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Odiar presidentes, amar tiranos

Todos y cada uno de estos oprobios en contra de los presidentes democráticos de USA, sean demócratas o republicanos, son compensados con la canción de amor de la política exterior norteamericana

La Casa Blanca Foto © Flickr

Este artículo es de hace 5 años

Kennedy tuvo su Dallas y Nixon tuvo su Watergate.

Después, cuando Jimmy Carter prohibió el uso de fondos federales para abortar bebés, las feministas norteamericanas le dijeron hasta del mal que se iba a morir. Aunque todavía no se ha muerto, por cierto: el manisero de Georgia se ha negado a cantar El Manisero hasta el día de hoy. Su administración, por otros motivos, recibió casi un millón de cartas de protestas dirigidas al Congreso y al IRS. Por último, hubo hasta quien lo acusó de ser “el mejor presidente republicano desde Herbert Hoover”, siendo en realidad un convencido del Partido Demócrata.

De Ronald Reagan es mejor ni hablar. Dicen que salió de la Casa Blanca con más popularidad que cuando llegó. Pero ya desde que era gobernador en California le decían “bufón”, “hipócrita”, “extremista”, “inhumano”, “racista”, “enemigo público”, “anti-intelectual”, “guerrerista”, y un democratiquísimo etcétera. Recibió muchas amenazas de muerte (él y su esposa Nancy), hasta que en 1981 por fin se decidieron a matarlos en un atentado, que por suerte o por milagro no resultó.

A Bush padre y a Bush hijo ya no hizo falta mucho esfuerzo para denigrarlos al por mayor. Ambos fueron acusados de ser un par corruptos que cambiaron “sangre por petróleo” en las guerras de Irak. Y se les echó en cara ser parte de la dinastía blanca del establishment norteamericano, porque tener familia blanca y no renunciar a ella hace mucho que en los Estados Unidos constituye un pecado de lesa inhumanidad. Como tener un negocio y no dejarlo arruinar. Como negarse a depender del Estado.

Por supuesto, a William Clinton una querida le succionó el pene en plena mesa presidencial. Su familia ha vivido rodeada de escándalos financieros, pero de todos los Clintons han logrado salir indemnes, gracias a escándalos financieros aún mayores que quedaron sin destapar.

Ya sabemos que a Barack Obama se le dijo que había nacido en otro país y que era practicante de la religión islámica (como al parecer lo demuestra su propio nombre). Tanto él como su esposa Michelle fueron representados hasta la saciedad como primates (a ella se le acusó de travesti y a él de homosexual tapado), tal como puede comprobarse todavía al googlear las palabras “Obama” y “monkey”. Igualmente se le comparó con un Hitler mediático que, para colmo, enviaba sus mensajes diabólicos descifrables sólo si los videos de sus discursos son reproducidos al revés, donde Yes-We-Can se oye entonces como Thank-You-Satan.

Y de Donald Trump, ya sabemos, ni siquiera le han reconocido que ganó agresivamente las elecciones de noviembre de 2016. El tipo es tildado limpiamente de dictador, lo mismo en los medios que en la academia. Sus oponentes, incluso congresistas, han llamado a un boicot anti-constitucional contra todo el que trabaje para su administración. El país se le ha declarado, pues, en resistencia incivil. La izquierda simplemente se siente humillada por el millonario y no quieren que el presidente termine su presidencia, por lo que hablan de impeachment como la misma ansiedad como si de darle un golpe de Estado se tratara (ya que Trump, a su vez, les ha dado el primer golpe de Estado desde 1776).

Sin embargo, todos y cada uno de estos oprobios en contra de los presidentes democráticos de USA, sean demócratas o republicanos, son compensados con la canción de amor de la política exterior norteamericana, cuyo mayor héroe histórico sigue siendo, por supuesto, nuestro invicto comandante en jefe insular.

Hay algo edípico o estúpido en esta sumisión del mejor ante los pies (y las patadas) del peor. De manera que, en lugar de mandar misiles a cada sátrapa socialista del hemisferio, hoy Washington ha dejado indecentemente que sea La Habana quien dicte las políticas de nuestra región.

Eso es lo único que reconcilia la rabia interna que ha rajado el tejido social de USA: la tontería eterna con que, desde los que queda de Estados Unidos, unos y otros justifican la existencia de los tiranos totalitarios en el resto del planeta. Y más que eso: hasta allá van a hacerse selfies con ellos, como si de trofeos de caza se tratara. Como si los estuviesen invitando, de no ser mucha molestia, a venir a poner un poquito de orden al gran caos de la demacrada y decadente democracia norteamericana.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Orlando Luis Pardo Lazo

Escritor y bloguero de La Habana. Actualmente realiza un doctorado en Literatura en Saint Louis, Missouri, EUA.


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