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3 4 9, qué paso más chévere

En los años 60 y 70 la barbarie castrista contra intelectuales y artistas pasó desapercibida, pero el mundo actual no compra discursos averiados por mucho que algunos se empeñen en rasgarse las vestiduras coloniales y otras lindezas.

Artistas cubanos © Facebook / Diddier Santos Moleiro
Artistas cubanos Foto © Facebook / Diddier Santos Moleiro

Este artículo es de hace 5 años

El decreto 349 del presidente cubano, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, que ya ha provocado las primeras broncas con artistas y retenciones en unidades policiales confirma la ruina económica que asola a la Isla y la intención gubernamental de cobrar por intermediar en la compraventa de bienes culturales.

Nada nuevo bajo el sol. El Estado cubano sigue teniendo Derecho de tanteo en todas las transacciones comerciales que se realizan en la Isla y, pasado el embullo Obama, las arcas oficiales siguen anémicas, aunque intente disfrazar la medida represiva con la defensa del patrimonio cultural, los artistas, la decencia y toda esa retórica hueca que produce el tardocastrismo cuando se pone solemne.

Hasta hace poco, el Gobierno cubano se abstenía de interferir en las transacciones comerciales de los artistas para que tuvieran una válvula de escape y porque, al final, sabe que buena parte del flujo monetario que circula en la Isla va a parar, de una manera u otra, al Estado.

Mezclar la condena de la pornografía y otros males contemporáneos con el trabajo de artistas ya revela el contenido totalitario de la medida gubernamental, que pretende revertir espacios que habían ganado los creadores con la anuencia de Abel Prieto, que apeló al pragmatismo en su relación con la intelectualidad para ahorrar encontronazos estériles y la emigración de esa parte del talento cubano.

Los artistas, como cualquier otro ciudadano, deben estar sujetos a un régimen fiscal, que podría adoptar algunas modalidades específicas atendiendo a que la mayoría de los creadores depende de ingresos variados, no siempre fijos, que generan con su arte; pero el Gobierno cubano pretende meter la mano en el bolsillo de músicos callejeros, pintores, productores audiovisuales, etcétera, etc.

Y de paso, se asegura un filtro político para premiar o castigar al artista, haciéndolo pasar por un mecanismo empresarial que cobra por la supuesta protección y queda responsabilizado de gestionar un concierto, exposición, que ahora se venía gestionando de manera directa entre creadores y promotores de espacios o administradores de establecimientos en zonas turísticas.

El miedo es libre y, en el caso del tardocastrismo comienza a ser parálisis que, con sus excesos regulatorios, genera la adopción de mecanismos para burlarlos y provoca hastío y rechazo en funcionarios y artistas que han ido sobremuriendo con su trabajo de cara al turista.

Que las instituciones oficiales no alquilen o cedan espacios a creadores independientes que no suscriben la cantaleta de Baraguá es asumible en un Estado totalitario y cobarde; pero no debe impedir a los artistas no castristas exponer su arte y que sea el público quien juzgue y compre o rechace el producto.

¿Qué sentido tiene reprimir un concierto de jóvenes artistas ofreciendo una imagen obsoleta al mundo?, cuando por otra parte se pregona que Cuba asume cambios para ser una nación democrática, próspera y sostenible.

El tardocastrismo es una máquina formidable de construir ídolos reprimiendo absurdamente a creadores con una obra incipiente que, aunque sea prometedora, no implica el éxito inmediato o futuro; pero que consigue simpatía y apoyo inmediato entre propios y extraños por la desproporción en la represión.

Aquel síndrome de Habana, PM parece resucitado con el decreto 349, innecesario, erróneo, carente de futuro y costoso política, cultural y económicamente; con lo fácil que lo tendrían advirtiendo de que los dólares solo serán para los artistas revolucionarios, sin revelar el temor que los dólares quizá no alcancen para todos los elegidos.

Si en los años 60 y 70 la barbarie castrista contra intelectuales y artistas pasó desapercibida porque la progresía e intelectualidad mundial compró la magia de los barbudos conquistando el cielo; el mundo actual no compra discursos averiados por mucho que algunos se empeñen en rasgarse las vestiduras coloniales y otras lindezas.

Cuba tiene condiciones y capital humano para ser una potencia cultural que genere ingresos para el Estado y los creadores, incluidos los artistas que no son castristas. Los valores estéticos ya están a salvo del compromiso ideológico que tanto dañó el siglo XX mundial y cubano.

Los burócratas encargados de vigilar a los creadores estarían mejor en sus casas o en una actividad productiva y las oficinas de la censura cerradas a cal y canto, evitando que gasten agua, luz, teléfono y que sus vigilantes roben papel, bolígrafos y demás artículos; mientras reafirman su compromiso con la revolución y la patria.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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