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La Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) celebró este 14 de diciembre el cumpleaños del poeta Delfín Prats, al que definió como una “figura esencial de nuestra literatura”.
En un mensaje difundido en redes sociales, la institución oficialista exaltó “la fineza y la sensualidad” de su obra y su “voz auténtica”, destacando el legado de quien en 2022 recibió el Premio Nacional de Literatura, el mayor galardón de las letras cubanas.
Sin embargo, detrás de esta felicitación se esconde una historia amarga. Delfín Prats Pupo, nacido en 1945 en La Cuaba, Holguín, fue durante décadas un poeta silenciado por el mismo aparato cultural que hoy lo celebra.
En 1968 obtuvo el Premio David de la UNEAC por su libro ‘Lenguaje de mudos’, pero poco después las autoridades ordenaron retirar y destruir toda la edición. Su poesía, considerada “oscura” y “subjetiva”, se alejaba de los ideales del “hombre nuevo” y, además, insinuaba una sensibilidad homoerótica inaceptable para los comisarios culturales de la época.
El caso de Prats no fue aislado. En aquellos años, la política cultural impulsada por el régimen de Fidel Castro se endureció bajo la consigna de que “dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada”.
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La década de 1970 —conocida como el “quinquenio gris”— estuvo marcada por la censura, la vigilancia y la marginación de artistas homosexuales o considerados ideológicamente “débiles”. Muchos fueron enviados a las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), campos de trabajo donde se pretendía “reeducar” a religiosos, intelectuales y homosexuales.
Prats, aunque no fue internado en las UMAP, fue apartado del circuito literario, obligado a sobrevivir en Holguín desempeñando trabajos menores y viviendo en condiciones precarias.
Mientras tanto, su amigo y contemporáneo Reinaldo Arenas sufría prisión, persecución y finalmente el exilio. Ambos compartieron no solo la pasión por la literatura, sino también la condena por su disidencia y su identidad sexual.
Esa marginación quedó retratada décadas después en el documental ‘Seres extravagantes’ (2004), del cineasta Manuel Zayas, que reconstruye la vida de Arenas.
En una escena memorable, Zayas entrevista a Prats en su humilde casa de Holguín. Mientras el poeta hablaba sobre ‘Antes que anochezca’, el libro autobiográfico de Arenas y sus recuerdos de la prisión de La Cabaña, el jefe de sector de la Policía irrumpió en la vivienda, exigiendo identificaciones al equipo de filmación.
La cámara lo registró todo. Ese instante, tan espontáneo como revelador, exhibió la persistencia del control estatal sobre Prats y sobre todos los creadores, incluso en pleno siglo XXI.
Que hoy la UNEAC celebre a Delfín Prats como “figura esencial” resulta, cuando menos, paradójico.
Durante años, la misma organización lo excluyó de sus publicaciones y lo borró de la memoria cultural oficial. Solo tras el deshielo cultural de finales de los ochenta, Prats fue “rehabilitado”, recibiendo el Premio de la Crítica Literaria en 1987 por ‘Para festejar el ascenso de Ícaro’. Pero su voz —íntima, melancólica, rebelde— ya se había convertido en un símbolo de resistencia silenciosa.
A sus 80 años, Prats encarna la historia de muchos escritores cubanos: talento y dignidad enfrentados a la censura y al olvido. Su vida demuestra que la poesía puede sobrevivir al miedo, al silencio y a los esbirros de una dictadura. Que el poeta, aun desde la pobreza, sigue siendo libre.
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