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No es Donald Trump: los cubanos están deportando a los cubanos

La Administración Trump está deportando cubanos a un ritmo de récord. La Administración no es resposable de esto: los cubanos lo son.

Trump firma un documento tras anunciar su política hacia Cuba en La Pequeña Habana en Miami © REUTERS/Joe Skipper
Trump firma un documento tras anunciar su política hacia Cuba en La Pequeña Habana en Miami Foto © REUTERS/Joe Skipper

Este artículo es de hace 5 años

El sobrino más querido de un residente de South Miami está a punto de ser deportado de vuelta a su barrio en Rancho Boyeros, La Habana. A su barrio, no a su casa. Ya no tiene casa. La vendió para pagarse cama, alimento y transporte durante meses enteros entre Colombia y la frontera mexicana, por donde cruzó a los Estados Unidos.

Su tío, que me pide discreción con los nombres, solo alcanza a rezar en South Miami, pedirle a su adorado San Judas Tadeo que obre el milagro: que no le deporten a su sobrino, que le entreguen un parole, una fianza, un salvoconducto de misericordia con el cual salir de una cárcel de Louisiana y llegar al sur de Florida donde, presume, todo será más fácil y llevadero.

Ese tío noble y devoto lleva adentro una carga: “Yo voté por Trump. Yo pensé que los cubanos tendríamos otro aliado. Pero me equivoqué”. Lo confiesa con una amargura demasiado parecida al arrepentimiento.

Se equivocó. Él, como tantos otros cubanos, votaron con el corazón antes que con el cerebro. Dieron a Donald Trump un voto de castigo contra Barack Obama, el culpable del Pecado Original: el ahogamiento de “Pies secos, pies mojados”.

Lo que no calcularon bien ni él ni los miles de cubanoamericanos residentes en Miami que esperaban acá a sus familiares, es que estaban favoreciendo en las urnas a una administración cuya esencia, cuya matriz ideológica, era precisamente evitar esas y otras llegadas. Siendo más exactos: evitar todas las llegadas posibles. He ahí la naturaleza de “America First”.

Porque lo que ocurre hoy con los cubanos emigrantes, la hostilidad indisimulada que están encontrando en los centros de detención para indocumentados, no es casual. La ferocidad con que fiscales y jueces de inmigración están procesando sus casos, imposibilitándoles incluso demostrar sus peticiones de asilo basadas en persecuciones políticas, tiene una finalidad expresa: lanzar el mensaje de que “the good old times” ya son historia.

Cuando la comunidad cubana respaldó mayoritariamente a Donald Trump y su agenda antiinmigrantes, cuando aplaudió enloquecidamente su demonización de todo indocumentado que cruzara la frontera, esa misma comunidad cubana incurrió en un error estratégico: no notaron que para Donald Trump, como para Jeff Sessions, poco importa si la geografía les decía lo contrario, para ellos todos los hispanos somos mexicans. Y ya sabemos lo que piensa Donald Trump de los mexicans. “Algunos buenos habrá”, como diría el aún candidato desde su Trump Tower.

Los mismos familiares que firmaron por el magnate inmobiliario y que le han defendido con uñas y dientes lloran hoy la encarcelación y deportación de los suyos. Y son responsables de una política de inclemencia a favor de la cual, que nadie les diga que no, votaron soberanamente en noviembre de 2016.

Bajo la Administración Trump las deportaciones de cubanos se han disparado a niveles nunca vistos. Según abogados de inmigración con sedes en Miami, si bien antes de 2017 Cuba aceptaba como mucho 5 deportados cada mes, las negociaciones secretas de la Administración Trump con La Habana han elevado ese listón hasta los 30 ó 40 deportados por mes. Según las cifras más recientes ofrecidas por el ICE (Immigration and Custom Enforcement), solamente entre octubre de 2017 y mayo de este 2018, 271 cubanos han sido devueltos a la isla caribeña. El aumento es exponencial y constante.

Es lo que querían los cubanos republicanos de Miami. ¿Verdad? De eso se trataba. Esa es la traducción resultante del 54% de cubanos que dieron su voto a Donald Trump por sobre el 41% para Hillary Clinton. Para el propio presidente Trump, tan dado a usar sus propias cifras aunque no vengan a cuento o aunque carezcan de fundamento, el apoyo fue todavía más avasallador. En su famosa conversación con Enrique Peña Nieto de enero de 2017 puede escucharse al presidente alardeando de haber ganado Florida con un 84% de voto cubano. Él entendió lo que debía hacer.

Y lo que debió hacer es cerrar aún más la compuerta. Si Barack Obama escuchó los reclamos indirectos del senador Rubio y de los congresistas cubanoamericanos, que deslizaron durante años el sospechoso malestar de cierto sector del exilio cubano con los beneficios a los cubanos recién llegados, Donald Trump puso la losa final. Tolerancia cero, también para los cubanos.

El tío de South Miami que sufre a su sobrino preso en Pine Prairie, Louisiana, habla de su voto presidencial con dolor. “Yo pensaba que este presidente iba a reinstalar Pies Secos, Pies Mojados. Y en lugar de eso ahora hasta niegan las solicitudes de asilo porque no hay un Castro gobernando la isla. Decepción total”.

Su sobrino será deportado casi con total seguridad. Él, en su exilio de oraciones y tristeza, acaba de aprender la peligrosa responsabilidad del voto electoral.

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Ernesto Morales

Periodista de CiberCuba


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