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“Hemos tenido casos de abuelos a los que la ayuda les llega después de fallecer”

“Cuando llegas a una vivienda donde hay un abuelito solo y lo quieres incorporar a un comedor, no puedes hacerlo si él tiene condiciones para cocinar. Esto pasa por una comisión en la que participamos, pero no tenemos la última palabra. Y al final somos nosotras las que damos la cara a la comunidad, es por eso que cuando vienen pidiendo respuestas a sus problemas y no podemos dárselas piensan que no estamos haciendo nada.

Un anciano camina por las calles de Regla © CiberCuba
Un anciano camina por las calles de Regla Foto © CiberCuba

Este artículo es de hace 5 años

Casi 19 años después del surgimiento del Programa Nacional de Trabajadores Sociales en Cuba ya nadie habla de aquella suerte de ejército juvenil al que Fidel Castro le encomendó ejecutar una buena parte de sus últimas obsesiones como presidente.

Aún sin reconocerlo como un fiasco el gobierno decidió disolver aquel programa del Comandante, y de la noche a la mañana se les recortaron las prebendas a los “médicos del alma”, se cerraron las escuelas, y por supuesto dejaron de ocupar titulares en la prensa oficial.

Ya sin el acostumbrado tutelaje el ejército se desperdigó, muchos se fueron a sectores mejor remunerados o sencillamente emigraron del país, y solo una parte insignificante de ellos se mantuvo vinculada al Departamento de Prevención y Asistencia del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social. Pero, ¿cuántos? ¿qué hacen? y ¿en qué circunstancias?

El pasado 16 de noviembre el periódico Guerrillero, publicó un reportaje titulado Asignaturas pendientes referido al actual desempeño de los trabajadores sociales en la ciudad de Pinar del Río. Según el rotativo, estos jóvenes que promedian los 25 años de edad atienden unas 600 familias vueltabajeras con situaciones críticas.

“Caracterizamos las problemáticas socioeconómicas que tiene el núcleo y dejamos constancia de esto en un expediente, y un posible procedimiento para su protección” explicó Leanys Fernández Esquijarosa, una de las entrevistadas.

Sin embargo, algunas colegas suyas como Ailyn Ceballo Santana, explican cuán dificultoso puede llegar a ser el trabajo que realizan, toda vez que no disponen de medios efectivos para ayudar a los más necesitados:

“Nosotras trabajamos con una planilla de lo socioeconómico que contiene, desglosados, los gastos del hogar: combustible, corriente, agua y medicina, entre otros, a cubrirse con una pensión ordinaria de 147 pesos si la persona vive sola, 158 si son dos, 167 para tres y así hasta 190, que es la cantidad máxima que se otorga. Esto es solo para los hogares que no disponen de un ingreso monetario”, explica la joven quien reconoce que "no se contempla si se les acabaron los zapatos, si tienen que bañarse o se les rompe un equipo electrodoméstico u otras cuestiones básicas que no pueden resolverse con ese dinero”.

Por su parte Maibel Pimentel, quien se desempeña en el reparto pinareño Hermanos Cruz argumenta que existe mucho burocratismo y sinsentidos en su trabajo:

“Cuando llegas a una vivienda donde hay un abuelito solo y lo quieres incorporar a un comedor, no puedes hacerlo si él tiene condiciones para cocinar. Esto pasa por una comisión en la que participamos, pero no tenemos la última palabra. Y al final somos nosotras las que damos la cara a la comunidad, es por eso que cuando vienen pidiendo respuestas a sus problemas y no podemos dárselas piensan que no estamos haciendo nada.

“Hemos tenido casos de abuelos a los que la ayuda les llega después de fallecer, por lo enrevesado del trámite”, concluye la entrevistada.

Según se recuerda en el reportaje desde 2008, con la Ley 105 de Seguridad Social, las madres cuidadoras dejaron de percibir el pago de sus salarios íntegros cuando debían dedicarse por completo al cuidado de sus hijos. El rotativo presentó el caso de Ana Isis Cuní, con dos pequeños, uno enfermo de leucemia y otro con malformación craneal y rasgos de Sicklemia.

Si bien la pensión que le asignan equivale solo a 7 CUC mensuales, la madre agradece que su hijo no haya dejado de recibir clases a pesar de no poder ir a la escuela, y que su familia ahora tenga un techo, pues antes vivían en un almacén abandonado: “Hace tres años nos ayudaron además con colchones y algunas sábanas, pero como ven, nuestra situación es compleja y con una pensión de 175 pesos está difícil mantenernos”, explicó la entrevistada al semanario pinareño.

“Me resolvieron unos zapatos para los muchachos, pero no pudieron usarlos, pues eran demasiado grandes. A veces me han cortado la luz porque no tengo con qué pagarla, y los electrodomésticos con que cocino son prestados. No quiero lujos, ni dejo de reconocer el valor de la ayuda que me han dado y los cuidados de la trabajadora social, solo precisamos un poco más de atención”, reflexiona la madre.

A decir del semanario pinareño la situación es igual de compleja para los trabajadores sociales, pues deben asumir su función cuando “las condiciones de trabajo no son las más idóneas.”

“Antes de que el Programa cerrara, los que eran licenciados devengaban más de 500 pesos, pero ahora el salario para todos los TS es de 385, pues la plaza que ocupan es de técnico medio. No tienen almuerzo y desapareció también el estipendio de 140 pesos para la dieta. Cuando salen es sin transporte, no tienen materiales, libretas, lapiceros…”, explica Merlys Gort, subdirectora de Prevención, Asistencia y Trabajo Social en la dirección municipal de Trabajo en Pinar del Río.

Como sucediera con la Universidad de Ciencias informáticas (UCI), las Escuelas de Instructores de Arte (EIA), o las Sedes Universitarias Municipales (SUM), los trabajadores sociales también estuvieron de moda. Motivaron discursos, ocuparon titulares, tuvieron su momento de gloria. Pero quizás ninguna otra iniciativa del Comandante cayó tan rápido en el descrédito y el olvido. La situación por la que hoy atraviesan era impensable hace algunos años atrás.

A partir del año 2000 cada provincia cubana dispuso de una de aquellas flamantes escuelas que superaban en infraestructura y condiciones materiales a las de cualquier otro sistema de enseñanza en la isla. Los jóvenes —muchos de los cuales provenían de contextos sociales y familiares complejos— fueron meticulosamente provistos de avituallamiento, dispositivos tecnológicos, alimentos y estipendios; bienes que eran añorados por cualquier estudiante universitario o de una escuela militar cubana.

Aunque enseguida el discurso oficial los reconoció como los “médicos del alma”, más allá de desempeñar un rol asistencialista o educativo hacia la consecución de la equidad y la justicia social, desde el gobierno se les encargaron tareas puntuales, sobre todo dentro del programa de la Revolución Energética que Fidel ideó. De momento se convirtieron en distribuidores y controladores del combustible en las gasolineras cubanas o a bordo de un vehículo estatal; y también fueron quienes ejecutaron el cambio de equipos electrodomésticos en cada hogar del país.

Pero desde esos mismos días la reputación del programa comenzó a deteriorarse, y lo que en proyecciones fue una idea noble, enseguida malogró. Aquellos jóvenes se vieron con tantos recursos en sus manos que una buena parte de ellos comenzó a lucrar y enseguida el pueblo los identificó más como mercaderes que como sanadores del alma.

Hoy el desempeño de los trabajadores sociales cubanos es tan limitado como desconocido por el pueblo, tal y como reveló el sondeo realizado por el semanario pinareño.

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