgués europeo que juega a ser revolucionario, pero no está dispuesto a vivir bajo las condiciones del sistema que justifica.
La polémica revela, además, que la izquierda española sigue arrastrando mitos y dogmas sobre Cuba, incapaz de actualizar su visión más allá del romanticismo de los años 60.
Siguen viendo a Cuba como una trinchera simbólica en su batalla cultural contra el liberalismo y Estados Unidos, aunque ello implique respaldar cárceles, hambre y censura.
Cuba puede ser Cuba
Cuba no será Haití. Será Cuba, libre, si se le permite decidir.
El pueblo cubano no necesita tutores ideológicos ni revoluciones impuestas. Necesita instituciones, justicia, mercado, educación, democracia y libertad. Lo que han construido países como República Checa, Estonia, Chile o España tras sus respectivas dictaduras, también es posible para Cuba.
Reducir su destino a una elección entre dictadura o colapso es no solo una mentira: es una forma de complicidad.
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