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Comandante Miguel Díaz-Canel, ¡ordene!

Desaparecido biológicamente el comandante y desaparecido políticamente el hermano, ¿qué nos queda? Pues un presidente civil, que no ha disparado ni escopetas de perle ni exhibe cargo militar alguno, y que exhibe tanto carisma como un cactus. ¿Será el comandante o no será?

Cubanos saludando a Díaz-Canel © Prensa Latina
Cubanos saludando a Díaz-Canel Foto © Prensa Latina

Este artículo es de hace 5 años

Titón no debió morirse sin ver al Mandatario Miguel cruzar la angosta calle que separa el Teatro de Cienfuegos del Parque José Martí. Titón, un cineasta de humor mordaz y sarcasmo inclemente contra las burocracias, habría sabido qué hacer con la escena:

“¡Comandante!”, le gritan al Mandatario Miguel. Un teléfono filma la escena mientras en off se escuchan a dos mujeres casi coquetear con el presidente cubano al que llaman, por segunda vez, comandante. El pobre Miguel no sabe si voltear, si ignorar, si sonreír y requerir: ¿qué puede saber él de los límites o excesos del poder que le ha sido prestado, no conferido?

De hecho, la segunda ascensión al cargo de comandante -que no ostenta- llega en la escena como una especie de tirón de orejas contra otro entusiasta que, vaya irrespeto, osó llamar presidente al Comandante Miguel.

Comandante. Díganme si no es como para explotarse una apendicitis de risa. ¿Cómo se le explica al pueblo cubano que el hombre al que debe obedecer ahora no es ahora un Comandante, ni siquiera un General de Ejército? ¿Cómo se juega a la cordura en un país de absurdos como políticas de Estado?

¿Cómo se le explica al pueblo cubano que el hombre al que debe obedecer ahora no es ahora un Comandante, ni siquiera un General de Ejército? ¿Cómo se juega a la cordura en un país de absurdos como políticas de Estado?

Porque casi sesenta años de una dictadura familiar y militar generan escenas surrealistas como la acontecida en Cienfuegos, carne de burla y de tristeza: un pueblo cautivo que no sabe comportarse en sociedad. El pueblo cubano es una especie de primo inculto al que si llevas a un baile de aristocracia no sabrá cenar con cada cubierto dispuesto.

¿Qué cosa es un presidente en Cuba? Veamos: durante casi cincuenta años fue un matón de seis pies dos pulgadas de estatura, barba descuidada y sempiterna vestimenta militar. En los hombros llevaba el rombo rojinegro que recordaba a toda hora quién era el mandamás: el Comandante. No hacía falta más.

Después, durante una década, poco más, un presidente en Cuba fue un híbrido entre hermano enchufado al poder y ancianito de verbo tembloroso, pero nuevamente vestimenta militar. No le llamaban comandante, sobre todo, porque su hermano aún estaba vivo. Vegetante pero vivo. Y a él, a Raúl Castro, se le identificaba como el simple regente de la ínsula Barataria que el verdadero comandante aún conservaba en su puño de mil cerrojos.

Desaparecido biológicamente el comandante y desaparecido políticamente el hermano, ¿qué nos queda? Pues un presidente civil, que no ha disparado ni escopetas de perle ni exhibe cargo militar alguno, y que exhibe tanto carisma como un cactus. ¿Será el comandante o no será?

Nadie sabe. La prensa cubana aún no resuelve ciertos acertijos: ¿cuánta devoción es permisible demostrar por un presidente canoso y descafeinado que comete el inaudito error de no llevar en su carné de identidad el apellido Castro? ¿Deberá ser apenas el presidente, a efectos honorarios, en una tierra donde lo menos que se le llamaba al mandamás era Máximo Líder, o Líder Histórico?

Vaya conflicto encarna el gris Díaz-Canel, que desde su propio apellido con guión alto va sembrando confusiones y matices ambiguos allí por donde pasa. Para colmo, va con su esposa: nadie sabe si Miguel es Comandante y nadie sabe si Liz es Primera Dama. Ellos mismos no saben qué son, qué se creen, qué se sienten.

En Santiago de Cuba, otra muchedumbre enardecida no encontró mejor consigna para agasajar al mandatario Miguel que gritarle “¡Viva Fidel!” Otra vez, el presidente no supo qué responder.

Entonces así estamos en esta Cuba travestida de 2018 donde nadie sabe qué cosa es y qué cosa no. Los cubanos no saben si tienen presidente, general, comandante, regente, marioneta o representante del poder. Pongamos una existencial escena habanera: el mandatario Miguel en una esquina de la Plaza de la Revolución, el General Primer Secretario del PCC Raúl Castro en otra. ¿A dónde va el pueblo aguerrido a obedecer? Habría que comprobar. ¡Maldita confusión!

Si el propio presidente del país admite que las decisiones importantes seguirán dilucidándose con Raúl Castro, y que su programa de gobierno consiste en interpretar lo mejor posible las máximas de Fidel; si el propio dignatario no sabe qué responder cuando le endilgan un cargo militar que no le pertenece, y si todo en su body language invita al doblez, al oscurantismo y el desconcierto, ¿quién puede hacer que un pueblo habituado a repetir consignas sepa ahora mismo qué hacer?

Que por lo pronto alguien reviva a Titón y le dé un lente de cine, por el amor de Dios, antes de que los letreros de “Comandante Miguel, ¡ordene!” comiencen a erigirse como una erupción de risa por todas las carreteras de Cuba.

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Ernesto Morales

Periodista de CiberCuba


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