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Tres misterios de la Crisis de Octubre que persisten 56 años después

¿Cuándo se percató Castro de que otras 100 armas tácticas de disuasión atómica fueron evacuadas junto con los misiles R.12 y R-14, tras comprobar Mikoyan que el líder cubano carecía de la madurez suficiente para disponer de aquel arsenal?

Fidel Castro, durante la crisis de los misiles. © Archivo / Granma
Fidel Castro, durante la crisis de los misiles. Foto © Archivo / Granma

Este artículo es de hace 5 años

El viejo Fernández aún recuerda aquella noche de 1962 que se fue la luz en toda Sagua la Grande. Él salió a la calle para comprobar el alcance de la oscuridad, mientras su mujer prendía una chismosa, pero entonces empezaron a pasar camiones con unos tubos largos y tapados.

Raciel había ido a darle una vuelta a los animales que pastaban en una vega cercana a San Cristóbal y, tras rellenar los bebederos, emprendió el camino de regreso a casa, pero tomando un atajo casi en desuso que lo llevó hasta unas tiendas de campañas verde oliva y maquinaria pesada.

Nina conserva fotos de jefes militares cubanos con ojeras y frentes surcadas por la preocupación. Ella dice que no sintió miedo y puede que así haya sido porque su cara en las fotos está llena con su sonrisa de joven traductora, llegada a La Habana en 1960, donde se quedó prendada por la abundancia que encontró en la Isla y por un joven aviador con el que luego tuvo dos hijos.

“Sanjurjo” creó una pequeña pero eficiente red CIA en la Isla que obtuvo dos datos estremecedores para Langley: los cubanos llevaban meses haciendo obras en sitios apartados, donde los rusos dirigían los trabajos, y largos camiones, llamados zorras, trasegaban tubos zangandongos, siempre de noche.

Fernández no supo –hasta meses después- que el apagón provocado eran para proteger de miradas indiscretas parte de los cohetes con ojivas nucleares que los soviéticos desplegaron en Cuba para contrarrestar la amenaza que significaban parecidos misiles norteamericanos emplazados en Turquía, apuntando a Moscú.

Raciel se limitó a avisar a su contacto en Artemisa que rusos y cubanos estaban haciendo obras en un sitio intrincado de San Cristóbal y que se hablaba de que construirían un pueblo nuevo, que luego se llamó López Peña y donde ahora funciona una pujante valla de gallos. El contacto de Raciel en Artemisa avisó a su jefe, “Sanjurjo”.

Nina se limitó a traducir y a guardar los secretos hasta que muera porque reside en su casa del Náutico, donde funcionó una de las mejores tiendas de picadillo en la incesante bolsa negra habanera, pero solo habla de sus hijos emigrados en USA y de su marido con las piernas llenas de varices, como ocurre con la mayoría de los pilotos que se jubilan tras muchos años de servicio.

Cuando escucha lo de Crisis de Octubre, achica los ojos y suelta: los cubanos son únicos, llaman al momento en que pudieron desaparecer como el mes en que ocurrió, como si pudieran permitirse una crisis en cada estación, aunque también es verdad que llevan toda la vida en crisis, pero yo no voy a contar nada porque ya no me acuerdo. Y saca las fotos, en las que ella aparece rodeada de barbudos, ofrece ron o vodka y a otra cosa mariposa.

“Sanjurjo” murió hace algunos años en su casa habanera. Tras los acuerdos entre el Kremlin y la Casa Blanca, que tanto encabronaron a Fidel Castro, fue a la cárcel, se acogió a un plan de rehabilitación, vio partir a su mujer e hijos a USA y, cuando lo liberaron estaba viejo para emigrar y joven para hacerse revolucionario, así que se quedó en tierra de nadie.

El CDR de su cuadra desconfiaba de él y lo mantenía vigilado, mientras que los gusanos del barrio evitaban a “Sanjurjo” porque lo creían agente del G-2, que nunca pudo reclutarlo porque aquel experto contador público tenía claro que el comunismo era el fin de Cuba y así lo hacía saber en cada interrogatorio.

El agente CIA, que se definía como antibatistiano y anticomunista, ganó el respeto de la mayoría en prisión y entre sus adversarios de la Contrainteligencia cubana, ante la que protegió a los miembros de su red, de los que no dijo una palabra, como atestiguaba Raciel en su finca cercana a Miami, adonde llegó en 1980 por el Mariel y sin que el G-2 hubiera detectado su pertenencia a la red creada por “Sanjurjo”.

La historia de estos hombres y mujer, y la de muchos otros, ha quedado sepultada por la magnitud de la crisis del otoño de 1962, cuando soviéticos y norteamericanos comprendieron que podían destruir el mundo y, desde entonces, apostaron por resolver todos los conflictos por la vía del diálogo, sin entrometerse en las esferas de influencias mutuas, que siguen desorganizadas desde el fin de la Guerra Fría.

Cuba se sintió humillada, pero ganó a cambio el blindaje que confería el compromiso norteamericano de que nunca invadiría la Isla, aunque intentaría destruir al castrismo mediante la asfixia económica y apoyó varios planes de atentados contra Fidel Castro, que apostó duro en el tablero internacional y aprendió varias lecciones en aquel otoño que pudo ser trágico en el Caribe y para el mundo.

Castro venía de una buena negociación con USA para intercambiar los presos de la fallida invasión de Bahía de Cochinos por medicinas y alimentos, pero no supo calcular el peso real de una pequeña Isla en medio de dos superpotencias, con la enemiga a 180 kilómetros de sus costas y la amiga interesada a 9.950 kilómetros.

En el plano interno, la revolución reafirmó su legitimación popular, pues la mayoría de los cubanos estuvo dispuesta a morir en aquel invierno nuclear; pero se abrió una brecha política entre Castro y Ernesto Guevara, que veía en los soviéticos a otro imperialismo y así lo hizo saber públicamente, complicándole el juego a su entonces jefe, del que se alejó definitivamente en 1966.

La prematura y trágica muerte de Kennedy frustró los intentos de deshielo entre La Habana y Washington. De hecho, el magnicidio de Dallas sorprende a Castro conversando en Varadero con el periodista francés Jean Daniels, enviado especial del presidente norteamericano.

Ya en los 90, Castro y McNamara, secretario de Defensa de la administración Kennedy, protagonizaron una ronda trilateral en La Habana sobre la Crisis de los Misiles, en la que soviéticos, cubanos y norteamericanos intercambiaron informaciones, recuerdos y desclasificaron selectivamente documentos, pero sin aclarar tres de los misterios que persisten 56 años después:

¿Quién asumió en la CIA la responsabilidad de ignorar el mensaje secreto de su agente “Sanjurjo” en la Isla, que en julio de 1962 alertó de la instalación de los cohetes, tras recibir la infidencia de un miembro de su red en San Cristóbal, Pinar del Río?

¿Los cohetes soviéticos instalados en Cuba estaban provistos de sus ojivas nucleares, o el Kremlin prefirió instalar los tubos sin cabezas atómicas?

¿Cuándo se percató Castro de que otras 100 armas tácticas de disuasión atómica fueron evacuadas junto con los misiles R.12 y R-14?, tras comprobar Mikoyan que el líder cubano carecía de la madurez suficiente para disponer de aquel arsenal?

En aquellos días, Langley circuló un Memorándum recibido desde su centro en La Habana felicitándose por el desaire que los soviéticos habrían propinado a Raúl Castro en una reciente visita a Moscú y aireando los encontronazos entre los viejos pericos del PSP y Fidel Castro y demás miembros del 26 de Julio y del Directorio Revolucionario, pero ocultó deliberadamente la alerta de “Sanjurjo”.

Como es habitual en Cuba y como acaba de ocurrir con un plante de chusmería de ¿diplomáticos? cubanos en la ONU, la desmesurada emocionalidad cubana se dejó sentir aquellos días al grito de "Nikita, mariquita, lo que se da no se quita". Algarabía que no sirvió para nada, pues Castro tuvo que tragarse su orgullo y pactar con los soviéticos, menoscabando aún más la independencia nacional, al tener que acoger una brigada soviética en suelo cubano y permitir la estación de espionaje electrónico de Lourdes, al sur de La Habana.

Ya Cuba tenía un tajo en su soberanía, con la ocupación norteamericana de la Base Naval de Guantánamo, que persiste hasta la actualidad, pero el castrismo melancólico tuvo que tragar con los dictados del Kremlin, aunque siguió cacareando que era el único territorio libre en América y con una invasión yanqui que nunca llegó hasta que la apuesta Obama los llenó de miedo.

Con Trump han recuperado los reflejos de boxeador puchindró que siempre han animado la oralidad insular, pese a que ya no cuentan con aquella legitimidad popular de inmolación y sacrificio. Los cubanos ahora se conmueven con los “cohetes” de cuatro ruedas que ven en el “paquete” y a través de las antenas satélites camufladas que, desde la Isla, apuntan al Norte.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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