Un cubano que vive albergado en una precaria pensión de Uruguay junto a otra veintena de inmigrantes, desistió del sueño de hacerse de una mejor vida en el extranjero al morir en Cuba su esposa, de quien no se pudo despedir. Así lo recoge un desgarrador reportaje publicado esta semana por el periódico uruguayo El Observador.
Gustavo, nombre ficticio que dio el cubano para proteger su identidad, durmió varios días en las calles hasta que pudo conseguir cobija en una pensión al centro de Montevideo. Entre grietas y manchas de humedad, el isleño tiene a veces que comer en el piso y se le empeora su asma por la falta de ventanas y climatización.
Al igual que los casi 2.000 inmigrantes cubanos que solicitaron refugio en Uruguay durante los primeros meses de este año, Gustavo no tiene cédula de identidad y, por tanto, debe trabajar ilegalmente. Lo que le pagan no le alcanza para comprarse ropa ni un colchón, duerme sobre dos frazadas encima de un bastidor.
Con 35 años de edad, asegura que no llegó al país sureño por turismo ni por negocios: buscaba un futuro mejor para luego traer a su familia. En la pequeña habitación que consiguió, cuya puerta está remendada con bolsas de supermercado, guarda un crucifijo y una foto de su familia, a la que no ve desde hace más de un año.
Sus dos hijos se quedaron en Ciego de Ávila, y su esposa murió allá de cáncer de colon. No pudo darle el último adiós. Gustavo quiere volver, pero no ha juntado el dinero para hacerlo, aseguró entre lágrimas a El Observador.
La habitación no tiene ventana, al que no paga la cuota primero le cortan la luz y luego lo invitan a retirarse. "O duermo en la calle o pago la pensión", dijo al diario. Para volver a Cuba necesita 2.000 dólares, ya que aún está en calidad de refugiado y sólo puede volver sin pasar por la aduana.
Gustavo relató que, desde hace cuatro meses, acude todos los días al Ministerio de Relaciones Exteriores y el Estado uruguayo no le ha dado la documentación necesaria para salir de esa categoría.
Para llegar a Montevideo, el cubano primero voló a Guyana, donde no se requiere visado; y luego a San Pablo y Porto Alegre hasta que pisó suelo uruguayo en un ómnibus con destino a la ciudad de Rivera.
Ahora trabaja “en negro” en la cosecha de manzanas, pero no es algo estable, lo llaman solo si lo necesitan. Cuando suena su celular, sale corriendo porque puede tratarse de sus hijos desde una wifi en Cuba.
Como forma de pago, cuando no llega a recaudar el total de la cuota para pagar la pensión, deja manzanas para el uso común del centro y de esta manera salda una mínima parte de la mensualidad. Aunque casi todos los meses tiene el dinero para pagarla, prefiere ahorrar para regresar a Ciego de Ávila lo antes posible.
De enero a mayo de este año, cerca de 2.025 cubanos solicitaron refugio en Uruguay, un despunte significativo teniendo en cuenta que en 2015 fueron recibidas apenas 9 solicitudes, 370 en 2016 y fue en 2017 que la cifra se elevó abruptamente a 2.146, motivada por la eliminación de la política de “Pies secos, pies mojados”.
Un total de 3.980 cubanos de los 4.365 que solicitaron refugio entre 2015 y 2018 renunciaron a ese trámite, pero luego solicitaron la visa y acabaron regularizando su situación. De los 3980 solicitantes de visado, 2.770 fueron aprobados.
Además de historias de separación como la de Gustavo, se han reportado otras en las que los isleños son víctima de discriminación y violencia. La semana pasada, trascendió que al menos una veintena de cubanas eran obligadas a prostituirse en ese país, luego de ser llevadas con la promesa de contratos bien pagados.
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