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Marisol Rodríguez, una cubana profesora de liderazgo en EE.UU, habla sobre claves futuras para gobernar la Isla

CiberCuba aborda con la profesora Marisol Rodríguez el liderazgo de Díaz-Canel y otras cuestiones de la sociedad cubana actual.

Marisol Rodríguez © Cortesía de la entrevistada
Marisol Rodríguez Foto © Cortesía de la entrevistada

Este artículo es de hace 4 años

Marisol Rodríguez simboliza una parte de la dolorosa historia cubana del siglo XX. Hija de un combatiente de la Sierra Maestra y de una campesina que ayudó al Ejército Rebelde, creció en la habanera barriada de El Cerro, donde soñó con ser maestra, dándoles clases a sus muñecas, a sus vecinos y hermanos. Se hizo maestra y el amor con el hijo de un preso político la llevó primero a la Embajada de Perú en La Habana (1980) y después a Miami, que fue entonces una escala porque ella y su entonces marido siguieron viaje hasta Minnesota, donde empezó la travesía del exilio.

No supo hasta 30 años después que su padre, al autorizar su viaje a Estados Unidos, perdió la condición de militante del Partido Comunista. Marisol estaba casada, pero era menor de edad y las autoridades exigieron autorización de los padres. Ambos accedieron a que su hija emigrara. Su madre vive cerca de ella en Florida y su padre, en La Habana, adonde lo visita regularmente y lo ayuda a complementar su pensión de marinero mercante.

En USA hincó los codos del saber y hoy es una reconocida profesora universitaria en la especialidad de Liderazgo. De todo esto hablamos en una charla que transcurrió durante varios días entre Madrid y Cayo Largo, donde vive Marisol frente al mar. Allí bucea cada vez que puede y luego sube a casa a hacer tamales y otras golosinas cubanas.

A 93 años del nacimiento de Fidel Castro Ruz, CiberCuba aborda con la profesora Marisol Rodríguez el liderazgo de Díaz-Canel y las claves futuras que deberán descifrar los hombres y mujeres que aspiren a gobernar la isla.

Marisol Rodríguez / Foto: Cortesía de la entrevistada

Te ganas la vida como profesora universitaria en un tema muy importante: el liderazgo. ¿Qué evaluación haces del presidente cubano Miguel Díaz-Canel?

El tema de liderazgo es complejo y multidimensional. Existen varios tipos, desde el transformador, que es el más completo, hasta el estilo autocrático o dictatorial.

La persona que es líder tiene una habilidad natural, sobresale. Algunas personas son líderes por naturaleza, lo llevan en su ADN. Sin embargo, algunos estudios sobre el tema concluyen que el liderazgo puede aprenderse y desarrollarse con práctica y entrenamiento. El líder se define por su inteligencia, carisma, confianza en sí mismo, determinación, empatía, ética, transparencia, integridad, por mencionar algunas. El liderazgo efectivo es intencional y debe generar cambios para el bien común.

Es difícil evaluar de manera profunda el estilo de liderazgo de Díaz- Canel porque a diferencia de su antecesor (Fidel Castro), es poco comunicativo. Y la comunicación es clave a cualquier nivel de liderazgo, mucho más la persona que dirige un país, y no cualquiera.

Cuba es un país en crisis política, económica, social, en todos los ámbitos, que afecta a todos los estratos de la sociedad. Un buen líder debe ser buen comunicador, y también debe saber escuchar para poder sentir el pulso de sus seguidores. Un líder efectivo debe ser capaz de mantener a sus seguidores en la dirección correcta, con ética y transparencia. Con esto concluyo que el señor Díaz- Canel, ni los que dirigen la isla tienen las actitudes o características del liderazgo positivo que requiere la dirigencia de un país. El gobierno de Cuba tiene burócratas, no líderes.

Todo sistema genera su propia burocracia y la castrista tiene 60 años. ¿Cómo ves a los burócratas cubanos y qué peligro representan para el actual y futuros líderes?

La burocracia isleña tiene una larga historia desde 1959. Pero para entenderla es necesario primero analizar este término. El pensamiento y la conducta burocráticos se destacan por acomodar la realidad del país a sus necesidades, por no promover cambios o innovación, más bien mantener el estatus quo para satisfacer las órdenes de los “de arriba”, sin correr riesgos ni encontrar caminos propios, y por complicar situaciones que pueden ser fácilmente corregidas.

Según mi paisano, el Dr. Juan Triana Cordoví, el estilo burocrático se caracteriza, además, por entorpecer en vez de propiciar, por prohibir en vez de construir. Por buscar culpables antes que encontrar causas, la eterna historia de que la culpa de todo la tiene el bloqueo (embargo) norteamericano.

Partiendo de esta base, la burocracia que existe hoy en Cuba representa un peligro para el desarrollo de la sociedad. Es más, es la peor llaga, una enorme piedra en el camino que tiene el país en estos momentos. Es exactamente la dirigencia burocrática la que no permite el avance, pues los sistemas totalitarios no permiten cambios y/o innovación. Y esto es grave para Cuba y para cualquier sociedad. Es por eso que vemos un país estancado y prácticamente destruido.

De la historia es necesario aprender, por muy cruda que nos parezca. Los líderes de nuestra Cuba futura y democrática deben tener este escollo muy en cuenta y evitar a toda costa caer en el burocratismo que inmoviliza para su sobrevivencia. Quisiera ver a Cuba avanzando, liderando la región en áreas como la biotecnología.

Cuba es un país que siempre se ha distinguido por la alegría de su gente, por ser punta de lanza de los medios de comunicación, en el arte y la cultura. Un país de gente talentosa y motivada, que yo sé que hay muchos, allá y aquí que quieren, que lo darían todo por sacar al país del estancamiento y que llegue por fin a la libertad y el bien común que todo ser humano merece.

¿Cómo crees que deberían ser los líderes de una Cuba democrática?

Un liderazgo positivo requiere, sobre todo, de ética y transparencia. El país debe participar activamente en el proceso de cambio y democracia que es urgente y necesario. Esto demanda líderes que tengan como primera meta el bienestar de los cubanos.

Además, deben venir de todas las procedencias sociales para que sea realmente democrático. Esto debería incluir el libre ejercicio de la libertad política sin cortapisas. Dentro y fuera de la isla hay cubanos con un potencial enorme para participar en las dinámicas políticas y sociales del país y en su reconstrucción. El desafío está en generar un clima de esperanza que logre implicar a la gente y rompa las inercias existentes.

La docencia ha sido una vocación tuya desde pequeña. ¿Cómo llegaste a ser profesora universitaria?

Desde que recuerdo me gustaba enseñar, a mis muñecas, a mi hermana menor, inclusive, a mis compañeros de clase, pues siempre fui monitora de alguna asignatura. Durante esos tiempos de primaria había lo que llamaron Círculos de Interés Vocacional, y dentro de ellos existía el Círculo de Interés Pedagógico que se llamaba “Guerrilleros de la Enseñanza” y al cual yo pertenecía.

Terminando el sexto grado se hizo un llamado por la gran necesidad de maestros que existía en Cuba. Mi decisión fue inmediata. En 1973, ingresé en la Escuela Formadora de Maestros, de donde me gradué en 1978.

Siempre tuve claro lo que sería mi vida, pero la vida se encargó de llevarme por otro camino. Muchas eventos se fueron desencadenando en corto tiempo entre finales del 79 y el 80: culminando con mi traslado a Estados Unidos. Ya establecida aquí, quería seguir en la docencia, de hecho, impartí clases de español en un colegio privado para niñas en el estado de Minnesota, donde viví los tres primeros años. Esos inicios de mi vida como exilada fueron duros, pero pensaba que cada paso tenía que ser hacia delante; por eso luché y así fue.

Trabajé durante más de dos décadas en los medios de comunicación, publicidad y relaciones públicas. Dentro de ese medio preparé e impartí seminarios, conferencias, entrenamientos; viajé por toda Latinoamérica y algunos países de Europa. Como ves, en realidad no me desligué completamente de la enseñanza, aunque fuera a otro nivel. El trabajo de los medios de comunicación es demandante e intenso.

A principios de los años 2000 tuve la posibilidad de dejar ese giro y regresar a los estudios con la meta de volver al aula, donde verdaderamente está mi pasión. Hice un Máster en Educación con especialización en Pedagogía en Lengua española. Con estas credenciales conseguí un puesto en el Departamento de Idiomas (World Languages) de Miami Dade College.

Además comencé y culminé exitosamente mis estudios de Doctorado en Liderazgo en Educación Superior en Nova Southeastern University. Por cierto, basada en la trayectoria profesional de cinco mujeres hispanas con altos puestos en Colegios y Universidades en EU. A los pocos meses de graduada tuve la suerte de incorporarme a la cátedra del Programa de doctorado de Saint Thomas University, donde continúo hasta hoy.

Siento que a estas alturas de mi vida he logrado todas mis metas profesionales. Y estoy feliz.

Con 17 años entras en la Embajada de Perú en La Habana, ¿cómo viviste ese episodio, cómo fue la estancia allí y los días posteriores hasta la salida por el Mariel?

Vivía a unas cuadras de la embajada peruana, con mi primer esposo, hijo de un preso político que falleció de un infarto, tras ser liberado de la cárcel y en los días previos a su viaje al exilio.

Fuimos caminando y entramos sin mayores contratiempos, pues Castro había retirado las postas que custodiaban la embajada, creyendo que poco cubanos iban a refugiarse allí, pero llegamos a ser 10.834 personas, a razón de cinco personas por metro cuadrado, según las cifras de Ernesto Pinto-Bazurco Rittler, embajador del Perú en Cuba, al que el dictador cubano amenazó veladamente: yo sé matar, tú no…

Realmente el hecho comenzó antes, cuando seis cubanos penetraron en la misión diplomática al derribar la reja de entrada con el impacto de un guagua; creo que de la ruta 79. Los guardias de la seguridad diplomática comenzaron a disparar a la guagua y uno de ellos muere víctima del cruce de disparos entre ellos. Este acto provocó que Castro pidiera al embajador que le entregara a las personas que según él eran responsables de la muerte del joven guardia. Tras varias conversaciones, el embajador se negó y Castro decide entonces dejar sin protección a los diplomáticos de la cancillería peruana.

Años después supe que entre aquellas seis personas estaba Arturo Quevedo, un muchacho que había sido mi novio durante mis años de becada. Arturito me contó con detalles cómo organizaron todo, entre él, su padrastro, que era guagüero, y las otras cuatro personas. Lo que jamás pensaron era el alcance o el giro que aquel hecho daría en la historia de Cuba y en las vidas de más de 125 mil compatriotas.

Los ocho días que estuve allí fueron una pesadilla de la que no podía despertar: me desmayé varias veces y, poco a poco, conseguí sentarme en un área frente a 5ta Avenida. Una noche tarde o de madrugada estuvo Castro por allí, caminaba y tosía a menudo; supongo que viendo cómo resolver aquella crisis que se le había ido de las manos. La manipulación y la intimidación al embajador no le habían resultado, al contrario, le salió el tiro por la culata. Cuando escuchamos su discurso donde instigaba al pueblo al odio contra nosotros, pensé que aquel era su verdadero sentimiento y parte de su ideario político.

Y así comenzaron, estando todavía dentro de la embajada, los actos de repudio. Mucha gente se volcaba en odio contra nosotros, un grupo de personas desafiantes y dispuestas a lo que fuera. Al ver la gente enardecida me dolía el alma. Ya no era miedo, era el dolor de ver una vez más cuánto daño nos habían hecho. El lema era y sigue siendo 'divide y vencerás'.

Salimos de la embajada con un salvoconducto y pasaporte cubano. Cuando llegamos a casa lo primero que hice fue entrar al baño para darme una larga ducha, no me había bañado en todo ese tiempo... al mirarme al espejo quedé pasmada de espanto... mi cara estaba quemada y sucia, había perdido mucho peso, (aunque siempre he sido delgada) estaba espantosamente flaca.

Los días que siguieron fueron de terror. Los vecinos nos gritaban indecencias, nos hicieron un acto de repudio frente a la casa, cortaron la línea del gas y no podíamos cocinar. Era un hostigamiento constante. Para colmo, cuando fuimos a inmigración para llenar unos papeles, vimos la turba pasar gritando, con palos y piedras en la manos. Todo fue muy rápido, de casa salió el dueño, y gracias a Dios, nos protegió. Esperamos un rato en silencio y antes de irnos le dimos las gracias a aquel hombre que no he olvidado, hasta el día de hoy tengo su rostro retratado en mi mente.

A pocos días, tras un acuerdo con el Presidente Jimmy Carter, abrieron el éxodo de Mariel. Después supe que Castro limpió las cárceles y los hospitales de enfermos mentales. Volví a recordar la noche que lo vi frente a la embajada. Verdaderamente era una manera de desacreditar y confirmarle al pueblo de Cuba y del mundo que los que nos íbamos del país éramos la escoria, los gusanos, la basura de la sociedad. Su mensaje fue efectivo hasta con los cubano-americanos de Miami quienes nos llamaban despectivamente “Marielitos”.

La experiencia de aquellos días en las carpas de El Mosquito, agredidos por lanzamiento de huevos e insultos, nos dejó huella, aunque al principio no la percibimos porque intentamos proteger a niños y ancianos y estábamos tensos por la proximidad de la salida.

Salí del Mariel en la tarde, casi anocheciendo, veía la tierra de mi patria perderse poco a poco a lo lejos y me dio un ataque de llanto, fue un dolor tan desgarrador que no encuentro palabras para explicarlo: “Cuando te volveré a ver Cuba” -pensé. Allí dejaba todo, mi familia, mis amigos, pero me llevaba conmigo mis ideas, esas que nadie me las podía arrancar.

El barco en que viajamos se llamaba “La Coloma”, viajamos como sardinas en lata, y sólo mi esposo y yo éramos de los asilados de la embajada de Perú, el resto ya te puedes imaginar. Llegamos a Cayo Hueso al otro día, alrededor del mediodía. Era el 23 de mayo de 1980, justo el día que cumplí 18 años. Mi renacer.

¿Qué recuerdos tienes de Cuba y qué impresión tuviste al volver y en las visitas sucesivas?

Marisol con sus hijos en La Habana / Foto: Cortesía de la entrevistada

Tardé más de 30 años en regresar a Cuba. Tenía algunos recuerdos borrosos de mi niñez y juventud, pero también de aquellos terribles últimos días en La Habana. Los actos de repudio que nos hicieron, los golpes recibidos que todavía tengo marcados en mis rodillas. Aquel discurso donde Castro nos llamaba escoria, intentando desvirtuar la gran bofetada que recibió de jóvenes nacidos dentro de su revolución. Ninguno de nosotros éramos terratenientes, ricos o batistianos. Éramos cubanos de diferentes edades.

Al regresar me encuentro con un país que no conocía, todo me resultaba extraño. Me impresionó mucho lo deteriorada que está La Habana, la ausencia de infraestructuras, la falta de tantas cosas que no creo necesario nombrar porque es sabido por todos. He regresado varias veces a ver los familiares y algunos amigos que he ido recuperando y todavía viven allá.

En cada viaje percibo un deterioro creciente, sobre todo, en la actitud del cubano de a pie. La sociedad cubana de hoy está carente de motivaciones, lo cual es un problema serio para el país. Como bien dice el neurocientífico argentino Facundo Manes “la única manera que aprende el cerebro es cuando algo nos motiva, nos inspira y nos parece un ejemplo”.

Me preocupa mucho la falta de identidad de muchos sectores de la juventud cubana con los principios que deberían tener respecto a la patria, así como a los valores simbólicos que Cuba representa.

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Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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