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Cuando Cuba despertó, las familias separadas seguían allí

Los primeros cubanos que huyeron de la barbarie barbuda que irrumpió en 1959 no pudieron regresar a las casas que dejaron

Familia en el aeropuerto de La Habana © CiberCuba
Familia en el aeropuerto de La Habana Foto © CiberCuba

Este artículo es de hace 5 años

Suelo tener un “pequeño” problema con ese frecuente ejercicio que consiste en igualar los extremismos cubanos de las dos orillas. Un ejercicio trillado, de tan recurrido, y que pretende, en nombre de un sospechoso llamado a la tolerancia, la concordia y el olvido, poner en la misma balanza a los radicales de ambos bandos: castristas furibundos y anticastristas furibundos.

El último en sumarse al ruedo de la equivalencia es el actor Luis Alberto García, por quien no oculto mi admiración y simpatía a prueba de balas, pero con quien me permito diferir esta vez en nombre de la pluralidad de pensamiento que, estoy seguro, defiende él tanto como yo.

Luis Alberto ha arremetido contra “los que añejan rencores”, según su encendido post de Facebook, culpando indisimuladamente al sector duro del exilio cubano de provocar la derogación de visas de 5 años anunciada por la Administración Trump el viernes último. Luego de que algunas voces conocidas de la comunidad de Miami respondieran a su trueno inculpatorio, Luis Alberto ha zanjado el asunto diciendo que no discute con extremistas de ningún bando, y que básicamente ambos bandos son el mismo producto: heces.

El problemilla que suelo tener con este lugar común que es denigrar por igual a los ortodoxos de las dos orillas, a los que no admiten diálogos ni cortapisas ni medias tintas, es que esconde una trampa: otorga el mismo valor simbólico al odio de la victima que al odio del victimario. Les confiere a ambos odios la misma catadura moral. Los desprecia por igual. Y en esta partida de ajedrez no hay bribonada más imperdonable que mezclar -aunque sea por descuido o ligereza de análisis- en el mismo saco a quien puso la sangre que a quien puso el revólver.

Porque ningún extremismo suele ser saludable, es verdad. Pero no es lo mismo llegar al extremismo desde el dolor que desde la maldad. Ser extremista cuando pones el muerto se parece más a un imperativo que a una opción: sufres tanto que no consigues no serlo. Ser extremista cuando pones el verdugo, o cuando tú mismo eres el verdugo, o cuando eres el que amenizó la plaza donde guillotina el verdugo, o donde se golpea a mujeres y hombres pacíficos; ahí ser extremista es una declaración de principios. Principios de mierda, Luis Alberto querido. Aquí ni la elegancia de las heces queda bien.

No es lo mismo el odio del desterrador que el dolor del desterrado.

Cuando Cuba, en un acto de teatro bufo que daría risa si no se ensayara sobre tantos cadáveres, publica su lacrimógena declaración contra la medida migratoria estadounidense, nos está recordando uno de los fundamentos esenciales de la Revolución Cubana, ese proceso fanático que comienza ya a parecerse demasiado a la eternidad. Su hipocresía sin límites. Que el reggaetón le done solidariamente una de sus frases más folklóricas: “Estás a la cara, papi”. Están, quién diablos lo duda, a la cara.

Porque aparecerse en pleno 2019 con un discursito de MinRex descafeinado, hablando de rechazos a la drástica reducción sufrida por las visas B2 (de 5 años a tres meses, y con una sola entrada), en nombre del “derecho de los ciudadanos cubanos de visitar a sus familiares” en Estados Unidos, y de los “altos costos económicos a los viajes familiares” es de una desfachatez tal que no admite equivalencias. Admite muy pocas relatividades.

Si lo primero que te viene a la mente luego de leer a los “desterradores en jefes” condenando la reducción del alcance de ciertas visas, es culpar a los desterrados, tienes un mosqueante problema de análisis o de escrúpulos. Que te faltan, vamos. En honor a ese cariño ya confesado, quiero afirmar que fue la mirilla de francotirador la que le falló a Nicanor esta vez.

¿Así que las culpas recaen en los que se han muerto de nostalgias, o los que se morirán mañana o la semana que viene soñando cada madrugada que desandan los callejones de Cienfuegos o de Matanzas donde están enterrados sus muertos, a los que no pudieron sepultar? A ver si entiendo bien: los castigados por disentir, los torturados por la nostalgia, las víctimas de decretos y prohibiciones, los médicos con sus ocho años a cuestas, los balseros con sus pasaportes deshabilitados, los músicos prohibidos, los periodistas difamados, todos deberían pedir perdón porque Estados Unidos decida limitar la impunidad migratoria de que ha gozado La Habana en demasiados años y restrinja un poco, solo un poco, los tiempos y entradas a la casa del enemigo.

Es flipante. Es un descaro imbatible en un concurso de descaros. Como cierto dinosaurio celebérrimo, cuando Cuba despertó las familias separadas todavía seguían allí.

Los primeros cubanos que huyeron de la barbarie barbuda que irrumpió en 1959 no pudieron regresar a las casas que dejaron, según ellos temporalmente, jamás. Los primeros vuelos de cubanos cruzando el Estrecho de la Florida en sentido contrario a lo habitual, de norte a sur, no llegaron sino hasta 1977 y solo aquellos que mantuvieron un perfil bajo o inexistente, los que huyeron sin pronunciamientos, pudieron aprovechar la frágil luna de miel entre Jimmy Carter y Fidel Castro. Cuba filtraba con lupa a quiénes aliviaba el destierro y a quiénes no. Pero hoy, en nombre de las mismas familias que castigó sin piedad, se rasga las vestiduras porque una Visa pierde opciones y alcance.

La misma pandilla que hizo histórico el dolor de Celia Cruz separada en vida y en muerte de su madre, y que ha condenado a generaciones enteras a no poder lanzar flores en los féretros de sus muertos, que ha obligado a una legión de hijos a crecer sin sus padres por más que estos se encuentren a cincuenta minutos de vuelo en avión, es la que hoy pretende erigirse en defensora de los derechos familiares.

El mismo gobierno que firma la declaración de rechazo ha abusado sin misericordia alguna de miles de balseros cuyo único pecado fue escapar. Las historias de madres esperando fuera de los aeropuertos a cubanos retenidos en salones de espera, devueltos en los mismos aviones que llegaron, nos darían para un catálogo del horror. Hace solo un mes ese mismo gobierno impidió la entrada al puerto de La Habana a un crucero proveniente de Miami, solo porque a bordo llevaba médicos con castigos vigentes de ocho años, y sus familias aguardaban en tierra cubana para reencontrarse con ellos sobre la embarcación.

Pero el freno ha sido tanto para volver como para salir. Décadas de permiso de salida administrado como chantaje y condena, de prohibiciones si el solicitante pertenecía al PCC; décadas de negativas si estudiaba en el sector de la salud, o si su condición de activista por los Derechos Humanos le habían convertido en enemigo del sistema. Para todos esos no importaban sus condiciones de hermanos, de hijos, de familiares que aguardaban al otro lado del cerco. Ahí no había declaración lacrimógena ni nadie que alzara la voz.

Como epílogo a la comedia de miserias que desde el viernes ha representado La Habana en este tema de visados (que no destierros) el mismo presidente fantoche que nos llamó “mal nacidos por error” se exhibe ahora como campeón de nuestros derechos al reencuentro y el amor familiar. En su tweet resumen de la, ay, escalada agresiva contra la Revolución Cubana, Miguel “Puesto a Dedo” Díaz-Canel refiere “la decisión de obstaculizar los viajes de ciudadanos cubanos”, así en general, sin precisar siquiera el destino geográfico de esos viajes. No solo una esperpéntica declaración de hipocresía, sino que bien mirada podría sugerir que los gringos mandan en los viajes de los cubanos, una forma de reafirmar su propia inutilidad como presidente de humo. Díaz-Canel en su máxima expresión, digamos.

Washington ha dicho que su decisión sobre las visas B2 obedece a una reciprocidad que Cuba jamás refrendó. Los únicos afectados, una lástima, son los cubanos de a pie (que también a pie votaron a favor de la nueva Constitución, un detallito no menor). Cuba exige facilidades para que sus rehenes nos visiten a nosotros, los que solo tenemos cubanía para pagar un pasaporte, pero no para votar por la misma Constitución que nos debería reconocer.

Y a todas estas, son los extremistas del destierro los que deben cargar ahora con las culpas por el desinfle de visas nobles como favores que el gobierno de los cubanos jamás concedió. Equilibrar a justos por pecadores nunca fue cosa inteligente, ni humana, ni veraz. Y eso Luis Alberto y muchos otros justos estoy seguro de que en el fondo lo entienden sin esfuerzo alguno. Nunca pretender imparcialidad fue tan parcial.

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Ernesto Morales

Periodista de CiberCuba


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